UN IDOLO
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Admiraba
incondicionalmente a Sigmund Freud (aquí dibujado por Dalí), a quien intentó visitar
varias veces en Viena pero sin éxito.
Finalmente por influencia
de Stephan Zweig -que lo acompañó-, pudo visitarlo en el 20 de
Maresfield Gardens, Hampstead. Por los relatos de Dalí, Freud le
prestó más atención al sujeto que al artista, a quien
calificó de fanático tanto por su aspecto como por la pasión
con que defendía sus ideas.
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Sin
embargo, Freud y Dalí tenían algo en común: ambos admiraban a Wilhelm Jensen, el autor de Gradiva,
una novela breve aparecida en 1903. Definida por el propio autor como una "fantasía pompeyana",
la obra era cara tanto a Freud como a los surrealistas debido al ambiente entre onírico y delirante
en el cual tiene lugar la peripecia del "héroe".
Si Freud le dedicó un extenso estudio a la obra literaria, Dalí eternizó en esta escultura la imagen
de Gradiva -la que avanza- en Gala, su Gradiva.