Los atardeceres en el Santiago de hoy, juguetean a los ojos capaces de sentarse en el banco de una plaza a perder el tiempo. Los instantes del contemplar el diáfano resplandor que entrega el poniente sol en las hojas verdes, estivales coqueteando con las ráfagas de viento y sombra, dan un reflejo de la existencia de un algo. 

El estado del ocio1 crea la ficción de encontrar alguna apacibilidad en el espíritu contemporáneo. Fuerte suena llamar ficción los momentos en que sentimos ese algo. No conviene ser ambiguo en ello, ni mucho menos a la irrealidad del fenómeno. Creo firmemente en el ser humano y en la inconsciencia de su esperanza. La irrealidad aparece en la desesperanzadora búsqueda del joven de hoy de ese algo intangible. 

El alma individual alberga los misterios más recónditos. Es en ella donde se oculta la secreta esperanza, motor de cada uno, pese a no reconocer su existencia. ¿Cómo he llegado a trivializar de tal forma el comportamiento humano?, ¿dónde reconocer la búsqueda de aquella esperanza? 

La vida cotidiana es la más fiel ventana de nuestra conducta y la noche un buen momento de hundirnos en nuestro interior. Es en ella donde se descubren, caminando de la mano, nuestros euforismos y bajezas. Es en ella donde los diálogos fluyen en forma nostálgica, olvidando formalismos y llenos de expresiones de intimidad. Es en ella cuando todo o nada puede suceder. El manto negro recibe a sus amantes. Es selecta en cierto sentido. Sensual para quienes viven bajo su alero. Respetada por los diurnos del ahora y siempre. 

Los rituales siguen existiendo. Tomar rumbo al hogar para agasajares, las pertinentes llamadas telefónicas, la visita fugaz a una vidriería.... Comienza la búsqueda en el momento que salimos desde nuestras casas a enfrentarnos a la noche. 

No quisiera detenerme en los múltiples y fortuitos caminos que nos hace creer que nos regala la noche. Tampoco son muchos, aunque a veces llenos de sorpresa. Quiero referirme al regreso al hogar, con el sabor amargo del no haber encontrado lo que andábamos buscando. El volver con las manos vacías en forma perenne, renueva el proceso. De esta forma la búsqueda se hace incesante. 

La mayoría de las veces la angustia pasa desapercibida, pero vasta no estar tan cansado en el momento de acostarse en nuestros lechos, para preguntarse por ese algo. Es posible que atisbemos destellos esparcidos en la oscuridad de los colores. Estar consciente de ello puede ser la causa de la devoción a la noche, y es en sí misma la que esconde en sus profundidades la esperanza, que noche a noche nos invita a encontrarla. 
 
 

1-.Referirse al texto "Bajando al subterráneo", revista CasaGrande nº1 
 

 
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