Caídos desde lo alto del cielo, torrentes del sol rebotan brutalmente sobre el campo a nuestro alrededor. A los hijos indignos pero obstinadamente fieles del pesimismo, que sobreviven aún en este siglo descarnado, podrá parecerles insostenible el incendio de nuestra historia, pero lo soportan de todos modos, porque quieren comprenderlo. En el centro de nuestra obra, por pequeña que ella sea, brilla un sol inextinguible, el mismo que grita hoy a través del valle y las montañas. Después de eso bien puede arder el fuego del cáñamo que Alejandro VI hacía arder a menudo con su presencia para no olvidar que toda la gloria de este mundo es como el humo que pasa; ¿ qué importa lo que podamos parecer?. Lo que somos, lo que tenemos que ser, basta para llenar nuestras vidas y ocupar nuestros esfuerzos. Santiago es una caverna admirable, y sus hombres, viendo agitarse sus propias sombras sobre la pared del fondo, las toman por la única realidad. He ahí la extraña y fugitiva reputación que esta ciudad irradia. Pero ahora hemos venido a aprender que hay una luz a nuestras espaldas, que es fundamental que nos volvamos liberándonos de los lazos que nos atan, para mirarla de frente y que nuestra finalidad antes de morir consiste en intentar, a través de todas las palabras, nombrarla. Evidentemente cada artista está empeñado en buscar su propia verdad. Si es grande, su obra se le aproxima o, por lo menos, gravita muy cerca de ese centro, sol oculto, donde un día todo ha de llegar a arder. Pero únicamente pueden ayudar al artista en su obstinada búsqueda aquellos que amándolo o creando, encuentran en su propia pasión la medida de todas las pasiones, la cual significa que saben jugar. Sí, todo este ruido... ¡cuándo la paz estaría en amar y crear en silencio! Pero hay que saber, tener paciencia, esperar aún que el sol selle las bocas. Esta es la suerte de grandeza que nos pone en marcha. Que es también el coraje que aplaudimos, porque hay un gran número de fuerzas jóvenes que buscan caminos nuevos y no substituciones, cuya luz aparece como el fruto de un azar precioso. He aquí los primeros torrentes del sol. |