BANCO DE PLAZA
Primera migaja. Se arremolinaron las palomas y el anciano casi sonríe.
El otro anciano le pregunta, mientras deja caer a las palomas una segunda
migaja, ¿oiga, a usted le celebran cumpleaños?
- Más que antes.
Tercera migaja. Rueda hasta caer en una hendidura. Inalcanzable a la
batalla de picos voraces.
- Los viejos y las palomas nos buscamos, ¿cierto?
-... Parece.
- Sí sí... por lo del tiempo, creo yo.
-¿Del tiempo?
- Claro (cuarta migaja)... los viejos, por lo menos los viejos como
nosotros, no usamos el tiempo... Lo vemos pasar... Y por ahí pasan
las palomas que se dan cuenta de que también... las vemos pasar,
y empiezan a chocarse entre ellas por los trocitos de pan que rebotan en
los adoquines.
Quinta migaja.
-...Mire usted como se lo pelean. Mire ahí.
- Es como una repetición.
- ¿De qué?
- Del mundo, mi amigo, del mundo... Mire el mundo: Una plaza gigantesca.
Nosotros somos palomas. Se nos tira una migaja -no me pregunte si lo hace
Dios, no sé- y ahí vamos... Son pocas.
- ¿ Pocas qué ?
- Pocas migajas.... ése es el problema (sexta; un caos de picotazos
y alas la cubre, hasta que una consigue tragarla).
- Ya... entonces nos tenemos que picotear, pelearlas.
- Eso.
- ¿Y qué migajas nos tiran,... si se puede saber?
- Llámelas como quiera. A veces fe, abrazo de año nuevo...
feliz cumpleaños, primer beso de amor... cheque de jubilación...
y súmele.
- ...O réstele.
- ¿Restarle? (séptima).
- Sí, llegará el momento en que se vacíe la bolsa,
¿entiende?
- Entiendo... para los viejos como nosotros ya quedan pocas... Vemos
pasar el tiempo (octava migaja).
- Bien dicho.
- ...
- Oiga...
- ¿Si?
- Bien dicho... pero...
- ¿Qué?
-La conversa' va triste, sobre todo por lo de la bolsita vacía...
¿no estaremos envejeciendo?
El otro anuncia una risa de dientes menos:
- Hablemos de mujeres entonces, ¿qué le parece la que
va allí?...
- Buena migajita, quítenme unas décadas y... (se miran;
novena y por fin la risa)
La tarde les descontaba luz.
Cuando el anciano del abrigo verde perdió la cuenta de los trocitos
de pan arrojados, el otro anciano, el del abrigo gris, se levantó
-muy, muy lentamente- del banco.
- Bueno, yo creo que será hasta mañana.
- Claro. Las palomas, usted, y yo... aquí a la hora de
siempre.
La plaza. Dos ancianos alejándose en dirección opuesta.
Cada uno empuña una bolsa pequeña, ya vacía de pan.
Las palomas esperan un poco, y se dispersan: También es como una
repetición.
Anochece.
Amanece.
Mediodía.
- ¿Cómo le va?
- Primera migaja...
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