Martín-Armando Díez Urueña
DESDE EL TREN
El tren partió a la hora en punto. Esto es importante de anotar.
En el vagón del ferrocarril había varios viajeros entre los que no era raro encontrar algunos rostros enrojecidos, ausentes; mujeres con sedosos vestidos, piernas peludas de turista.
La máquina de retratar y el enorme sombrero cordobés o mejicano de las señoritas.
<< Va a partir el tren >>
Hasta el último momento se puede aprovechar para comprar un helado, una resta o una cocacola.
¡ Qué delicia viajar ! ¡ Marcharse, sin saber quiénes somos a un mundo desconocido.
Yo he visto desde el tren, allá al atardecer, pasando por esas playas de Tarragona, cuando ya casi está muriendo el día, cuando ya los bañistas comprender que han de resignarse a abandonar la playa; yo he visto a más de uno fundirse con la naturaleza, en esa hora envolvente, mientras la máquina del tren, desde su magnífica distancia, corría a lo largo, sin dejar apenas un instante para perpetuar aquel cuadro impresionista.
Yo he visto por esas tierras de Aragón más de un cuadro digno del Greco; el cortejo seguía movido por un destino implacable. Marchaban en fila, silenciosos, siguiendo un exiguo camino que bordeaba la enorme montaña.
Yo me figuré que sería un nuevo Grisóstomo que habría muerto por los amores de alguna pastora de aquellos valles
LA TASCA DE LA SEÑORA MARIA
Torciendo por las tortuosas calles, fuimos a dar ahora con la calle de San Justo. ¡ Qué cerca, pero qué distantes, los Santos del demonio !
En la calle de San Justo estaba la famosa << tasca >>. Sería la una de la madrugada y allí se seguía discutiendo de la poesía profana.
La pobre señora María seguía sirviendo, rendida de sueño, los vasos de vino a los contumaces contertulios.
En otro ángulo, unos honrados, recalcitrantes del juego, a pesar de las sutilezas de los inquietos poetas, seguían jugando al << mus >>.
<< Las convulsiones apasionadas, el mundo del subconscientes ... he aquí la esencia de la poesía que reclamamos >>, gritaba un teórico barbilampiño desde un extremo de la mesa.
Los que acabábamos de entrar no estábamos en condiciones de comprender aquel quintaesenciado lenguaje.
<< La poesía del átomo y la cuarta dimensión >>, postulaba otro.
Y un tercero continuó con el mismo entusiasmo delirante : << Sí, queremos una poesía sin normas, sin medida, sin ritmo..., sin papel, sin palabras... >>
Se produjo un silencio. El que aprovechó un contertulio de la mesa de al lado para objetar con igual energía : << ¡ Órdago a los pares y órdago a la treintaiuna ! >>
Nosotros no podíamos comprender qué relación podía tener esto último con la esencia de la poesía.
Fue un momento de plenitud poética, ciertamente. Aquello rubricaba definitivamente la posición de los poetas.
- Si no ha de haber normas, ni ritmo, ni invención, ni nada, bien podríamos irnos a descansar..., para que durmieran un poco nuestras respectivas << poéticas >>, dije yo.
Esta vez me escucharon, y en un momento se vació la << tascas >> de la Señora María.