DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA
América Latina ingresa al año 2000 con un récord político que tuvo pocos precedentes en la región: el predominio de la democracia en nuestros países es uno de los hechos más auspiciosos de los últimos tiempos. Democracia quiere decir libertad, respeto de los derechos humanos, legitimidad de las instituciones, orden jurídico confiable. Estas son las premisas del orden democrático; a partir de ellas, la democracia puede ofrecer otras conquistas. La prioritaria de todas es la sensibilidad social de los sistemas. Como ningún otro régimen político, la democracia ofrece las posibilidades de su propia reforma.
Si algo garantiza el régimen de libertades es la crítica y la autocrítica, el avance y la rectificación. Durante más de una década, América Latina ha comprobado las ventajas de vivir en libertad; sus pueblos han dejado de ser ajenos a la búsqueda de su propio destino. Hay pocas regiones en el mundo donde la democracia se practica con las características y modalidades con que lo hacemos los latinoamericanos. Los medios de comunicación han jugado un papel primordial en la democratización de nuestras sociedades. Ya la política no es el coto cerrado de las élites que predominó décadas atrás; ni el círculo exclusivista en que naufragaron los partidos políticos que no comprendieron los signos de los tiempos.
La explosión de los medios masivos de comunicación, nacionales o internacionales, la red de redes de Internet, los nuevos aportes tecnológicos, constituyen el gran fenómeno de las sociedades que se aprestan a ingresar al siglo XXI. La política no podrá ser igual a lo que fue, y los políticos que no comprendan estos cambios quedarán para uso exclusivo de arqueólogos, o de investigadores de especies en extinción. Nadie podrá regimentar ni acallar los medios masivos. La democracia tendrá, por consiguiente, mayores posibilidades, y en esa misma medida, podrá disfrutar de la adhesión militante del ciudadano, cuyo destino y condición dependerá cada vez más de sí mismo y de su capacidad de decisión.
América Latina presenta un cuadro democrático estable. México elegirá un nuevo presidente en el año 2000 en condiciones diferentes al antiguo sistema del PRI. Brasil y Argentina tienen el camino despejado, con dos estadistas de la calidad de Fernando Henrique Cardoso y Fernando de la Rúa. Uruguay optó por Jorge Batlle. Paraguay decidirá su destino por el camino democrático, no importa que el general Oviedo pretenda volver al pasado. Es un país integrado a Mercosur y ello es una garantía de desarrollo y estabilidad institucional. En todos los países del Cono Sur la política no puede ser un ejercicio autocrático. Los pueblos, al elegir sus presidentes, eligieron también sus contrapesos: los parlamentos no estarán pintados en la pared.
Políticamente, Chile se divide en dos. Si el 16 de enero triunfa Ricardo Lagos o si triunfa Joaquín Lavín, el triunfo será relativo. Ninguno podrá gobernar sin el otro. En el Perú sucederá algo semejante. Bolivia encontró su punto de equilibrio. Ecuador se debate en una crisis que no se resuelve sino mediante la comprensión y el consenso. Colombia es la incógnita que sólo despejará el proceso de paz. Después de innumerables golpes de Estado, guerrillas y violencias, América Central (por primera vez en la historia), cuenta con regímenes constitucionalmente legítimos. Panamá, en democracia, recupera su soberanía plena, tras un siglo.
La democracia, estabilizada y predominante, es en sí una conquista que sitúa a América Latina en una posición de avanzada. Como es obvio, está puesta a prueba: son innumerables los desafíos que debe atender y resolver. En la mayoría predominará el consenso en la búsqueda de soluciones. Ha quedado atrás aquella etapa oscura de dictadores que, como los generales argentinos, lanzaban seres humanos al mar, o como el régimen de Pinochet que ejerció el genocidio como práctica política. Esos tiempos no volverán. El ingreso al año 2000, con todos los problemas de nuestra región, registra un avance innegable. Lo mide la distancia que hay entre un dictador y un presidente responsable ante su pueblo y la comunidad internacional. Si los problemas son arduos, la esperanza tiene fundamentos. Ya no andamos, como escribió Germán Arciniegas, entre la libertad y el miedo.