EL BAUTISMO EN LOS PRIMEROS SIGLOS

Los discípulos de Jesús recogieron del judaísmo la práctica de la inmersión en agua para marcar la iniciación a la vida cristiana. Al valor tradicional de conversión y purificación, le añadieron un significado nuevo y único: el Bautismo hace renacer por medio del Espíritu a quien lo recibe y lo hace partícipe de la Resurrección de Cristo.

El que deseaba hacerse cristiano, tenía que arrepentirse de sus faltas, practicar los mandamientos y proclamar su fe en Cristo salvador. Hacerse cristiano suponía el riesgo de ser mártir.

Para el siglo III las exigencias a los candidatos al Bautismo se fueron haciendo cada vez mayores. La preparación previa, llamada catecumenado, podía durar hasta 3 años. El catecúmeno tenía que ser presentado por otros cristianos que se ofrecieran como garantía de la sinceridad de su actitud (padrinos y madrinas). Además, tenía que renunciar a ciertos oficios que estaban ligados a la idolatría o a comportamientos contra los mandamientos, por ejemplo: magistrados y soldados.

La catequesis la daba un clérigo o un laico y al final se examinaba a los candidatos. Desde el viernes anterior al Bautismo, los catecúmenos y parte de la comunidad, ayunaban. La noche del sábado al domingo la pasaban en vela escuchando lecturas e instrucciones. El domingo pascual se realizaban los ritos bautismales definitivos e inmediatamente después, los recién bautizados, participaban de la Eucaristía. Se acostumbraba a que los recién bautizados llevaran ropas blancas durante algunos días y, a veces, se continuaba con la catequesis durante un tiempo más.

En un principio se bautizaba solo a adultos porque se requería de una preparación. Cuando comenzaron a nacer hijos de familias cristianas, que vivían acorde a las enseñanzas del Evangelio, se decidió bautizar también a esos bebes que luego serían educados cristianamente. Así nació está inmemorial tradición de la Iglesia que llega hasta nuestros días. Los bebes no se bautizan en su propia fe, pues aún no la han descubierto, sino que se bautizan en la fe de la Iglesia.

Cuando se logró, en el año 313, la denominada "Paz de la Iglesia" con la cual se permitía la libertad de culto en el Imperio Romano, hacerse cristiano dejó de implicar el riesgo de convertirse en mártir. Un gran número de habitantes del Imperio deseaba hacerse cristiano, aunque algunos rechazaban las exigencias morales del bautismo.

El sacramento de reconciliación se daba una sóla vez en la vida y exigía realizar una penitencia muy dura y pública, que a veces duraba años, según el pecado cometido. Por eso, muchos eran instruidos en una precatequésis, pero no avanzaban de ahí, prolongaban su catecumenado y retrasaban el bautismo hasta su ancianidad o hasta su lecho de muerte y lo mismo hacían con sus hijos. Como el bautismo perdona todos los pecados sin necesidad de hacer penitencia, esperaban el mayor tiempo posible para comprometerse definitivamente.

Al mismo tiempo hubo Padres y Doctores como San Ambrosio, San Juan Crisóstomo y San Agustín entre otros que, aunque bautizados en edad adulta por las mismas razones, que sin embargo reaccionaron en seguida con energía, pidiendo con insistencia a los adultos que no retrasaran el bautismo necesario para su salvación y además que se lo administraran a los niños. San Agustín insiste en el pecado original que necesita la intervención divina, incluso en ausencia de todo pecado personal.

Ya para la Edad Media, se bautiza en casi todas partes a los niños poco después de nacer. Poco a poco el bautismo por infusión (rito actual por el que se derrama agua en la cabeza del bautizado) sustituye al de inmersión.

La riqueza de la doctrina sobre el bautismo, tal como se expresa en el Nuevo Testamento, en la catequesis de los Padres y en la enseñanza de los Doctores de la Iglesia es muy grande: el bautismo es una manifestación del amor gratuito del Padre, participación en el misterio pascual de Hijo, comunicación de una nueva vida en el Espíritu; el bautismo hace entrar a los hombres en la herencia de Dios y los agrega al cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

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