"... especialmente por los sacerdotes"
A quienes han
orado por mí.
Con enorme gratitud.
En la Espiritualidad de la Cruz tenemos una
expresión que con frecuencia aparece en nuestras oraciones: "especialmente
por los sacerdotes". Muchas veces yo la he repetido. Además,
el haber ofrecido mi vida en favor de los sacerdotes y el tratar de llevar
a la práctica esta ofrenda, haciendo la entrega real de mi persona
y mi tiempo, le ha dado un sentido profundo a todo lo que hago.
Pero hoy no quiero situarme en la perspectiva de quien pide por los sacerdotes,
sino desde mi realidad de sacerdote ministerial y, por lo tanto, destinatario
de una oración especial de otras personas.
Tengo necesidad de la oración de los
demás, especial necesidad, pues como sacerdote el Padre ha
puesto en mis manos a su Hijo para que yo lo entregue, y Jesús mismo
me ha encomendado una misión especial: "pastorea mis ovejas"
(Jn 21, 17).
Pero soy débil y limitado. Al igual que Jesús, nuestro Sumo
Sacerdote, me siento "envuelto en flaqueza" (Hb 5, 2)
y "probado en todo" (Hb 4, 15). ¿De dónde
se le ocurrió a Dios confiarme una misión que exige tanta
responsabilidad ante él y ante la comunidad eclesial? ¿Y
cómo fue que yo tuve la osadía de aceptar?
Mons. Luis Ma. Martínez, explicando las dificultades que enfrenta
el sacerdote, dice que tiene peligros:
muy grandes, más que los peligros
que puede tener cualquiera otra persona en el mundo. Peligros especiales,
deberes terribles, contrastes asombrosos.
Por eso necesitamos de la gracia de Dios y de la ayuda de las oraciones
y de los sacrificios de la fieles.
Claro que tenemos gracias especialísimas de Nuestro Señor,
lo repito; nos ama con predilección y es munificiente para derramar
en nosotros sus dones. Pero también somos frágiles, llevamos
con nosotros todas las miserias humanas.(1)
Frecuentemente pido oraciones especiales cuando
tengo alguna actividad apostólica por realizar. También recurro
a la oración de mis hermanos ante un problema personal, ante alguna
necesidad de la Congregación o del campo específico que atiendo
actualmente en la Provincia (la Secretaría, la formación,
la expansión y la zona Centro). También solicito oraciones
cuando en dirección espiritual o en confesión algún
sacerdote me confía sus luchas y me siento incapaz de ayudarlo.
Algunas veces he dicho a personas amigas: "¡Pide por mí!",
dándole todo su peso a esta súplica. Equivale a decir: "Necesito
de la ayuda de tu oración, pues no puedo por mí mismo".
A veces incluso les manifiesto la intención concreta: "Tengo
que dar unos ejercicios y tengo miedo: pide por mí"; "Pídele
a Dios que me dé humildad, pureza, confianza, valor"; "Me
siento mal: pide por mí"... El ejemplo de Pablo de Tarso
me ilumina. Escribe a los romanos: "les suplico, hermanos, por
nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo,
que luchen juntamente conmigo en sus oraciones rogando a Dios por mí,
para que me vea libre de los incrédulos de Judea, y el socorro que
llevo a Jerusalén sea bien recibido por los santos; y pueda también
llegar con alegría a ustedes por la voluntad de Dios, y disfrutar
de algún reposo entre ustedes" (Rm 15, 30-32).
A los efesios les pide su intercesión: "para que me
sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía
el Misterio del Evangelio" (Ef 6, 19; cf Col 4, 3).
A los tesalonicenses les dice: "hermanos, pidan por nosotros,
para que el mensaje del Señor se propague rápidamente y sea
acogido con honor como entre ustedes. Pidan también que nos veamos
libres de la gente malvada y sin principios" (2 Ts 3, 1-2; cf 1 Ts
5, 25; 2 Co 1, 11).
El autor de la carta a los Hebreos pide a la comunidad de creyentes:
"Rueguen por nosotros, pues estamos seguros de tener recta conciencia,
deseosos de proceder en todo con rectitud. Con la mayor insistencia les
pido que lo hagan, para que muy pronto yo les sea devuelto" (Hb 13,
18-19).
Cada vez que entro en una capilla de las Religiosas
de la Cruz, y veo el texto "Por ellos me consagro" (Jn 17,
19), experimento una honda emoción. Las raíces sostienen
y dan vida al árbol; así me siento yo con su oración:
sostenido y vivificado.
Quiero citar aquí unas palabras que escribí en 1985, dos
días antes de mi ordenación sacerdotal. Reflejan mi conciencia
sobre la importancia y la necesidad de la oración de la Iglesia
en favor de los sacerdotes:
Esta mañana, en Jesús María,
concluimos nuestros ejercicios espirituales con una Eucaristía que
celebramos en la casa de las Religiosas de la Cruz. ¡Qué consuelo
y qué fortaleza da el tenerlas como apoyo de nuestra vida y ministerio
sacerdotal! Su oración y sacrificio, su vida entregada generosamente
a Dios en favor de los sacerdotes, nos han ayudado a llegar hasta este
momento. Y nos ayudarán a perseverar fielmente.
Recuerdo que hace casi trece años, después de haberme decidido
a ingresar a la Congregación, cuando iba ya camino al Noviciado
para hacer un retiro, el hermano Miguel Mier hizo una "parada técnica"
en el Noviciado de las Religiosas de la Cruz, en Tlalpan. Hicimos una visita
a la capilla donde dos novicias estaban en adoración. A la salida,
lacónicamente me dijo: "Estas mujeres piden por nosotros".
Estas palabras hicieron que el miedo o pavor que sentía, disminuyera
un poco.
Y fue su oración y sacrificio, y el de otras muchas personas, lo
que hizo que fuera posible nuestro sacerdocio. Si bien la vocación
sacerdotal es un don que Dios da a su Iglesia, El quiere que la Iglesia
colabore activamente en el desarrollo de ese don.(2)
A veces me imagino que soy como un "niño rico" a quien su papá le dio una tarjeta de crédito y le dijo que él pagaría todos los gastos que hiciera con la tarjeta. Como sacerdote yo siento que Dios Padre me ha dado una tarjeta de crédito espiritual: todas las gracias que necesite serán cubiertas por la oración de las Hermanas de la Cruz, las Hijas del Espíritu Santo, las Oblatas de Jesús Sacerdote, el Apostolado de la Cruz, la Alianza de Amor...
Saber que personas concretas, con rostro y
nombre, piden por mí me ha impulsado en gran manera. No puedo desanimarme,
pues otros sostienen mi esperanza. Cómo quedarme caído cuando
sé que hay alguien que me está ayudando a levantar.
Ser consciente de que alguien pide por mí es también un estímulo
y exigencia para responder a Dios y entregarme al servicio de mis hermanos.
La oración por mí siempre la he interpretado como un signo
privilegiado de afecto. Si alguien me dice: "Pido por ti", me
está diciendo que me quiere, que le importo, que me recuerda...
Es además un signo de aprecio a mi sacerdocio.
Saber que otros piden por mí me impide atribuirme el fruto de mi
trabajo pastoral: "¡Pero si no he sido yo!; hemos sido nosotros
los que trabajamos". Ese "nosotros" expresa el sentido
de solidaridad eclesial. No estoy solo, no actúo solo; es toda la
Iglesia la que actúa siempre.
Confieso que muchas veces he sido ingrato, no he sabido agradecer adecuadamente
a las personas que oran por mí.
Al concluir su misión en la tierra,
Jesús nos envía a continuar su obra, pero antes ha orado
a su Padre por nosotros: "yo no estoy ya en el mundo, pero ellos
sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en
tu nombre a los que me has dado... No te pido que los retires del mundo,
sino que los guardes del Maligno... Conságralos en la verdad...
Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado
al mundo" (Jn 17, 11-18).
Jesús le anuncia a Simón Pedro que Satanás ha solicitado
"sacudirlo como trigo"; palabras que debieron haber angustiado
al pescador de Galilea. Pero qué consolador debió haber sido
para él escuchar de labios de Jesús: "yo he rogado
por ti, para que tu fe no desfallezca". Y luego Jesús le
anuncia que debe continuar realizando su misión de ser roca sobre
la cual se cimienta la Iglesia: "Y tú, cuando te arrepientas,
afirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).
Saber que Jesús ha orado por sus apóstoles, por Pedro,
por mí, me llena de fortaleza, paz, alegría y esperanza.
Saber que muchas personas piden por mí me impulsa a ser dócil
al Espíritu Santo y me compromete a dejar que Jesucristo actúe
a través de mí.
Fernando Torre Medina Mora, msps.
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(1) MARTÍNEZ LM: Espiritualidad
de la Cruz, ed 5. México, Editorial La Cruz, 1990, p 110.
(2) TORRE-MEDINA F: ¡Ya soy sacerdote! México, Editorial La
Cruz, 1989 (Colección Temas de Espiritualidad de la Cruz, núm.
8), pp 13-14.