Joaquín Chamorro Aguilar
ESFERA MADRE
(Poemas a la Tierra)
Comparo la Tierra a un inmenso ser viviente
que no cesa de inspirar y de expirar
GOETHE
INFINITA DESOLACIÓN...
Infinita desolación en la desierta luna.
Soledad y quietud inmensas,
lejanísimamente
de toda vida distanciadas.
Nada latiente,
movible, aquí.
Silencio.
Acongojador, total,
puro silencio.
Ni el zumbido de un mínimo insecto.
El crepitar rítmico de un grillo.
El croar insistente de un batracio.
Soledad.
Absoluta soledad.
Silencio.
Ausente el saludo nocturno del búho.
Ausentes los violines flotantes del viento.
Ningún eco.
Ninguna lejana, indefinida voz.
Sólo la extensa superficie inerte:
Polvo, resecas lavas,
rocas calcinosas.
Y en derredor espacio:
Negro, vacío, aterrador espacio.
Desolación terrible.
Igual que la del hombre
por un infinito dolor atravesado:
Apartado, distanciado, lejos...
Aislamiento total.
Absoluta, sobrecogedora soledad,
en la desierta luna.
Pero en su horizonte pedregoso verse puede,
coloreada y luminosa, aparecer
tú, preciosa esfera Tierra:
Universal portento.
Escogido, distinguidísimo, planeta
de la vida.
ESFERA DE LA VIVIENTE DIVERSIDAD
Allí te veo:
distanciadamente suspendida;
Tierra.
Azulada, blanca, ocre;
tenuemente roja;
como la sangre de tus latientes seres.
Redondo corazón gigante,
cálido:
De apretadas, innumerables, energías denso.
Excepcional forma sidérea.
Planeta hembra,
del padre Sol fecundador
amante preferida.
Misteriosamente seleccionada tú
-oh azar de azares,
de multiplicadísimas conjunciones
de elementos y energías-
para originarse en ti
maravillosas combinaciones,
secretísimas alquimias
generadoras de infinidad de precipitaciones vivas,
en el crisol de tu corporeidad, Tierra.
Singular esfera;
madre también del hombre:
El erecto, sensitivo ser:
delicado, fuerte; o temible también, airado:
Capaz de tu hermoso rostro contemplar;
y deteriorarlo activamente, a veces,
con su afán inquiridor,
o predator y destructivo.
Asombro, indecible pasmo,
me sacuden, Tierra, al observar
tu viviente diversidad enorme:
Derroche, capricho inmenso,
bellamente inútil,
en ti prodigiosamente realizado:
Seres, esculturas vivas,
infinitamente variadas.
¡Oh portento el de tu fecundidad
en lejanísimos tiempos tuyos iniciado!
Cuando en el salino suero de tus aguas
a fraguare comenzaron
primordiales formaciones, apenas perceptibles, casi fluidas;
capaces ya de asimilar, englobar, lo extraño,
y de enlazarse mutuamente confundidas,
amorosamente quizá transubstanciadas.
Brevísimas condensaciones,
sucesivamente apiñadas;
organizadas luego
en sorprendentes arquitecturas palpitadas,
complicadísimas construcciones
perfectamente diseñadas.
¡Oh secreta, oscura, plástica ignorada!
Misterio genesial en ti;
y en la pluralidad innumerable
de tus vitales formas;
matriz Tierra,
tan sorprendentemente inseminada.
Y distinguidísima siempre así
entre tus grandes hermanos astros:
planetas yertos,
como estériles majestades tristes
en torno al Sol girando gravitantes:
Inútiles y enormes masas minerales,
sin que nadie en ellos jamás pueda
su grandeza absurda al menos contemplar.
Tierra:
Maravillosa joya viva giratriz
en la multirítmica danza del cosmos sideral
tan hermosamente destacada.
PLANETA DEL DULCE-TRISTE ATARDECER
Desde espaciales distancias
de nuevo te contemplo, Tierra,
a medias luminosa,
cuando a tu esferoidal costado
aproximándose lentamente llega
la envaguecida sombra
de tu vesperal crepúsculo.
Y en los bordes de tu radiante claridad
se extiende la indecisa penumbra de la tarde,
de todo perfil difundidora:
persuasiva y dulce emisaria de la noche.
Atardeceres tuyos:
Cuando desfallecida ya la incierta luz,
una honda belleza reaparece en ti;
pausada, morosamente manifiesta;
impregnada ella quizá
del hálito del alma ingrave de tu hombre;
en esa tu imprecisa hora claroscura
que a los seres y las cosas conceder parece
un estremecido, naciente, valor nuevo;
en los plateados cofres de la diurna luz
misteriosamente antes resguardado.
Tristeza hermosa también entonces,
que extendida largamente flotar parece
en tus lánguidos crepúsculos,
como transida, espiritual emanación
de una absoluta sensibilidad total,
dilatadamente suspendida.
Atardeceres tuyos;
tras de perdidos, distanciados horizontes,
como espaciados, vaporizados mares,
en los que, nave anclada,
con su doliente carga,
viaja la nostalgia.
Inaprehensible belleza,
crecientemente desolada,
de tus prolongadas tardes declinosas:
Cuando pequeños seres
de la diurna claridad
a recogerse ya comienzan
para conceder quietud
a su vivacidad movida
en tu nocturno regazo recostados.
Y cuando el ansia de tu hombre,
por el contrario crecer parece,
como aérea floración entonces
de su íntima esencia incontenida.
Tristeza saudadosa
de tu vespertino declinar.
Cuando, ensordinada ya la luz,
su vibración fúlgida apaga.
Y en la interioridad del hombre
encenderse cálida parece,
como luciérnaga crecida, el alma.
Elegido planeta eres también, Tierra,
por esos tus repetidos, y siempre renovados,
atardeceres lentos:
Embebidos, misteriosamente substanciados,
de anheladora vida.
Y no como aquéllos de tus hermanos astros
invivientes:
Indecisa luz sobre su inercia
indiferentemente resbalada.
Sin que alguien con calor en ellos pueda
el crecido latir del ser
alargar en la nostalgia tensa,
el prolongado, infinito desear
que sobre tu superficie nos mantiene.
¡Crepúsculos sin hombre y sin sentido!
Con el corazón lejos tirante,
contemplo, Tierra,
tus hermosos atardeceres entregados
al filo de la noche:
Inconcreta luz
que dejarnos entrever parece
la inaccesible belleza
entre la vida y las pequeñas cosas presentida;
como una conmovida música insonora.
Preciosísimo regalo
para ti también, Tierra,
el de la vagarosa luz de tu Sol amante,
en su diaria,
y dilatada, hermosa despedida.
ESFERA DE LA VIVIENTE NOCHE
Torno a contemplarte, lejanamente,
parcialmente iluminada,
Tierra;
y me adentro en la nocturna sombra
donde otro costado tuyo
se halla sumergido.
¡Qué hondamente bella también,
y densa en vida, te encuentras en tu noche!
Tu embebecedora noche;
de apretadas, contenidas latencias,
palpitaciones, silenciosos hálitos...
En el universal misterio
doblemente ella misteriosa.
Noche callada, y rumoreal también,
fácilmente sugerente, intimadora;
que, tal vez, acercarnos nos permite un tanto
a las secretas cámaras
donde lo inconocido alienta;
o intentar nos hace escuchar al menos
-los oídos del ansia
en el tórax del silencio auscultadores-
el río profundo
de su oculta fluencia entre las cosas.
Noche avivadora de las nostalgias altas.
Cuando el querer de tu hombre
-ascensional marea-
extenderse parece suspendido,
y en el espacio ser
como el latido-halo flotante
de una imprevista estrella novedosa.
Privilegio para ti también, Tierra,
el de envolverte en noche.
Muchos de tus seres entonces
sobre ti dormitan.
Mientras otros, ah, velan todavía,
temblorosa y hondamente ellos lucientes
con su fulgor secreto y conmovido:
Intimidades de tus hombres;
avivadas, encendidas,
crecientemente profundas y elevadas,
dentro de tu noche.
Enlazados amantes:
Apretados, tensos,
corazón en corazón y aliento sobre aliento,
como un palpitado ser embebidamente único,
dentro de tu noche:
En el éxtasis de la fusión,
el arrebato urente.
O la espiritual, limpia quietud
serenamente gozadora.
Noche.
Noche, también tuya, en el universal misterio.
Que inquietante alusión ella ser parece
de aquello temible, o quizá dulce,
secreto en la viviente oscuridad inexplorada:
Interminable túnel
donde se pierde, viajero indestinado,
el errar del hombre.
Noche tuya, Tierra.
Y de tu erecto ser humano ella también.
Cuando sobre ti él se aduerme:
o, impacientemente desvelado,
se alza en el desear de conocer,
y cierto ahondar
en la ignorada entraña
de lo permanentemente oculto,
que tensamente calla:
Irreductible noche
dentro de tu noche.
Planeta de la oscuridad profunda y secretosa:
densa de apretados corazones plenos;
y desvividos seres
que anhelantes e inmóviles escuchan;
atentos o extasiados.
Esfera hermosa eres tú así, recibidora
de la curvada sombra
que, como circular abrazo, ingrávido y cegado,
la mitad de tu cintura giradora enlaza.
Tierra de la viviente, honda, encorazonada noche.
ESFERA DEL ALBA
Redondeada forma,
en el espacio cósmico preciosa joya viva,
vuelvo a verte hoy, Tierra;
del abrazo largo de la noche liberándote,
suavemente desprendiéndote,
en la incipiente luz,
tenue, insensiblemente clareada,
de tu alba:
Renaciente y nueva tú, así ofrecida
al primer abrirse lumínico del día.
Sutilísimos vapores,
hálitos tibios, levemente humosos,
te rodean como velos que entrever permiten
tu sideral belleza inmarchitada.
La mañana, sigilosamente
se va acercando a ti,
ligeramente purpúrea, encarminada,
como una jovencísima doncella.
Y tu rostro con ella reaparece
en el espacio claro, libremente abierto,
por los transparentes, fluidos oros
del Sol atravesado.
El sutil rocío
de la entregada noche,
disperso y levemente tembloroso enjoya
las hojas, como tendidas, esperanzadas palmas,
de tus reposadas, pacientísimas plantas embebidas.
Con exultación las aves
su cantador saludo a la luz expresan;
y, musicales flechas vivas,
en el aire ascienden jubilosas.
Miriadas de diurnos insectos
sus alas y élitros remueven.
Comienza el trajinar viviente de tus hombres
en sus ciudades colmenosas.
Y el el Sol, ya en ascensión,
sobre ti fulgurador,
prolongadamente tu semblante besa.
Mientras la otra mitad tuya
hundida totalmente ya se halla
en la noche secretosa;
por algunos de tus seres,
fielmente de ella amigos,
rumorosamente acompañada.
Dichoso es para ti
ese tu diario renacer
en la primaria luz creciente de tu alba.
Y halagada esfera
eres tú así también
por ese tu repetido recibir
-siempre, ah, distinto-
del Sol que hasta ti llega,
en amorosa distancia
prodigiosamente acariciador
con las inaprehensibles, intáctiles manos
transparentes
de su caliente luz:
Espléndido él siempre:
Generoso astro radiador
de claridades y energías.
Tierra del alba pura.
De la reviviente floración lumínica
que para ti y tus hermanos planetas sin latidos
-mendigos, ah, tristes de la vida-
el Sol imparte:
Y tú recibes, abierta y bella,
cual a vivificador maná
en el que cálida te embebes,
como virgen en su ahondado, primer encuentro
con la masculina esencia
que dichosamente la enciende germinosa.
Tierra pura y vívida del alba.
Para el Sol, y con el Sol, tu amante,
en su fidelísima luz primal
gozosamente sumergida.
TIERRA DEL AIRE
En espaciales lontananzas
contemplo también, Tierra,
sorprendente y milagrosa, de la vida,
tu limpio aire azúleo
envolviendo enteramente tu corporeidad;
como albornoz algodonoso,
o puramente gáseo, inmáculo vestido.
¡Cuánta vida tuya contenida en él también!
Aspiradora ella de tu activador oxígeno:
invisible quemador
generativo de un dulce calor hondo
en tus palpitados seres que la sangre anima:
Combustión fluida e inhumosa,
que en los secretísimos hornos de lo vivo,
sin acusadora llama se realiza.
Aire tuyo:
Acogedor de tantos ávidos anhelos
de este tu vertical ser, insatidfecho hombre,
tras de presentidos bienes ignorados.
Tu aire:
Inspirado, casi él bebido,
por los entrabiertos labios
de los amantes de entesada, ansiosa,
ánima enfogada.
Transparente aire:
Simbolizador él también quizá
de lo que es y no existir parece:
Aquello que en algún efecto solamente
realidad llega a ser para nosotros.
-Energías espirituales,
trascendidas fuerzas
de la esencia humana-
Tu atmosférica envoltura:
inapreciable, intáctil gasa,
abrigo dulce tuyo sin embargo,
recibidora, guardadora activa,
de la oferta cálida que el Sol pródigo te envía;
y extensa bóveda acústica también
para la recepción vibrante de tus sonoridades;
además de amplia estancia flotadora
para las alas perfectamente diseñadas
de tus aves;
y las de esos zumbadores pájaros metálicos,
obra de tu hombre,
deseoso de espaciales distancias consumir:
Alejándose así un tanto de tu gravitante cuerpo
de acogedora madre de los seres.
Planeta de la enfogadora atmósfera oxigenal,
que hasta, cuando eléctricamente airada,
tu mineral piel ella sacude,
bella también es, aunque temible:
como tú misma en ocasiones, Tierra;
y esa otra interior atmósfera viva de tu hombre
-ánima suya-, enérgicamente presionante a veces,
como borrascoso viento destructivo.
Tierra del aire:
El vivificativo, extenso hálito
que serenamente te circunda leve:
O como airada, vaporizada sangre,
amenazador, rojíceo,
tenso e incendiado.
ESFERA DE LA SENSIBILIDAD
Otro aspecto de tu semblante hermoso
lejanamente percibo en ti,
planeta de la infinidad de multiformes
expresiones de la vida.
Y así también, Tierra,
delicada, excitable,
finísimamente vibradora,
esfera de la sensibilidad.
Sensibilidad en tus elementales protoseres:
ya retráctiles, receptivos, móviles, abiertos;
impresionables a toda exterior alteración:
Infusorios, amebas, variadísimos animalillos primordiales.
Moluscos recatados, anfibios;
habitantes diversos de tus aguas;
peces gráciles y agudos.
Sensibilidad en tus aves.
En tus insectillos de transparentes alas
y sutilísimas antenas,
en tus perros, gatos, gacelas, cervatillos,
ardillas, conejillos, ratones:
vivacísimos roedores
-ah, cuánto sobresalto en ellos-
e incontables animales amamantadores,
de cóncava, encordiada entraña,
amorosamente nutricios de su prole.
Sensibilidad agudísima en tu hombre,
el erguido ser; con esa su otra interior vida
-su distinción, su marca y su tormento-
concentradamente sufriente a veces;
o gozosamente, hacia el espacio y otros seres
abierta y desplegada.
Toda tú, Tierra;
habitación y plataforma
de miriadas de sensibilidades:
relacionadas, enlazadas, interactivas;
y adversas, ah, también:
que, conjuntadas, sin embargo, siento
como un enorme, único ser,
permanentemente recorrido
por las variadas remociones
de tu pluriforme mundo vivo.
Recoger y condensar en ti así pareces, Tierra,
las multiplicadas vibraciones
posiblemente activas
en el conmovido Todo;
y la sensibilidad, ah, nunca percibida,
de un infinito, inlatiente, ser de seres,
de sutilísimas, penetradoras fibras vivas
que por el cosmos extender debiera,
delicadamente receptivas.
Sensibilidad en ti;
sobre tus lomos, Tierra.
E indiferencia, en cambio,
en tus hermanos astros;
esferoidales yermos,
desheredados de la vida.
Hombre tuyo,
quizá contengo en mí
todas tus finísimas sensibilidades animales,
a través de tus edades recibidas:
Abundantísima riqueza
de tan variadas tonalidades matizada:
Desde la angustiosa contracción
del sobresalto huidizo,
hasta la quietud, alta y suspensa,
del perfecto éxtasis hallado.
¿En qué música, qué impronunciadas palabras,
podría conseguir expresarlas bellamente?
Multicorde ánima es,
sutilísimamente vibrante,
la sensibilidad en ti siempre viviente,
como si apretado corazón fueses del cosmos.
Tierra con la sensibilidad conjunta
de tus seres todos:
Que emanar de tu mineral cuerpo parece,
rodeándote invisible,
como una enorme medusa transparente,
retráctil o extendida,
finísimamente susceptible;
atenta y conmovida.
ESFERA DE LAS PLANTAS
Lejanamente,
tras tus blanquecinas nubes,
como envolventes gasas,
verdecida y ocre te entreveo,
Tierra de las plantas:
Por la pluriforme vida vegetal,
de trecho en trecho,
riquísimamente tapizada.
Tus vegetales:
Levísimos líquenes y musgos,
sorprendentemente a tus rocas adheridos,
apurando sutilísimas, inanes, substancias
nutritivas.
Hierbecillas temblando al viento:
pelusillas breves de tu mineral piel,
apretadas a veces en praderas largas
para el pacido y retozo de las bestias.
O solaz también de tu hombre:
En ocasiones tálamo mullido
bajo tu aérea esfera circundante.
Cereales verdosos o dorados.
Variadísimos arbustos, matas.
Y crecidos, imponentes árboles:
Columnas erguidas de la vida;
con sus copas como airosos capiteles
de la luz anhelantemente suspendidos.
Plantas todas tuyas,
con su expresiva floración
de corolas extendidas;
pasivas, quietas, ofrecidas
a los masculinos pólenes flotantes.
Vegetales del clorofílico milagro
por el Sol y el aire
mágicamente sustentados.
Y a tu silícea superficie
prendidos ellos también,
obteniendo prodigiosamente vida
de tu mineral y áspera substancia.
Reposadas plantas:
inmóviles, en ti enclavadas,
infinitamente pacientes ellas,
con su invisible respirar lento,
en exposición al radiante Sol,
tu asiduo compañero generoso.
Y bebedoras, estáticamente también así
recibidoras, del sutil rocío,
que levísimo, espiritual casi, les llega
en el suspendido aire
de tus altas noches serenadas.
Prodigio siempre asombrador para mí, hombre,
el de esa infinidad de vegetales formas
que te cubren;
repetidas según el apretado, mínimo plan
oculto de su seco semen,
bajo tu dermis íntimamente recogido
para después abrirse en determinadas
eclosiones
desde tus senos húmedos de madre desplegadas,
al espacio y al Sol, crecientes,
de iluminadas alturas anhelosas.
Portento y otro privilegio más en ti,
elegida Tierra de las flores,
más hermosas ellas todavía
por lo deleznable y breve de su fugaz encanto;
esfera de las plantas:
generosa, calladamente ofrecida siempre tú,
complaciente madre inmóvil,
a la succión constante
de sus innumerables raíces sustentadoras,
permanentemente a ti prendidas
para lograr sólo quizá
el inútil brote de una florescencia efímera;
como el hálito-alma de tu hombre:
ingrave floración,
brevísima ella también,
de ascendente, anheladora vida.
ESFERA DE LA ESENCIAL MINERALIDAD
Aparecer allá,
te veo nuevamente,
y con amor y admiración contemplo, Tierra,
la belleza de tu pura, esencial mineralidad:
La inviviente materia,
variada, multícroma,
desnudamente hermosa,
de tus púlveos silicatos y tus rocas;
desde accidentadas, larguísimas edades
tu exterior manifestación plastificada.
Rocas en otro tiempo intimidad tuya;
infundidas,
y en explosivas eclosiones de tu fogosidad
hacia tu superficie proyectadas:
O ardorosamente fusionadas
en tu interioridad;
y en tu mineral piel descubiertas luego
por las aguas y los vientos:
la erosión permanente que te lima.
-Granitos polimórficos,
dioritas, gneis...-
Y aquellas que fueron tu encendida efusión
petrificada:
expresiones de tus entrañares tensos,
aún enardecidos.
-Verticales basaltos columnosos,
obsidianas, pórfidos verdeantes y rojizos...-
Humildes rocosidades
que sedimentaciones presionadas,
o aglomeraciones de acuosos arrastres,
conformaron.
-Pizarras, ónices, margas, yesos, cretas...
o cristalinas, traslúcidas calcitas
que en humedosas oquedades tuyas
lentísimamente se fraguaron:
Bellísimas, verticales formaciones;
estalagmitas, estalactitas goteantes,
en grácil suspensión precipitadas-
Conglomerados, masivos polvos arcillosos.
Mantillos, arenas, oscuros humus
propicios para la vegetal germinación;
y sustento ellos así
de tus plantas y seres animados.
¡Ah! He aquí una enorme falla,
de cataclismales tiempos tuyos,
como profundo tajo
en tu seca dermis:
¡Cuánto de tu larga historia manifiesta en ella!
¡Cuánto de tu acontecer,
exento, desnudamente expuesto,
en tus estratos hondos aflorado!
Millones de siglos que sobre ti cursaron.
Edades tuyas que tu hombre,
estudioso de tu pasado ser,
con acertados, hermosos vocablos ha nombrado:
Terciario, cuaternario,
eoceno, plioceno,
triásico, jurásico, cámbrico, silúrico,
carbonífero, devónico...
Variaciones de tu existir mudable
donde petrificados restos de la vida
sorprendentemente reaparecen:
testigos mudos de tu vivir remoto;
antes que el hombre vertical hollase
tu corporeidad;
y, con asombro y gozo,
como yo, pudiese contemplar
tu variada superficie llena de sorpresas:
Preciosidades pétreas;
cristalinizadas, puras,
geométricamente estructuradas;
que en multiplicadas valvas
de tu recatada intimidad,
como enconchadas perlas
lentísimamente se formaron.
Alquímicas precipitaciones tuyas.
Hermosísimas condensaciones minerales;
iridiscentes, polícromas,
por apretadas o enfogadas energías
de tu sideral substancia conseguidas.
Belleza inútil quizá,
que nosotros, sin embargo,
crecidamente valoramos.
Pero amador hombre
y contemplador gozoso
yo aquí también soy
de los minerales más simples de tu suelo:
Arcillas ocreosas, pardas o rojizas.
Areniscas, inapreciadas, vulgares piedras.
Y todos tus innominados, abundantes silicatos,
pueblo de tu mineralidad,
que como a ti llamamos simplemente tierra.
Aunque inviviente materia sólo fueses,
tu rostro yo también con fruición contemplaría;
mientras sobre ti mi alma
-encorazonado vaho de la vida-
espiritual, amorosamente,
pudiese todavía envolver y acariciar
la mineral belleza franciscana,
sencilla, silenciosamente humilde,
de tu anodina superficie térrea.
TIERRA DE LA FOGOSA INTIMIDAD
En la lejanía torno a ver
tu rostro bellamente iluminado,
esfera hermosa,
y contemplar también quisiera
tu enfogada intimidad,
tu profunda, recogida, cámara secreta,
donde apretadamente guardas todavía
la transfusión que el Sol te impartió amante;
selecto planeta hembra,
generatriz albergue de la vida;
e igualmente viva tú
en esa tu interior movilidad fluida;
como lo es el alma de tu hombre,
también cálida esencia suya
íntimamente contenida.
Lo mismo que él tú sabes, Tierra,
de la efusión ardiente y conmovida.
Volcánicamente abierta,
tu calurosa energía honda manifiestas,
o en tremantes sacudidas
-siempre el temblor señal de vida-
expresas tu viviente inestabilidad
de cuerpo no acomodado todavía
a la isostasia inmóvil
de lo que sólo es mineral materia ininflamable.
Tu escogido ser, el hombre,
indagador constante,
secretos minerales o vivientes busca en ti
con su intelecto buido,
a través de larguísimas edades aguzado.
Pero aún para él ocultas tú
la interioridad desconocida
de esa tu plutónica esfera intangenciada:
En la que reacciones
intensamente enérgicas y activas,
operan cambios, transubstanciaciones,
que distinta vida originar pueden en ti,
como también nuevas expresiones
en tu semblante hermoso y variado.
El Sol vívido te ama.
Y predilecta de él has sido tú, sin duda,
cuando con su fecundatriz irradiación
te permitió asombrosamente gestar vida;
y dejar quiso también en ti fuego entrañado
que fielmente íntimo conservas
como si roja, fluida esencia él fuera
de tus profundas vísceras intactas.
¡Ah, si el hombre también pudiera conservar
su interior calor
después de tendido hallarse en tu mineral regazo
definitivamente horizontal e inmóvil!
Mas dolor es en ti opresivo, Tierra,
el de no poder sobre tu superficie
continuadamente persistir
esa preciosa esencia viva que en ti alienta,
temblorosa, cálida y fluida,
que es el ánima del hombre,
con su brevísima, conmovida luz,
incesantemente en tus ámbitos perdida.
Tragedia permanentemente repetida en ti
esta fatalidad nuestra, matriz Tierra,
que en tus entrañas tensas guardas todavía
fogosa, enviscerada vida.
ESFERA DE LOS COLORES
Sobre el horizonte desolado
de tu hermana luna
reapareces para mí, Tierra;
planeta del femíneo encanto,
doblemente hermosa
con la transparente túnica inasible
de tus múltiples colores.
Singular suerte para ti
en el universal azar
la de hallarte así,
tan diversa y bellamente
en toda tu extensión coloreada.
Y, ¡cuánto gozo en el color también
para mí, hombre,
generado en tu materno seno
por el Sol profusamente fecundado!
El astro de la virgínica, blanca luz,
que, embebidamente, tú recibes
encarnándola en tu diversa vida,
misteriosamente transformada
en animados, vibrátiles colores.
Colores que yo, el hombre,
recoger puedo
en mis interiores cámaras también;
y con placer íntimo y puro
gozar de su secreta música insonora.
Oh azules, celestes, añiles, cobaltos hondos,
en comunión dichosa con tus ocres,
o las bermejas vetas
de tus blandas arcillas ferruginadas.
Espirituales violetas indecisos
y vivísimos carmines
allí donde lejano tu perfil se pierde
difundido en la luz transida de la tarde;
o en el alba anunciadora
de tus encendidos días renovados.
Enardecidos rojos,
en musical acorde
con tus vegetales verdes,
y amarillos en sus frutos madurados.
-Cereales pajizos del estío,
pomas y hojas en oxidados oros del otoño-
Preciosísimo regalo recibiste, Tierra,
conjuntamente con la vida:
Tus colores: Apasionadas vibraciones
de la pura luz,
en las que palpitar ella parece
hecha casi humana latencia contenida.
Elegida fuiste, Tierra viva,
para musicales colores en ti manifestar,
con la silenciosa belleza en ellos presentida:
tal vez secreta, íntima danza
rítmica e inmóvil.
Colores entrañados,
que con purísimo gozo el hombre sensible
en sí también recibe,
haciéndoles plenamente ser
expresionadores de sentidos hondos;
que ni la música quizá
podría llegar a recoger.
Y no como aquellos otros por nadie conmovidos,
de tus inertes hermanos siderales;
por la generosa luz del Sol,
en ellos no encarnada, por seres absorbida,
tan estérilmente circundados.
Privilegiadísima Tierra
del color viviente, la encromada vida.
ESFERA TAMBIÉN POR EL TIEMPO ATRAVESADA
Lejana vuelvo a verte,
riquísima matriz-esfera,
sorprendentemente llena de vitales formaciones,
también por el tiempo atravesada.
El tiempo:
Activísima sucesión de sucederes;
continuadamente acción, renovación,
creación y destrucción en ti:
Movimiento incontenible
en tu cósmico cuerpo realizado.
O impasible quizá él;
mas originado por ti, propio
-duración, creatividad,
variedad, en tu substancia-
desde que fuiste
mineral energía ígnea solamente,
hasta concretarte en forma
por el Sol nutrida y clareada.
Sin cesar de ser, en el tiempo también,
variada, móvil, germinosa, después ya;
cuando el extraño, prodigioso suceso
original de lo viviente:
Singularísima edad tuya entonces,
que portentoso fenómeno universal te hizo.
Tu tiempo;
prosiguiendo permanentemente sobre ti,
más activo todavía,
generador, plástico, en esa tu asombrosa
diversidad vital
que pasmarme y casi caer sobre tu suelo
me hace al contemplarla.
Tu tiempo:
Él te pasa, traspasa;
o acaso tú a él lo atraviesas también,
siempre moviente:
Enfogada, bella condensación enorme
de tensiones, fuerzas, energías alentadas,
entrecruzadas, conflictivas
-sangre, lucha, dolor, goce,
vida-muerte y muerte-vida-
Tiempo trágico el tuyo así, Tierra:
conmovida, contradictoria, tensa esfera;
tan breve, sin embargo, mínima,
perceptible apenas
entre el sideral derroche que te aloja.
¡Cuántos acontecimientos también originados
en tu tiempo-espacio, en tu espacio-tiempo,
tras la manifestación sorprendente de tu hombre!
Maravillosos, expresivos, bellos...
Y brutales, horriblemente cruentos:
Astro entonces así tú,
de horizontes encendidos, rojos;
por el fuego, la explosión, la sangre,
violentamente recorridos.
El tiempo tuyo humano, Tierra:
terrible, hermoso.
Tiempo bello al ser hablado,
enritmado en música,
palabras danzarinas, cantos...
E inmovilizado al parecer él también
-así es por el hombre presentido-
en instantes de gozosos éxtasis vitales
hacia lo eterno tensamente proyectados.
Allí te veo; en el espacio suspendida,
por la continuidad del tiempo,
planeta-hembra,
permanentemente atravesada.
O activísima, móvil, siempre,
cursándole tú a él también;
como embarcación perecedera
en un río interminable.
Tu particular tiempo: Ya viviente, humano;
excepcional,
exclusivamente tuyo, nuestro,
Tierra.
ESFERA DE LA VIVIENTE MÚSICA
Con amor y asombro,
en el espacio negro destacada,
torno a contemplarte,
esfera entre todas distinguida,
y lejanamente oír ahora quisiera
-emanación de ti rumoreada-
la viviente música que albergas:
magnífico podium sideral
para las más variadas orquestaciones.
Música latente ya tal vez en ti,
a la par de los profundos ritmos de la vida:
En tu hombre y algunas de tus aves manifestada;
y en tu atmosférico espacio
sonoramente trascendida.
Origen eres quizá tú de una honda música
removedora íntima de todo lo que es vivo.
Música engarzada en ti
a través de los órdenes del tiempo,
en su inaprehensible fluencia
de incauzado río.
Y llegada ella también a la interioridad del hombre,
conmoviendo sus viscerales y anímicos subsuelos.
Con el oído en el espacio atento,
escuchar también ahora desearía
el multiplicado canto
de tu melodial aliento proyectado:
Planeta de la viviente música;
imposiblemente resonante
en tus hermanos astros giradores.
Y desolación así, ya total, en ellos,
sin que algún ser escuchar pueda
ni las vibraciones del silencio tenso
en sus desérticos espacios suspendido.
Contigo, sin embargo, Tierra,
profundamente contenidas, y en elevados tonos,
agudamente expresadoras
de tantas latencias tuyas entregadas.
A veces,
en la declinación de tus crepúsculos,
oírse parece y extenderse lejos
el ensaudado canto -voz, ah, siempre misteriosa-
de tu anhelante, multiforme vida.
Y toda tú rodeada invisiblemente quedas
de un musical vaho flotador,
hermosamente así también distinta
de tus inertes hermanos siderales.
El misterioso Alguien-Nadie,
inexistente, aéreo, en el universo girador,
con la vida la música también te concedió:
Preciosísimo medio comunicacional,
trasvasador fluido del esencial contenido de los seres,
y expresivo tal vez él
de la profunda ánima secreta de las cosas,
Tierra:
Singularísima esfera
de la entrañada, honda, viviente música.
ESFERA DE LA PALABRA
Algo prodigioso,
maravillosa esfera,
también en tus aéreos ámbitos resuena:
La humana voz;
las expresivas palabras de los hombres.
Vibraciones tensas
de su ánima y su vida.
Vocablos tantas veces portadores
de belleza y de sentido.
Palabras zozobrosas,
dubitativas, balbucientes;
profundamente potenciadas
de calor, hondo amor, eros encendido.
Y aquellas otras,
por el contrario,
como proyectiles agresoras,
disparadas por la tensión del odio;
en tu plural regazo
también desdichadamente alimentado.
Palabras gozosamente suspendidas,
leves,
danzarinas en sutiles, aéreas hebras
de flotantes melodías,
o, en corales cantos,
como aves en su vuelo
conjuntamente dirigidas.
Palabras doncellas,
gráciles, desnudas, puras,
en ritmado hablar, ya ellas poesía,
por el alma bellamente conducidas.
Y aquellas certeras,
exactas, firmes,
de la lógica geometría del espíritu
fieles servidoras,
en perfectas cuadraturas
y líneas ensambladas.
Palabras como cataratas, riadas turbias,
removedoras, y también fecundadoras,
de los profundos limos germinativos
de la Historia.
¡Ah, cuántas palabras
de variadísima sonoridad,
como diversas cuerdas de una inmensa cítara,
en tu fluida atmósfera vibradas!
Voces asiáticas:
cortadas, dulces, breves,
como punteadas notas de samisén.
Y también ellas hondas,
visceralmente resonantes,
apretada y tensamente proyectadas.
Palabras gravemente sonorizadas,
tajantes, altamente impostadas;
o melodiales, musicalmente densas,
en ese tu brazo continental de Europa,
tan activo en el humano acontecer
sobre ti desarrollado.
Palabras como enredados cantos
de vistosos pájaros polícromos
en la indiana América.
Y aquellas otras,
veloces, engarzadas
en telúricos ritmos de tam-tam.
Voces así en danza,
por la interioridad nocturna
de hombres del África emitidas.
Palabras todas, Tierra humanizada,
que en los espacios
aún más te hacen destacar:
Sorprendente, rumorosamente hablada,
esfera de la Vida.
ESFERA DE LA SANGRE AIRADA
Allá, planeta hermoso,
de tan diversos alientos y latidos,
vuelvo a verte aparecer
en tu cósmico ritmo girador;
turbulento astro viviente,
como si rojíceo fueses,
teñido con la sangre del hombre
y de tus variados animales,
por bermejos óxidos
de tus ferrosas arcillas sustentada.
Ella circula por tus palpitadas formas,
de una en otra también largamente prolongada.
-Aunque vertida, fluyente a veces,
y tornada a envasarse al fin;
en una diversa ronda permanente,
como carmíneo río
en íntimos canales encauzado-
Laberínticas conducciones vivas,
en ocasiones confluyentes,
como apretados nudos,
condensaciones de energías
en muchos de tus seres
agresivamente dirigidas:
Sangre de tus predatores animales
que otra sangre buscan nutritiva.
Sangre victimal
para ser en los más fuertes o aviesos,
nuevamente circulante.
Sangre de tu erecto animal, el hombre;
densa en incitantes fermentos de agresión
ella también;
como tan cruentamente a lo largo de su tiempo
ha demostrado.
Esfera preciosa eres de la vida.
Pero también astro terrible de la sangre airada,
que hospedas y sostienes
la energía brutal de la violencia.
Por eso te contemplo ahora
como a tu hermano Marte:
planeta enrojecido.
Y me parece tu belleza ser
la de un bíblico arcángel vengativo,
de ensangrentado gladio portador.
Trágico rostro de lo bello en ti,
que ver yo nunca hubiera deseado.
Si no ignorar enteramente
esa tu otra viviente realidad:
Reverso vergonzoso
de la hermosa, fulgente, joya de la vida
que, entre infinidad de astros,
te distingue siempre y condecora.
TRABAJADO PLANETA DE LAS GLEBAS
También desde aquí lejos contemplo, Tierra,
tus glebas humildes y ocreosas,
las acumulaciones blandas de los terrones húmedos
en los untuosos surcos
que trabajó tu hombre:
Multiplicados labios, delineados, rectos,
que tu vaho exhalan;
entreabierta tu superficie en ellos
para complaciente recibir
las siembras del otoño.
Han de llegarte los seminales granos:
Concentraciones prodigiosas
de apretados, misteriosos planes,
proyectos de la vida vegetal en ti;
para recogerlos, reposada, íntimamente,
en tu mullida dermis germinante.
Te contemplo y amo también así;
en tu labradora tierra simple, sencilla,
graciosamente ofrecida,
sin escabrosidades ni altiveces,
como tendida campesina generosa.
Tu tierra-pueblo,
sufrida, proletaria,
fecunda y trabajada,
de tus pulverizados, ocreosos silicatos,
tus oscuros humus,
tus arcillas;
algunas, como seca sangre,
ferrosamente enrojecidas.
Artesana tierra del barro genesial;
generatriz copiosa
de infinidad de formas vegetales
que nutres y sostienes;
y así también a la animada vida de los seres,
por el Sol y por ti
conjuntamente elaborada.
Superficie tuya,
a la vez barrosa y limpia,
acogedora y pobre,
como humilde estancia
de adobes construida:
Abierta siempre para recibir el agua
descendida de tus lluvias,
o en tus manantiales aflorada;
y las secas semillas vegetales:
diminutos nudos
con direcciones, secretísimas órdenes
de los genes previsores;
misteriosas claves de la substancia viva.
Distanciadamente, tornando a ver
tu iluminada esfera,
venero, acaricio y amo
esas porciones de tu superficie labrantías;
trabajo de tu hombre,
que como parte tuya,
dadivosa y noble,
también llamamos sencillamente, tierra.
ESFERA DE LOS MARES
Allí, en tu superficie, claramente distingo, Tierra,
las verde-azules extensiones de tus mares;
que alojar parecen
tus minerales vísceras continentales.
Mares, que germinativo plasma tuyo
primariamente fueron:
Salino suero donde a generarse comenzaron
-sutiles, leves, ya movibles corporeidades-
los iniciales seres de tu pluriforme vida,
que todavía conservar parece
el plancton traslúcido y flotante.
Extendidos mares,
como el infinito desear tenso de tu hombre,
la tirante, prolongada nostalgia inacabable
que en él honda se prende,
y sus íntimas fibras alargar hace
tras de un absoluto, presentido, bien,
siempre lejano e inasible.
Mares encrespados, bravos,
como por la desesperación movidos.
Mares como cielos descendidos,
que a su perdida altura transparente
agitadamente quizás anhelan retornar.
Mares permanentemente inquietos,
como ese otro encendido de lo viviente humano:
Mar dramático y carmíneo de la Historia.
Así tus mares:
Como la interioridad de tu más alta,
humanizada vida:
Dulces, conmovidos, hondos,
luminosos, bellos, quietos;
de inferiores o elevados niveles.
Plácidos o rugientes.
Crecientes o menguados:
Por sus grandes ritmos oleágicos movidos.
Tierra de los incitantes, peligrosos mares;
como nuestra riesgosa permanencia en ti;
hechos para transportar también
el anhelo y la esperanza.
O para sucumbir quizá en ellos sumergidos,
como en las movibles aguas de la vida;
donde, sin permanente flote,
hundido queda todo lo latiente.
Hermosa y trágica Tierra de los mares.
Y de nuestra existencia náufraga:
Navecilla frágil;
inútil, fugaz, inquieta
sobre el oscuro fondo de lo inerte.
ESFERA DE LOS NIÑOS
Nuevamente renacer te veo,
en el espacio negro suspendida,
iluminada esfera
de la más pura vivacidad humana:
planeta de los niños.
Sobre ti ellos libres, abiertos,
espontáneamente activos,
se mueven, corretean,
se revuelcan descuidados en tu suelo;
juegan con tus arenas y tus lodos.
E inventan, construyen,
hacen y deshacen en ti formas,
como tantas de tu Naturaleza:
inútilmente caprichosas,
incontaminadas, vírgenes de toda pretendida
finalidad.
¡Sal del mundo y gracia tuya también
la de los niños!
Fantasiosos, sensibilísimos, creativos...
Mariposas vívidas de la substancia humana.
En las playas;
junto a los movibles labios espumosos de tus mares.
En tus montañas y tus bosques.
A la orilla de tus arroyos y tus ríos,
ellos siempre saltarina, grácil,
libérrima alegría.
Los animales, tus más sencillos seres,
los comprenden también y aman.
Vivaces como ellos,
aún no desplacentados
de tu natural maternidad inmarchitada.
Descuidado y felizmente suspendido
del mismo modo su ser se halla
en la multicorde red de fibras y energías
que sobre ti extiende la vida generosa.
¡Qué real, qué verdadera, su existencia
tan directamente a ti aún prendida!
¡Cuán puramente vital su libre juego
con los animalillos varios
-corderos, perros, gatos, asnos, cervatillos...-
en tu regazo complaciente desplegado!
Preciosísimo regalo para ti también
el de los niños:
Iniciales brotes,
en tu solar crecientes,
de lo viviente humano.
Animadísimos, expresivos, geniales...
Sus ojos, como abiertas flores,
atentos y asombrados,
descubriendo constantemente el mundo tuyo
que en torno a ellos se les ofrece nuevo;
y en instantánea, directamente viva, comunicación con él.
Chispas son ellos en ti
de lo esencial latiente
que deberíamos llamar divino.
Palpitadas joyas expresivas de lo humano
que selectivamente pudieron al fin precipitar
las íntimas alquimias de la vida.
Y, ¡cómo ellos tu mineral piel y tu substancia
también aman!
Modeladores pacientes de tus húmedas arcillas.
Contempladores, curiosos y embebidos, de tus plantas,
y los animalillos que las frecuentan y recorren
-insectilos, hormigas, saltamontes, catalinas...-
a los que les hablan y canturrean sin reparo,
presintiendo que acaso los escuchan,
atentos a sus palabras y sus voces.
¡Cómo transforman, transubstancian, también ellos
con sus inocentes manos
lo que en tu habitada superficie tocan!
Y a tu atmosférico azul su mirada dirigida,
cómo, del mismo modo, aún más lo animan.
Y volanderos objetos
-piedrecillas, cometas, palos, papelillos planos...-
le lanzan desde el suelo
conjuntamente con su proyección vital
incontenida.
Desde aquí, lejanamente,
oír alguna vez quisiera
el multicorde sonar de sus voces vivacísimas,
claras, desprendidas en ti:
exultantes, jubilosas, cantarinas...
en tu aéreo espacio gozosamente vibradoras.
Tierra de la encantosa infancia.
Elegida plataforma
para el feliz, libre, vuelo
-ilimitado, descuidadamente dirigido-
de la más pura y expansiva
vitalidad humanizada:
La infantil, directa, esencial, limpia alegría.
PLANETA DEL INFINITO Y CAPRICHOSO
JUEGO PLÁSTICO DE LA VIDA
No puedo volver a contemplarte, Tierra,
pequeña esfera luciente en lo lejano,
sin que el mayor asombro me invada y pasme
al darme cuenta
de todo lo que activamente se mueve y se conmueve,
late, vibra en ti:
Sobre tu superficie mineral,
y en tu aire, tus lagos, tus ríos y tus mares.
Al considerar en esa tu brevedad de mínimo planeta,
la infinidad de seres animados
que albergas y mantienes:
Variadísimos, multiformes,
para su tan diversa existencia
y modalidades de vida proyectados.
¡Cómo es posible que en ti,
simple astro satélite del Sol,
tal prodigio se haya originado!
¡Y algunos de tus hombres
torpemente extranaturales milagros
buscan todavía!
No han sabido sencillamente mirar en torno suyo
y sorprenderse maravillados
ante las innumerables formaciones de la vida
que permanentemente nos rodean.
Ignorancia, ceguedad, imperdonables
las de tantos hombres tuyos,
indiferentes a lo que tú, Tierra,
dispendiosamente ofreces
en tu natural, fascinante feria multicolor
de lo viviente;
copiosísimo zoo desparramado por tu corporeidad,
acogedora de tantísimas plastificaciones
latientes y alentadas.
¡Cómo es ello posible!,
repetidamente necesito preguntarme.
¡Cuánta belleza caprichosa, inútil, pura,
sin finalidad determinada,
en ti graciosamente desplegada,
como si un genial artista niño hubiese jugado
-y jugase todavía- con la vida
a modelar, organizar y lanzar sobre ti
formas y más formas permanentemente activas,
que también ellas se entregan a un variadísimo
y peligroso juego interminable!
Portentosa pluralidad la de tan distintos seres
que te animan y enriquecen, Tierra.
¿De qué modo podría, como homenaje
a ellos y a ti, con mi palabra,
nombre por nombre, enumerarlos?
Pretensión imposible
que sólo en mínima parte lograría.
ELEGÍA FINAL
Tierra.
Tierra elegida,
seleccionada
para ser vida:
enriquecida,
diversa y bella
multiplicada.
Gracia y portento
del universo;
entre los astros
tan distinguida.
Y en las ruletas,
íntimos giros
del cosmos ciego,
interacciones
y conjunciones,
juegos de átomos,
red de energías,
máximo acierto,
mundo logrado.
Tierra.
Tierra lucida,
móvil esfera
humanizada,
que sangre llevas
en animales;
y en vegetales,
plenos de savias,
fiel clorofila.
Maravillosa
creación de seres;
en los espacios
viajera viva,
de amor poblada.
(Y mancillada
con tensas luchas,
crueldad, horrores,
que te degradan)
Tierra.
Tierra en el tiempo,
largo, infinito,
jamás cercado,
también llevada.
Y amenazada
-¡ah, sino exacto
de todo cuerpo,
de toda vida!-
de no ser cierta,
de no ser nada:
De que un nefasto,
siniestro día,
sin hombres, almas,
también sin vida,
inerte, ajada,
desalojada,
seas fiel hermana
de tantos astros
tristes e inmensos,
sin seres, ansias,
brotes, alientos;
desmantelados
y desolados;
curvos desiertos
en el vacío
girando ciegos
Tierra.
Tierra escogida,
del Sol querida,
por su luz bella
inseminada.
Puede que en cierto
tramo del tiempo,
seas fatalmente
pobre y transida,
sombra silente,
sin esperanza
de hálitos nuevos;
tétrica estancia
sin voces, cantos
de insectos, aves,
concierto humano.
O en un instante,
seca, ya hendida,
explosionada,
desvanecida,
-perla del cosmos,
madre colmada-
seas fuego errático,
leve y flotante
forma fundida,
polvo en el Todo,
nada en la Nada.
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