Joaquín Chamorro Aguilar


          ACONTECER Y SER









     PARTO

A Mary, mi mujer;


sufrida parturienta de mis hijos




 Como la tierra,
mujer.

 Como la tierra:
tendida, abierta,
germinada, henchida.

 Así tú, mujer.

 Para el ser
de otro ser
medida, moldeada
cavidad cumplida.

 La vida
ya te dicta, ordena
la salida puntual, fiel,
de la crecida, plasmada,
forma nueva.

 ¡La vida!

 Ella te aprieta,
ciñe, oprime;
tensada, poderosa, obliga.

 Sus energías arrecian,
prensan tu matriz.



 Concentradas fuerzas.
Atirantadas fibras;
hondas, ciegas.

 Su contracción,
ya dolor,
comienza.

 La viviente orden,
severa, decisiva,
se impone sobre ti.

 Y tú ya sierva,
sometida esclava,
en oscuro, planeado
obedecer entonces.

 ¡Ah! Tiemblas.

 Se condensa, exprime,
expresa,
tu germinal abdomen.

 Se declara
la tensión total,
excepcional, precipitada,
en tu cuerpo, miembros,
tu completo ser.

   Mujer,
 Te mandan también
el tiempo,
la luna lejos,
su rotanción mensual.

 Misterio creacional en ti.

 Algo tuyo, interno,
tierno, débil, nuevo,
en tu genesial canal progresa.


 Ya ceñido, coronado de tu carne,
asoma.

 Intensidad de esfuerzos.

 Sobre tu vientre
sacral momento.
-Lo sientes, sabes-

 Aprietas.
¡Ah, intenso, tenaz sufrir!

 Mujer.
Como la tierra;
entregada, abierta.

 Sangre. ¡Sangre ya!
Primordiales limos.

 Un gemido
en prolongada voz.

 Y una expulsión.
Un vuelco.

 ¡Portento!

 Otro ser
de tu entrañar surgido.

 Respiro,
alivio tuyo;
nuestro.

 Has vencido.

 La vida.
Ella ordenó,
dirigió, entregó.


 Y un hombre-niño
a la realidad vertido.

 Existe. Gime ya.

 Un vagido.
Otro llanto.
 Otra voz.

   Mujer.

 Como la tierra
tu germinación entregas.

 Y hacia ella
va tu corazón:
 Pura efusión.
Oh abrazo tenso.

   Mujer
 Ya en conjunción, comunión,
amor...

   Calor.
 Envoltura tierna.

 Ofrecido el seno

 Mujer.
   Así colmada.
Cumplida.
 Resuelta.

   Plena.




BELLEZA, ¿CÓMO YO NOMBRARTE?

 Belleza:
¿Qué palabra
para designarte a ti;
perfecta, exacta, nueva?

 Porque atrevido es ya nombrarte:
Belleza inapresada,
delicada, sutil,
espiritual, ingrave.

 ¿Dónde estás?, ¿dónde estás?

 Brevedad, ah,
levedad aquí tu ser.

 Cuando ya eres, infiel te vas,
con fugacidad te alejas.

 Estrella tenue, feble,
de iniciado palpitar.
 Alado toque de pasajera, vivaz ave.
   Deleznable, frágil...

 Belleza, tactada apenas,
volatilizada,
corporeidad no hallada
-¡oh arduo lograr!-.
Tu piel gasa es de aire.

 Música sólo eres, tal vez:
En el cantar y el pintar ritmados,
el modelado, el fiel grabado,
tiemblas presentida.

 Culminado ideal lejano
de dificilísimo hallar tú;

sin reconocida faz
para mí, hombre solo, enamorado,
tantas veces tras de ti
en tantálica ansiedad:
el ánima, la voz, el ser, alzados.

 Luminosidad sidérea.
Constelación flotada, inalcanzada...

 Belleza:
 Mi querencia urgente.
Aun con la mayor delicadeza
al intentar lograrte,
fluida, esquiva, siempre.

 Tu riqueza
destellante, del hombre aspiración:
innecesaria necesidad,
gema entre lo inerte.

 Dificultosa empresa,
natural, sin artificiosidad,
captarte,
no sofisticada,
inaccesible a la vileza
de comprarte, enajenarte...

 Belleza.
-Sólo así puedo llamarte-

 Difuminada, palpitada,
diseñada floración:
leve, breve, móvil, quieta...
 Incontaminada, pura, esencial,
limpia, deseable amada.

 Realidad
misteriosa, velada, oscura...
A la vez clara.


 Penumbra, día, tarde, noche, alba...

 Te llamo, amo.
Aunque lo sé: Atrevido es ya nombrarte
a ti, la inexpresable,
jamás, mía,
de nadie aún maravillosa presa.

 ¿Dónde estás?, ¿dónde estás?

No te abres, te revelas,
desnuda, pura, exenta...

 No te entregas,
ya dejada, abandonada,
a quien no cesa
de buscarte, invocarte, desearte...

 Belleza.
No se aún cómo llamarte.

 Musical, formal,
difundida, coloreada, extensa,
cantada, hablada, modelada,
esencial, ideal, aérea Belleza.




          REMBRANDT

 Sabías, supiste,
aún sabes
-todavía ante nosotros
tu obrar persiste-
pintar al hombre con su interioridad,
en el misterioso claroscuro
de su espiritual, íntimo aire vivo;
ambiente, anhelo en lejanía,
infinidad del ánima inmedida.

 ¡Ah mundo tuyo, Rembrandt!

Substancial, real,
vivaz, pulsátil,
humanamente activo.

 En tu pincelada
el modelo hermano tiembla,
alienta en esencialidad,
fiel calor, latido...

 A su rostro, en ocres y amarillos,
destellos fluidos de oro,
lucir lo haces fascinante:

 Los animados ojos
emergiendo en el violeta-noche
fondo de la vida,
destacando vibrantes, lucientes, clareados,
de tan humanos ellos ya transfigurados,
asomados como astros
en la espacial oscuridad
por ti hecha viviente,
matrícea, germinal...
 Y tu arte en la mujer, ¡ah!
Ella, tu Saskia, perenne, nueva siempre,
para tu deseo-amor genesial;

voluminada, moldeada, por tu luz-pincel:
vital, vivaz cuerpo femíneo
de tu sentir y tu gozar.

 La nostalgia,
que también tú nos mostraste;
y el dolor en la ansiedad,
la atracción indefinida,
ciega, clara,
con nuestro caldeado hálito:
humanizado vapor flotado
entre el misterio universal
del Sol, los astros,
el tiempo-espacio sideral.

 Hombres que plasmaste,
como nosotros todos,
en su nocturna, permanente «ronda»,
que preguntan, rastrean, buscan,
al resplandor de sus linternas,
su pobre luz exploradora,
que también sobre los rostros muestra
su alegría, interrogación, serenidad,
temor...

 Hombres y mujeres que se conmueven
con su entrañar latiente,
y el vivificado, fugaz fuego
de su aspirativo aliento.

 Los animales entresijos
de la vida elemental
que también pintaste
en el canal de un buey desollado, expuesto
con tan vigorosa realidad
-tendones, membranas, músculos aún tensos,
de reciente sangre rojos
y de substanciosas grasas esféricas perlados-



 Tus aguafuertes, Rembrandt,
-¡oh punzones y ácidos sapientes!-
que del hombre y sus pasiones
tanto ellos aún dicen:
expresionadores, enérgica y hondamente
manifiestos.

 Tus dibujos, instantáneos, urgentes, impromptus
conmovidos: Hechos siempre
con vigor -fuerza sin esfuerzo-
espontáneo, germinal,
en temblor de creación reciente,
húmedos de vida.

 Rembrandt, pintor-hombre,
maestro sencillo, elevado, noble,
Bach de los colores
con tus musicales notas en pigmentos,
ritmos espaciales,
hondones del ánima en crecida:
floración, valoración máxima vivida
de lo interior humano.

 Todo, como tu hermano Bach,
serena, sabiamente, artesanamente, trabajado.

 Rembrandt.

 Espiritual, audaz creador,
precursor de un tiempo nuestro
y su esencial hombre
con nuestra historia viva.

 Rembrandt.

 Ante nosotros siempre palpitante,
real, veraz...
sin modos, modas,
sin la falsa, engañosa belleza inane
de una banal modernidad prostituida.


ENTRE LA MULTITUD ABIGARRADA...
  
   Entre la multitud abigarrada
de la gran ciudad
me encuentro ahora.
  
   Apelmazadamente,
hombres y mujeres,
-niños también:
florecillas en un respirar de estufas
sorprendentemente vivas-
van y vienen,
pasan junto a mí,
me rozan;
muchos de ellos serios, graves...

 Cada uno lleva
un mundo hermano al mío.
Pero distinto quizá él,
personal y único:
particular estancia
de variada intimidad,
doliente, estrecha,
o crecidamente ansiosa
en concretos, próximos deseos,
y largos, indefinidos,
anhelos distanciados.

 En otros
la prisa
aceleradamente los sacude urgente
con ingrato ritmo.

 Llegar... ¡Llegar pronto!
Al trabajo,
al horizonte incitador y móvil,
expectante allá:
 Su alejada meta.

Su proyección de vida.
 ¡Dónde, a dónde!
¿Y cuándo se ha de hallar?

 Su corazón les urge.
Sus latidos: segundos vivos
en el tambor del tiempo
acelerados baten.
 Su respiración,
sus piernas urgen:
apresuradas, tensas,
implacablemente,
como los músculos de un caballo
fustigado.

 ¡Ah, tiempo
que así nos cruzas,
dentado, agudo,
con exasperado, veloz rodaje!

 Veo unos jóvenes amantes enlazados.
Ellos saben poco ahora
de ese desbocado tiempo jadeante.
 Ellos caminan
en un tiempo flotador, suave;
suspensos, ensimismados,
ingraves casi
sus unilatientes cuerpo y alma enfogarados.

 Ancianos también pasan
con trabajoso andar.
 Añosos árboles humanos,
nudosos, apretadamente madurados.

 Y yo, entre todos, solo:
islote palpitado,
flotante y desasido.



 Algo muy profundo
de pronto siento que me duele:
Oscura llaga
que se me ahonda a veces verdecida
y más intensamente me lacera.

 ¿Por qué?, ¿por qué?
¿Cuándo surgió ella en mi interior cercado?
 Me duele el hombre, tal vez,
hermano mío,
en mi ser también ahora
apretado y tenso.

 Me duele su pequeñez quizá,
tan triste, desvalida a veces,
de insectillo frágil,
tenuamente luminoso
en el bosque cósmico perdido:
 Sus anhelos también,
sus multiplicadas aspiraciones
que han de desvanecerse
en cualquier momento,
deleznables vapores disipados.
 Y me oprime, duele, eso
de tan terrible, brutal acción,
que ni nombrar quisiera.
Porque su nombre al surgir me daña
como un globuloso, enroscado erizo
que mi corazón y mi garganta hiere.
¡Fiera horrible, insaciable predatora!

 Delicado el hombre ante ella es,
temeroso haz de latientes fibras contraídas.
Pero temible también él, por otra parte,
con sus iras torpes, desafíos, guerras,
propulsor y acelerador tremendo
de la molinera tolva, el implacable rotor,
que nos deshace.


 Entre la callejeante multitud,
partícula perdida, continúo.
Y el inconcreto dolor oscuro
me sigue horadando íntimamente.

 ¿Por qué?, ¿por qué?, repito.
Tal vez porque no soy con los demás compacto aquí,
substancia esencial, viva, de todos.
Porque soy aún sólo flotante, extraño hongo
que no puede, no quiere, sumergirse en la total corriente.
 Y me daña por ello esta concavidad íntima mía
de apartado hombre.
Que sigue aquí entre la desordenada multitud
inconfundido.

 ¿Dónde el esencial ritmo venturoso que nos haga
unánimes en perfecto, concertado coro?
 Miro a todos los hermanos que me rodean
desde mi soledad estérilmente acompañada.
 Contemplo a una mujer hermosa
que a mi lado pasa
con estético goce y fugaz deseo.
 Y sigo siendo parte, doliente porción sólo,
de la total corriente,
como una simple gota en la fluencia de la vida,
independientemente, apartadamente sufridora.




QUÉ VOZ MÍA MERECEN...

 Qué voz mía merecen
estos campos, estas tierras
-ah, saber ahora quisiera-
para cantar
su estabilidad, su sencillez,
a la vez que su grandeza,
en la extensa meseta
desplegada.

 Qué palabra he de ofrecer,
decir, para expresar
su fiel permanencia contenida;
mientras mi vida
lejos de ella fue
y árida sufrió
una estrecha existencia
acongojada.

 Torno a veros:
campos, tierras,
donde mi cándida infancia transcurrió.

 Y no me llega
la singular, exacta voz
en feliz poema,
para saludaros;
y ante vosotros, nuevamente niño, respirar
el hálito perdido
que el tiempo ha disipado,
de aquella naciente, auroral,
vida irrecobrada.

   Qué palabra,
qué voz, he de buscar,
intentar hallar;
campos, tierras, aún amadas.


           HOY EL MAR...

 Hoy el mar, ofrecido y quieto, deja
que el azul se remanse en él perdido.

 Hoy también fiel la luz rendida besa,
fluida y pura, su rostro inconmovido.

 Hoy su plano y potente pecho apenas
deja oír su ritmado, ancho respiro.

 Hoy los vientos se abstienen y respetan
su gigante reposo en lo inmedido.

 Hoy tampoco a mi vida serenada
la inquietud ha llegado; y, cual tus aguas,
mar amable, aire y luz limpia recojo.

 Hoy también, como tú, extendido gozo
de la tarde que allí, vaga y lejana,
a tu calma de añil tinta de rojo.




BREVE EL DECIR; SEA SUSPENSO
   
  Breve el decir; sea suspenso.
El paisaje habla callado.
   
  La tarde escucha, y el viento
mensajes trae. Han llegado
rumores que, aún sentimiento,
palabras no han liberado.

 Alguien con nosotros -aire,
montañas, árboles, cielo-
hablarnos intenta dentro
a ti y a mí en la honda tarde
de todo lo ignoto y ciego:
de aquello, misterio denso
detrás del paisaje hallado
en este espacio, este tiempo,
a nuestro vivir legados.

 Breve el decir; sea suspenso.

 Nos basta el sentir callado.
Nos habla y canta el silencio.




        PIEDRA

 Piedra.
Sobre la tierra, piedra.

 Rugosa, dura, ciega.

 ¡Cuantas vueltas
las tuyas! ¡Cuántas vueltas!

 Primero en la ribera,
el torrente, el turbión fiero.
 Luego, redonda hecha,
tendida en seco lecho.

 Quizá fuiste pared
de alguna casa vieja.
Valla tal vez después
de alguna rota cerca.

 ¡Cuántas vueltas
las tuyas! ¡Cuántas vueltas!

 Yo soy un hombre, piedra,
también sobre esta tierra.
 Como tú, forma, y ya ser,
a cuestas muchas vueltas.

 Aquí llegué a nacer.
Crecí, me alcé después.
Caí, logré ascender.
Me fui. También cambié
como tú, siempre viajera.

 Y lo sé, cierto lo sé:
De moverme cesaré
aunque tú prosigas ciega
todavía dando vueltas:
rugosa, dura, inquieta,
sobre esta tierra;
piedra.


  ANACREÓNTICA
 
  Tener el alma roja.
Tener el alma blanca.
Ardiente y luminosa
como una brasa viva.

 Llevarla suspendida.
En cimas, leve y alta.
Flotante y embebida.
En un baño de gracia.

 Beber colma la vida.
Gozarla, siempre densa.
-Amor, y dicha intensa
en mutua entrega dada-

 Alzarla en copa henchida:
ferviente y espumada.
Esencia ella brindada
como un champán en fiesta.

 Tener el alma roja.
Tener el alma blanca.
Llevarla iluminada,
crecida llama enhiesta.

 Beber colma la vida.
Cantar. No saber nada.
Y no buscar respuesta.




AIRE, AIRE FLOTADO...
 
    Aire.
Aire flotado
quisiera ser,
sólo aquí ser;
para alejarme ingrave,
al desprenderme
de esto aquí amado:

 Que fue,
que para mí ya fue.

 Cual leve ave
pasar lejano.
 Y dejar en largo
tacto estirado,
de adiós pendiente,
tirante el ser,
esto aquí amado:
 Que fue,
que para mí ya fue.

 Aire.
Aire innotado,
transubstanciado
quisiera ser.

 Irme, dejado
ya lo pesado.
 Y desbordado,
efusionado,
desprenderme
de esto aquí amado:

 La noche, el bosque,
los animales, los nobles vegetales,
el amanecer, la tarde...

con el hombre hermano;
y tú, mujer,
suave mujer.

 Como aire,
viento espaciado,
pasar lejano,
y adiós tender
a esto aquí amado:
 Que fue,
Que para mí ya fue.

 ¿Por qué, por qué
debo marcharme?

 ¿Por qué?
-he de aclararlo-
yo así arrancado;
desenraizado...

 ¿Por qué? ¿Por qué?

 Aire,
viento alejado,
quisiera ser,
sólo aquí ser,
al despedirme,
aún entrañado,
de esto aquí amado:

 Que fue.
Que para mí ya fue.




DEJA YA LA TARDE...

 Deja ya la tarde:
Me dices, amigo.

 Deja ya la tarde.

 Y yo te digo:

No puedo dejar de
cantarla, expresarla.
Soy tarde yo mismo.

 Es tarde mi alma.
Es tarde mi vida:
Crepúsculo herido.

 He de hablar de la tarde.

 No me digas, amigo,
que la ignore olvidada.

 Soy tarde yo mismo.
Dentro ahondada la llevo.

 Y jamás dejar puedo
de cantarla, expresarla.

 Ya lo sabes, amigo.




LAS FIELES COSAS AMIGAS...

 Las fieles cosas amigas
que me rodean calladas,
no hieren, ah, no lastiman
mi entraña que siente y ama.

 Ellas ofrecen tendidas
su quieta presencia mansa.
Ellas se dejan, sumisas,
acariciar entregadas.

 Calladas cosas amigas
que no dañáis nunca el alma.

 Allá en lo azul tenue brisa
esencias finas regala.
 Neblinas vagas, sin prisa,
navegan cielos lejanas.

 Perdidos malvas avisan
que tibio el sol se levanta.
 La luz -oh, abierta sonrisa-
alegría es que ya canta.

 Calladas cosas amigas
que no dañáis nunca el alma.

 Los rectos chopos en fila
son monoritmo que avanza.
 El bosque, mancha perdida,
pincelada es leve y ancha.

 Calladas cosas amigas
que no dañáis nunca el alma.




ALIENTOS, HÁLITOS HUMANOS
     
  Alientos.
Hálitos humanos.

 Vahos sobre el latido
del corazón en pálpito.

 Alientos, hálitos.

 ¡Cuántos! ¡Cuántos!

 Diversos: Contenidos,
desprendidos, liberados,
también estremecidos,
agitados...

 Hálitos crecidos, encendidos,
del amador enfogarado.
 Acalorados, agresivos;
por la ira hinchados.
 O por el dolor, la opresión, vencidos:
de aire así menguados.

 Alientos, hálitos.

 Callados,
ya transidos,
de amantes enlazados,
tras la fusión rendidos.

 Hálitos del cansancio:
Jadeados por el esfuerzo
de los brazos trabajados,
tensos, del obrero, el campesino,
el arador, el cavador, el sembrador,
el escardador,
el camionero,

el conductor de bueyes,
el porteador de granos...

 Hálitos humanos.

 ¡Cuántos! ¡Cuántos!

 Alientos de peón;
mínimo trabajador asalariado:

 Del tornero, el fresador, el forjador,
el serrador, el albañil;
el herrero, el carpintero,
el alfarero...

 Del artista genuino,
también él artesano:
 Del pintor, el escultor,
el músico, el cantante, el bailarín;
con armonía y fidelidad ritmados.

 Alientos, hálitos.

 Aire aspirado y espirado
por el fiel pulmón
que el pulsar del corazón
oxigena en fuego.

 Alientos, hálitos humanos.

 ¡Cuántos! ¡Cuántos!

 Diversos, variados.
Valiosos, apreciados,
dignos, ellos siempre.

 A veces tan escasamente
respetados.



POR FAVOR, NO ME PIDAS PALABRAS...

 Por favor, no me pidas palabras
sólo a ti dirigidas.

 He de hablarle también a la tarde,
la noche cegada, el fiel día,
las cosas, el cielo, los árboles,
la estancia infinita del cosmos, el aire,
la Tierra de seres diversos henchida.

 Por favor, no me pidas palabras
sólo a ti dirigidas.

 Déjame repartirlas
para todo y en todo flotadas,
palpitadas, aladas, crecidas,
como aves en rauda bandada,
como flores al viento entregadas;
sonoras corolas perdidas.

 He de en ellas al mundo volcarme,
feliz derramarme
sobre todo esto amado, admirado;
y quizá de este modo llevarte
también con mi voz transportada,
grácilmente prendida.

 Déjame: No me pidas
que hable, que diga, que aflore cantando
para ti este interior mar de vida
exaltada que siento:

           ¡Es inmenso!

 Aunque tal vez por ti a mí llegado
algún día.


 Y mostrarlo elevado pretendo
en palabras dispersas,
ritmadas, danzadas, giradas
igual que los astros suspensos.

 Son así ellas más mías;
hondamente sinceras entonces;
y hacia ti, para ti, recogidas,
conmigo y contigo latientes,
íntimamente acordadas, vibradas,
en crecido sonar musicado.

 Tal vez el que tú te mereces,
querida.

 Por favor, no me pidas palabras
solamente hacia ti dirigidas.




       SEGADORES

 Segadores.
Dejad las amapolas.

 Llevaos el trigo en grano
que el viento alarga en olas
de vegetal océano.

 Segadores.
Dejad las amapolas.
 Respetad las flores
de bermellón corola:
 El rojo del verano.

 Dejad las amapolas:
Segadores.

 Dejad las amapolas
entre el rastrojo vano.




EL HALCÓN EN VUELO

 Cielo de Castilla.
El halcón en vuelo.

 Belleza exacta, viva;
curvada en aérea, limpia,
movible geometría.

 Destreza, ligereza.
Deslizada, fina, recta
agilidad flotada.

 El halcón en vuelo.

 Acción de incontenida,
audaz, precisa fuerza;
energía volteada:
 Girada, planeada,
triangular, aguda, rauda,
ascendida, descendida,
suspendida lejos, tensa.

Circular, helicoidal,
espiral movilidad;
parábola cruzada.

 Se aquietan extendidas,
estáticas, las alas.

 El pecho, suave quilla
del viento cortadora.
 Eficaz timón la cola.
 Temibles garras:
hoces, cuchillas arqueadas
de vida predatoras,
con trazos vigorosos diseñadas.


 El halcón en vuelo.

 Magnífica nave-ave
de alas-velas desplegadas,
en el aire sostenida.
 O certera, buidamente dirigida,
tras la presa proyectada.

 Euritmia.
Espacial danza.
 Juego sutil, gracia
de ágil, tenaz fuerza
por una hambrienta urgencia propulsada.

 El halcón en vuelo.

 Vibración de flecha viva,
palpitada,
lanzada, decidida,
que atraviesa el aire
del cielo matinal
acelerada.

 Y la paloma-presa
-oh inocente vida-
acosada, perseguida:
En animal congoja,
enzozobrada, huida;
velozmente arrebatada.

       ¡Sangre!

 Brutal, roja violencia
en su blancura desgarrada.

 El halcón en vuelo.

 Cruel, tensa belleza,
rasgueante aún, desplegada

en el cielo abierto, claro:
 Perfecta semiesfera
transparente, azul, volcada
en la plana, seca tierra
de la estepa castellana.



  SOL CULMINADO

 Ascensión del día.
Culminación del Sol.

 El meridiano -exacta cruz-
en fulguración crecida.

 Desbordamiento de la luz.
Efusión total en el azul
su irradiación fluida.

 Sol: astro-flor.

 Nos llegas, grato quema
tu calor flotado.
Y ámbitos de oro
nos ofreces claros.

 Las sombras...
¡Pronto! ¡Fuera!
 A vuestro rincón ya ciegas.
Perdeos, disipaos.
 Y abrid, dejad espacio.
Que pasa el alto Sol:
Emperador dorado:

 Señor:
Dispensador
de haciendas, vidas...
Generador.
Padre-astro nuestro.
Dador colmado.

 Mediodía en esplendor.
El meridiano coronado.
 Emanación ardida
del máximo momento radiador.

 Luz-astro-flor.

   Sol culminado.


              VOZ

 Voz.
Humana voz.
Expresión del mundo.
Melodía de la vida
por sus fibras emitida:
estremecida, limpia prima,
o, en resonar profundo,
visceral bordón.

 Voz.
Humana voz.

 La vibración más escogida
que aleteó en el aire
de esta esfera viva.

 Voz del amor:
murmurada, cálida, encendida.

 Voz estrangulada
por la angustia hendida:
ya expresión quebrada.

 Voz descompasada,
gritada, airada,
por el terror lanzada,
por el furor, la ira incontenida,
proyectada.

 Voz.
Maravillosa vibración.
 Exclamación del asombro, la admiración,
el ansia,

o del sofoco, la asfixia,
espiración ya casi ahogada.


 Voz humilde, empequeñecida,
de la oración,
la súplica.

 Voz música
del poema, el canto,
en ritmación crecida.

 Y ofrecida, clara,
con el corazón
generosamente dada.

 Humana voz:
Comunicación del sobresalto.
Eclosión de lo sublime, bello.
Floración de lo indefinible
que nos llena, exalta;
cuando tanto nos sentimos
y apenas somos nada.
-Ingrave navecilla
en agitado mar perdida,
sobre lo abismal flotada-

 Voz. Humana voz:
trascendida, ya coral quizá,
lejana, distanciada,
de la plena, total vida.

 Voz de un Dios,
si acaso el existiera, fuera,
y, entrañado, con amor hablara.




NOCHE SOBRE LA CIUDAD

 Noche sobre la ciudad.

 Las constelaciones lejos.
Los neones parpadeantes,
geométricos destellos.
 Y las estrellas pálidas:
como apagadas flores.
Desdeñadas, allá ciegas:
Velada realidad.

 Noche sobre la ciudad.

 Y en su interior misterio:

 En los rascacielos rectos:
termiteros enormes.
Torres de alvéolos:
 Habitados por hombres;
en su silencio solos.
Con su particular secreto.
Sus presentimientos hondos.
En la oscuridad temores:
 Palpitaciones,
ansiedad, anhelos...
 Pasiones agitadas.
Callados fuegos.

 Espirituales comuniones
tras el desear violento.
 O en el abrazo tenso,
de fibras extasiadas,
estremecido haz.

 Noche sobre la ciudad.



 Las ventanas iluminadas
que emanar parecen
el humano aliento:
 Interior, cercado,
angustiado, estrecho...
 O aquel expansionado,
gozador, extenso:
 Allende las paredes,
los apartados huecos:
En respiración vivaz.

 Noche sobre la ciudad.

 Las calles transitadas.
Los pertinaces coches;
ronroneo a lo lejos:
 Desde las ventanas altas
zumbador bordón.

 Silencios resonadores.
Trepidaciones, ecos...
En los tramados hierros
que el cemento esconde,
vibración total.

 Noche sobre la ciudad.

 En su cavidad enorme,
por las aceras claras,
encorvados hombres
por la miseria, el hambre,
que les cuelga al cuello.

 O deambuladores ellos,
de la nocturnidad amantes:
Añoradores tensos
de la noche verdadera
que la metrópoli rechaza:
con sus acordes serenados

en el concierto pleno
de la total Naturaleza:
La gran tonalidad.
 Noche de los vivaces
animales insomnes.
 Vital espacio
para el mochuelo, el grillo,
el batrácico sonar.

 Noche sobre la ciudad.

 Palpitada,
tensa de alientos,
combates ciegos
en la intimidad forcejeantes:
Ignorados;
millares, miríadas, de ellos.

 Corazón gigante
de multiplicadas pulsaciones
en su tórax de cuadrados
costillares alojado.

 Noche sobre la ciudad.

 Entrañar de hombres.
Respiraciones, ansias, fuegos...

 Noche sobrecargada
de tempestad no declarada.
 Oscuridad tremante,
atravesada, chispeada...
 Nubarrón informe:
Condensación sin paz.

   Noche.
Noche sobre la ciudad.



AMO, Y YA MARCHAR...

 Amo, amo y ya marchar,
dejar aquí no quiero
todo esto que amo
y además venero.

 A ello estoy ligado
-interior y hondo lo siento-
con mi sangre palpitada
y mi aliento pleno.

 Amo, amo al Sol,
a la luz, su emanación
generosamente dada:
vivificante acción
en torno de él radiada.

 Amo su alto ardor
y a esta tierra ocreácea:
madre fertilizada
de abundante gracia,
por el Sol amada.

 Amo, a la tierra total amo.
Amo su rostro grato
de variado aparecer.
 Amo el atardecer
y la noche de astros llena.
A la fiel mañana que la invade clara.

 Te amo a ti, mujer,
y al hombre hermano.
 A los bosques y las aguas,
los mares extendidos,
los ríos prolongados,
los valles, las montañas,
las glebas cultivadas
de riego y de secano.


 Amo, también amo
las rocas asentadas,
los quietos minerales,
los árboles, las plantas,
los tiernos vegetales
en flores entregados.

 Amo a los animales
aquí pluriformados,
que asombrarme hacen
con sabias actuaciones
en su ambiente hallados:

 En el aire, a insectos, aves;
a los gráciles acuáticos,
y aquellos en el suelo
viviente realizados.

 Amo, amo al puro cielo,
la niebla, el fluido viento:
viajero trashumante
que avanza tan ligero.

 Amo, constantemente amo.

 Tejedores ciegos
del destino humano:
Con dolor os llamo.
Escuchadme,
yo os lo ruego:

 Dejadme, retenedme.
No llevadme.

 Porque amo, a todo amo.
Y marchar no quiero.




EN MEDIO DEL MERCADO...

  En medio del mercado,
entre tanto toma y daca,
entre el obcecado
traficar humano,
cantad, sonad, palabras,
hablad de lo ignorado.

 Nombrad quizá los astros
de oro, allá lejanos,
jamás aquí pesados.

Hablad del hombre hermano
en el universo extraño,
de preguntas lleno:
ser inexplicado.

 Apagad, cegad, palabras,
en música flotadas,
las voces del tendero,
del bolsista y el banquero,
del dinero esclavos.

 En medio del mercado,
de tanto toma y daca,
entre el obcecado
traficar humano,
alzad la voz, palabras,
como aves liberadas
y jamás compradas.

 Cantad, sonad, palabras.
Levantad el vuelo.




  SIN RESPUESTA
 
  ¿A dónde avanzas?,
hombre.

 Preguntas, llamas.
Y nada,
nadie, te responde.

 Por el aire informe
tu palabra vaga.

 Mas avanzas, hombre.
Sin saber a dónde.

 Preguntas, clamas.
Y nada,
nadie, te responde.

   ¡Nada!




        INVOCACIÓN AL MAR

 Inúndame pleno, mar. Dame el sustento
de esa tu genesial vida primera
donde pueda impregnar aún mi existencia
de hombre fuera de ti; móvil sin tiempo.

 Lléname y dame ya, siempre en ti nuevo,
esa tu amplia fluidez plural e intensa,
que me deje también ser varia esencia
como tú, sin cesar uno y diverso.

 Préstame, inquieto mar,
tenso y activo,
esa tu fecundidad de padre primo
con la madre inicial de lo creado.

 Hazme en un primordial baño salino
olvidar que aún yo soy, hombre, aquí en vilo,
bordeando a otro mar
negro y callado.




        CÁLIDO NOCTURNO

  El latir de la noche ausculto atento
y su aliento parece que recibo.
  El silencio es profundo: aquieta el viento
y el calor de la noche yo percibo.

 Lo percibo, y tal vez ciego presiento
que un nocturno entrañar -seno perdido-
albergó a mi existir antes que el tiempo
fuese un vivo compás, ya en mí batido.

 El latir de la noche oigo anheloso
de retornar callado
al cuenco oscuro
de un remoto regazo
amable y firme.

 Sigue y déjame aquí, silencio hermoso,
de la noche hondo amado
quieto y puro,
ser con ella feliz antes de irme.




CAMPOS DE CASTELLANÍA
     
  Campos de castellanía.

 Vastedad de tierras
tras el horizonte recto
de la lejanía.
 Bajo el curvo cielo
de la fiel meseta.

 Campos de castellanía.

 Surcadas glebas
que hasta allá en lo incierto
grabó en perfectos
trazos la reja.

 Campos de castellanía.
Vastedad de tierras.

 Sobre el torso vuestro
pasó el arado
que pulsó el labriego,
pesado y lento.

 Como en la vida mía
-dolor trazado-
con largo arado
fue haciendo el tiempo.

  Campos de castellanía.

    Solar de cierzos.




ASTROS DEL ANOCHECER
    
  Astros del anochecer.
    
Apuntado allá.
Asomando lejos:
Palpitados, tensos:
tembloroso e incierto
vuestro aparecer.

 Astros del anochecer.

 En mi vida ciega
-oscuridad también-
aspiraciones crecen.
Y flotantes tiemblan
con audaz querer.

 Astros del anochecer.

 Encendidos ya,
y también lucientes,
en la dejada tarde
de mi vida prenden
deseos nacientes
tras la esencia ingrave
que perdió mi ser.

 Astros del anochecer.

 Aumentáis, crecéis
en la noche fiel.

 Y en mi ensoledada
noche también
fogatas nacen
con lejano arder.


 Astros del anochecer.

 Luminarias altas.

 De vuestro aparecer vivaz,
encendido en brasas,
también yo sé.

 Astros del anochecer.



SURCOS DE LA SEMENTERA

 Surcos de la sementera.
Grabados de la tierra
que marcó el arado.

 Trazados rectos
allá lejanos:
 Labios abiertos,
en la arcilla hileras.

 Surcos de la sementera.

 Exhaláis aliento
de los terrones blandos:
 Envaguecido vaho,
respiro incierto
de la tierna gleba.

 Surcos de la sementera.

 De la tierra gajos.
Plasmados sienas.

 Permanecéis.
Esperáis callados,
elongados, quietos,
que la fiel simiente
vegetal os deje
su vital entrega.

 Tras la vaga niebla
que al barbechal envuelve
os contemplo y siento
que en mi entraña crecen
-pertinaz simiente-
tristezas nuevas.

 Surcos de la sementera.


AQUÍ ME ENCUENTRO PLANTADO...
   
  Aquí me encuentro plantado
como árbol fijo en la tierra.
 La tierra que siempre he amado:
Castilla de la meseta.

 Un frío cierzo aguzado
envían lejanas sierras.
 Un tenso aliento enfogado,
aún vivo, en mi entraña quema:

 Aquél interior, ahondado
calor que en mí jamás cesa;
distante a ti proyectado.

 Y aquí prosigo plantado
como árbol fijo en la tierra.

 El tiempo aquel ha tornado.
Y así me siento a tu lado
de nuevo dichoso: Afuera
bate aún el cierzo aguzado
que trae frío azul de las sierras.

 Lo ignora mi ardor crecido
después del gozo evocado.

 Y quieto sigo, plantado
como árbol fijo en la tierra
de arcillas ocres que aún amo:
 Castilla de la meseta.




 EL CANTO DEL CUCO

 Nuncio de la primavera,
su sonar, par e insistente,
ritmo es del tiempo luciente
que todo aquí en ansia espera.

 Ya se oye el cuco, ya tiembla
en el azul transparente
su agudo tono latiente.

 Prepara, amor, tu carrera.

 Por montes, valles, praderas,
sobre los brotes fervientes,
cuán puro y dulce naciente
su canto vida libera.

 Limpio está y claro el ambiente.
Crecida luz casi ciega.
 Pólenes flotan. Pendientes
corolas se abren y entregan.

 Limpio está y claro el ambiente.

 Amor, el cuco impaciente
avisa ya que tú llegas.




        LÁSTIMA

 Lástima
-sin pudor lo digo-
de mi alentar de hombre,
de mi latido aquí.

 El mundo es bello.
Diariamente
la luz lo encanta,
platea, dora,
desde el enorme ámbito
azul del cielo.

 Hay colores
en el espacio,
el mar, el suelo:
 Amarillos,
verdes, blancos, azulados,
granates, ocres,
carmines-fuego.

 Lástima
que para mí, hombre,
tan breve sea
el selecto goce
de la universal belleza.

 Que para mi ser contemplativo,
sutileza de la vida,
conmovida esencia
delicada suya,
de sensible tacto
en derredor tendido,
el tiempo mío viviente
sólo permanezca
fugaz, ligero, efímero,
entre esta ocre tierra,

las cosas,
las rocas que perduran ciegas,
los animales
que en su inocencia ignoran
el fatal cuchillo
que en torno nuestro gira:
invisible filo
segador de mieses,
reses, de la vida.

 -Y res, como cualquiera
otra que respira,
también soy yo-

 Lástima.
Montañas que permanecéis erguidas,
ríos que fluís
vivos, elongados,
mares de lo infinito móvil
semejanza fluida,
árboles,
verticales, altos,
aves en flotar gozoso.

 Lástima que yo, un hombre,
que hablaros puedo,
quiza expresaros,
acercarme a vosotros,
con calor amaros,
irme, sin embargo, deba
y dejar a todos
con estirado, prolongado, adiós amargo,
de anudada voz.

 Porque breve ha de ser
esta mi estancia
de visitador extraño,
turista efímero,
huésped pasajero,

enviado, lanzado, aquí.

¡Lástima! He de exclamar,
con exasperación decir,
por mí, por todos, todo,
y el que también sucumbirá,
universal vivir.




 HOMBRES DEL 36
  
  Hombres de España.
Marcados.
Por el horror llagados.
-Hierro caldeado,
ascua en la entraña-

 Hombres de España.

 Hermanos
de aquel pasado,
jamás pasado.
 Callados.
Aún hoy plantados
troncos varados.

 Lo inolvidado,
nunca borrado,
nos sigue y daña.

 Hombres de España.

 El tajonazo
aquél trazado,
tan señalado
-torpe destrozo,
largo desgarro,
dolor y saña-
va con nosotros:
arpón clavado,
negra metralla.

 Nos duele al canto.
Nos hiere al habla.
 Y en el trabajo
-nuestro trabajo
de hombre obligado-

atravesado
filo dentado,
por dentro araña.

 Hermanos.
Hombres de España:

 Marcados.
Aún excavados.
Por cruel pasado
tan señalados.
 -Dolor ahondado,
negra metralla-

 Hermanos.
Hombres de España.




  MI ESTAR Y SER

 ¡A dónde he de llegar!
¡Dónde permanecer!

 Pregunto en tensa espera
sobre esta grave tierra
donde voy perdido.

 A dónde he de llegar,
viajero desvivido
en ruta singular.

 Todavía yo no sé
cómo iniciar siquiera
el arduo recorrer.
 Ignoro el comenzar
de esta escalada ciega.

 Qué incierto aquél allá,
final de mi querer,
reposo de mi errar.

 ¡Ah! Este es mi estar y ser:

 Avanzar, subir tal vez;
resbalar, pronto caer:
 De nuevo pretender
ascender aún más.
 Y retornar, ceder,
otra vez, otra vez...

 Este es mi estar y ser
de hombre aquí obligado
a elevarme, descender,
volver de nuevo a empezar
la inútil ascensión.


 Sin hallar cierto lugar.
Sin poder permanecer.

 Este es mi estar y ser:
Mi torpe aspiración
de hombre indestinado:
viajero que no sabe
del antes y el después.

 Este es mi ser y estar.

 Este es mi estar y ser.




DESNUDA YA LA PALABRA

 Desnuda ya la palabra.
Desnuda también el alma.

 Desnuda ya la palabra:
 Habla.
Sólo fiel habla.

 Sin trabas.
Nauta ella pura.
 Ingrave.
Del aire ala.

 Flotante,
sutil, lanzada.
 Volátil.
Transubstanciada.

 Y herida:
También a tierra
en viaje fatal llegada.

 ¡Final caída espiral!
Sentencia de ave cobrada.

 Tendida ya la palabra.
Al suelo también el alma.




EMBELLECERÉ LOS LIENZOS
 
  Embelleceré los lienzos.
   He de hacerlo:
compañero, pintor amigo.

 Ante mí esperan,
se impacientan, ellos:
blancos, extendidos, tensos...

 Embelleceré los lienzos.

 Con árboles, estrellas,
hojas, cielos,
flores encendidas,
rojas, rosas, carminadas,
a la fecundidad polínea
sus abiertas corolas entregadas.

 Embelleceré los lienzos.

 Colores,
pigmentos, dadme:

 De luna, de noche, de purpúrea sangre,
de azul aéreo,
de amarillos trigos,
manzanas, membrillos madurados, otoñales;
de la ocre, siena, ferruginada tierra
que a nuestro cuerpo sostiene gravitado.

 Colores para la plástica preciosa
de las mujeres -iluminadas,
bellas formas de la vida
en palpitación humana-
con sus rostros claros, sus ojos
que, perdidos, extáticamente miran;
su entreabierta boca, levemente rojícea,

y elevada en sueños
al espacio, la luz, el aire,
en aspiración de vida su hálito embebido,
dulcemente caldeado.
 Sus perfilados hombros,
sus redondos senos, de finísima, suave piel,
con azules cárdenos
de venas tenues; y un carmín
-oh perfección viviente-
culminado en el pezón
de sus hermosos frutos-carne,
admirados, contemplados, deseados...

 Embelleceré los lienzos.

 Con rostros, más rostros,
variadamente bellos, expresivos,
diversamente humanos:

 Rostros taciturnos, graves, pensativos,
asombrados, sorprendidos,
crispados, dolorosos, contraídos;
mirando en sufrimiento, vejación, pasión,
odios tensos:
acumulados, agresivos...

 Rostros, más rostros de hombres contemplando
serenamente el cielo,
sus nubes blancas, pardas, sombrías,
sobrecargadas...
 O mirando, atentamente activos,
a su diario tajo,
el trajinar tenaz que los mantiene:
sobre el enfangado suelo
de los labrados campos
por la lluvia empastecidos;
sobre el armazón metálico
de la ruidosa industria
que la vida natural entorpece y mata;

en el asfalto negro, aceitoso, alquitranado,
de los infiernos tóxico cemento
que trajo a la ciudad el diablo:
 Regalo suyo avieso
para cultivar en él
la desesperación, el vicio, la aberración,
el paro,
el despertar violento
de la bestia humana
agresivamente proyectada.

 Embelleceré los lienzos.

 Aunque sórdida, negra, fea,
sea en ocasiones la belleza
en ellos empastada.

 Rostros, aún más rostros,
mirando con sus ojos
de purpúreas ojeras rodeados:
 Profundas en la mujer,
que un plan de regulación vital
para ellas en su giro
la luna tiene señalado.

 Ojeras carmíneas, azuladas,
también quizá manifestadas
en el mañanero despertar,
tras el placer de las noches enardecidas,
o el displacer, la angustia,
el tormento del desamor,
la exasperación, el llanto...

 Rostros, rostros humanos
del varón también:
secos, duros, torturados,
intensamente pensativos...



 Embelleceré los lienzos, ah.

 Pero no podré
tanto, tan diverso, denso,
en ellos expresar,
de la vida, el dolor, el terror,
el hambre, la opresión,
en la mujer, en el hombre hermano...

 Y la tierra también, el cosmos mineral,
con amor plasmar
en la extensión de sus dispuestos planos,
que me esperan tendidos, blancos, tensos...
ansiosos de belleza, color, calor,
vivientes manifestaciones externas
e interiores en ellos afloradas.

 Lo quiero, lo deseo:

 He de conseguirlo, hacerlo:
compañero, amigo.

 Embelleceré los lienzos.




     HOMBRE CALLADO
    
  Callado
debería yo estar:

 Ensimismado.
Suspenso, inmóvil,
varado, tenso.

 Callado.
Aún no aflorado
el hablar en mí hondo alojado.

 Sin dejar
emanar, flotar, sonorizado,
mi alentar de hombre llegado
desde interior profundidad,
allá, allá enraizado
en el misterio original
de lo vivo generado:
cosmos mineral
primariamente ciego,
elaborado,
hasta mí transubstanciado.

 Callado
por no hallar
en el hablar, el expresar brotado,
la esencial veta inicial,
continuada,
de lo que es, lo que fue, lo que será:
 Secreto universal
siempre, ah, velado.

 Callar.
Mejor estar
suspenso, inmóvil, tenso,
ensimismado;

fiel a honda verdad:
ignorada realidad.

 En silencio.
Hombre asombrado.




       HA DE SEGUIR...

 Ha de seguir
mi canto alto en la noche.

 Viajar largo en su estancia
perdido en lo lejano.

 Llevar incontenida
mi voz de ansia y palabras.

 Ha de seguir
mi canto alto en la noche.

 Temblando está mi vida
tirante y palpitada.
 Distante y endolida,
me alcanza la nostalgia.

 Ha de seguir
mi canto alto en la noche.

 La noche, cuenca inmensa
de ritmos transitada.
(Mi voz se alza embebida.
Estrellas quizá danzan)

 Ha de seguir
mi canto alto en la noche.

 Mis fibras traman tensas
urgencias encendidas.
 Mi sed quema, y ya en ella
jamás podré saciarla.

 Ha de seguir
mi canto alto en la noche.


 Mi voz brota, ya fuente
creciente y desprendida.
(La bóveda lucida,
gira y vibrante avanza)

 Ha de seguir
mi canto alto en la noche.

 Insomne y conmovida,
me invade, ah, y llena el alma.




  MENDIGO CIEGO

 Junto a la estancia
de tu palacio enorme
callado sigo:
mendigo ciego.

 Espero, espero:

 Lo que arrebata,
lo que en vuelo arrastra;
hace tiempo,
¡ah!, cuánto tiempo.

 Junto a la estancia
de tu palacio enorme,
mendigo hambriento,
sigo y pretendo
que llegue un viento
-vuelo en tornado-
y, aunque cegado,
me lleve, ascienda entregado,
de encanto ebrio.

 Pero en el borde
de tu elevado
palacio enorme
sigo ignorado.

 Y espero, espero,
yo, pobre hombre:
exasperado
mendigo ciego.




SEQUÍA. VERANO CASTELLANO

 Verano.
De nuevo ante la estepa.
 Terrones.
La gleba casi fuego.

 Un árbol solitario
corona el cerro
que el viento ha erosionado.

 Por la carretera polvo espeso
de un rebaño de ovejas emanado.

 El meridiano, alto ya, impone
ardiente sol directo,
sin angulación radiado.

 Sequía. Verano castellano.

 Tierra, tierra.

 Un hombre quieto, grave,
tostado en ocres, sienas,
callado ante el paisaje
contempla el tórrido secano.

 Y el horizonte mira imperturbable.

 Quizá espera
que aparezca en él distante
algún signo de tormenta;
como único estimable regalo del verano.




SOY VELERO QUE MUEVE INTENSO VIENTO...

 Soy velero que mueve intenso viento.
Soy vibrante navío indestinado,
a errante navegar así obligado,
impulsadas las velas con mi aliento.

 Es viajero mi ser en el intento
de encontrarle final a esto aquí hallado,
siempre incierto, inestable, allá ignorado,
mientras llevo un fatal presentimiento.

 Sé del riesgo de caer en negra hondura
por el ciego avanzar de mi aventura
buscando pertinaz lo inconocido.

 Soy un hombre; y viviendo en claroscura
existencia, jamás veré segura
la oculta realidad y su sentido.




UNA PINCELADA TAMBIÉN YO...

 Una pincelada también yo
en el cuadro de la Vida
dejar quiero.

 Una pincelada:
Sutil animación
en su rostro, aún enigmático,
inacabado todavía,
quizá un tanto grosero.

 Y trabajar, colaborar
por ello activo debo
a la exacta perfección
de su aspecto pleno:
 Sin perder vivacidad,
espontáneo encanto, juego,
su expresión total.

 Ah. Una pincelada,
un leve toque al menos,
permitidme realizar
en el cuadro aún incompleto,
en creacional estado,
de lo viviente aquí:
 Palpitado, enorme,
de sentido incierto;
actual, antiguo, nuevo...

 Dadme tiempo, espacio,
para que pueda luego
excitar, hacer vibrar,
mejor coloreado,
el cuadro de la Vida
en este especial ámbito
de la Tierra-esfera,
por sabio azar logrado.

 ¿A qué, a quién, lo ruego?



AÚN NO SÉ QUÉ HAS DE DECIR, HABLAR...
    
  Aún no sé qué has de decir, hablar,
palabra mía, no lo sé.

 Pero tienes que surgir,
en el aire vivaz brotar,
delicada suspendida,
sutilmente sonorizada,
siempre tú:
 Para testimonio feliz dar
con tu vibrátil ser
de lo que pasa, está
viviente aquí; lejos también,
distanciada realidad:

 Nubes, aves, en la atmósfera flotables,
la radiante, generosa luz solar
acariciadora de tanta vida
en torno suyo generada:

 Formas humanizadas;
algunas noblemente modeladas,
expresiones también ellas
de una hermosa, espiritual intimidad.

 Y las otras: vivacísimas. ágiles,
inmensamente variadas,
de los animales, movibles, graciosos,
en su ambiente natural hallados:
 La mariposa, el zorro,
la gacela, el caballo,
la nutria, el pez, el toro, el gallo...

 La belleza total en derredor crecida:
árboles con sus hojas extendidas,
de verde y oro,
corolas vívidas, preciosas,

clamorosamente coloreadas,
de pólenes e insectos llamativas;
como la mujer,
también humana floración
ella ofrecida
a la masculina sementación fecundadora.

 Ah, cuánto decir, hablar, cantar,
el tuyo aún, palabra.
 Proyectada tú
hacia lejanas estancias infinitas
que recorren astros vivos, incendiados...
 O a las interioridades de las cosas
en apariencia inertes:
la tierra mineral, los cuerpos todos;
con su circular agitación interna de energías,
protones, electrones, mesones, neutrinos,
iones y átomos diversos:

 Activísima danza singular,
en ritmo vivaz así:
música esencial
en el trasfondo, la secreta intimidad
de las formas todas
en el cosmos encontradas:
 Enormes, o sutiles, tenues, leves, breves...

 Cuánto expresar debes,
palabra mía, con mi entrañar de hombre
en vibración también:

 Imperceptible rumoración,
atmósfera en canción
de mis íntimas fibras sacudidas.

 Cuánto tienes que decir, hablar,
cantar aún;
palabra móvil, rítmica, vibrada,
en el aire florecida

brevemente, ah, como la vida,
la felicidad, la dicha
que sus labios sutiles, esquivos, fluidos,
apenas nos deja contactar
en fugacísimos, anhelantes,
instantes, momentos extasiados.




ERECTOS PARECEMOS
     
  Erectos parecemos,
hombres rectos,
contemplando cielos
del horizonte abierto.

 Erectos, rectos.
Elevados siempre.
Pero vacilamos.
Al dolor cedemos,
nuestro ser curvamos.
Y nos tuerce el tiempo.

 Erectos parecemos,
como árboles plantados
de tronco enhiesto.

 Pero, acongojados,
tantas veces inclinados,
caídos por dentro.

 Erectos, rectos, parecemos,
hermanos.
Y no es cierto.



       SOLEDAD EN EL CAMPO

 Me encuentro solo aquí,
de las silenciosas cosas
y los seres del campo rodeado.

 Del pueblo me llegan
tenues ruidos, rumores de perdidas voces.
Y de la carretera que bordea el valle
metálicas sonoridades
de los automóviles.

 ¿Con quién, a quién, hablar podré yo ahora?

 Me comunicaré con vosotros, árboles
que a mi lado estáis inmóviles plantados.
 Con vosotros también, hierbecillas, musgos,
insectillos hormigueantes
o en el aire suavemente zumbadores;
y contigo, pájaro,
que el espacio libre cruzas jubiloso.

 ¿Qué ha de deciros aquí un hombre, yo,
en qué desconocido lenguaje debo hablaros
para poder llegar hasta vuestra secreta,
intacta, intimidad inexplorada?

 Limitado me siento. Puesto que no consigo aún
hablaros, entablar directo coloquio con vosotros.
 Temo, ah, nuestra mutua incomprensión,
larga, larguísima ya, en el tiempo que nos baña
y cruza como un caudaloso río transparente
por aconteceres permanentemente removido.

 Porque yo salí, arroyo desprendido,
en una enrevesada, laberíntica, curva
de la creciente longitud vital
distante de nuestro común seno,
oscuramente latiente y acordado.


 Insensiblemente abandoné
ese profundo mundo ciego
-quizá riquísimo, pleno y tenso él también,
como este interior mío-
para asomarme inquieto
hacia una levísima, tenue luz,
que muy poco para progresar me vale.
Si no para exasperarme aún más,
apeteciendo máximas claridades
a las que nunca llegar podré.
 Pues mi peregrinaje largo es ya
sobre esta nuestra matrícea tierra viva,
de la que hace tanto tiempo
estoy aquí desplacentado.
 Y vosotros en su maternal entraña
permanecéis aún.
Su mineral sangre abundantemente os nutre
y la recibís sencillamente en vuestras
vitales cuencas, oscuramente agradecidos.

 Pero yo estoy aquí, hombre, el pecho exento,
con mi apetecer erguido,
esencial, desnudo,
vagabundo errante
con la linternilla de mi pobre luz,
inútilmente girando siempre
alejado de la heredad común
que a todos nos mantiene.

 Acogedme, ayudadme a sobrellevar un tanto
este permanente desear mío
que me atraviesa y tensa.
 Enseñadme a ser y estar como vosotros,
sencillamente sumergido en el caliente seno
que indiscriminadamente nos recoge.

 Mas yo soy sólo un hombre,
semidesterrado ser del cosmos vivo
donde vosotros continuáis aún hospedados.


 Resbalé yo en cambio,
atrevidamente pretendí salir de él,
y me asomé a la entreabierta puerta
del misterio.

 Miro escrutador tras ella.
Y me vuelvo también hacia vosotros,
a vuestro cálido, palpitado dentro
que abandoné para siempre yo,
criatura perdida, con el quemante hierro
de la inquietud que mi costado
permanentemente llaga.

 Ayudadme cosas, animalillos, vegetales todos.
Dejadme con vosotros sencilla y puramente ser.

 Y decidme algo,
aunque en un musical ritmo solamente sea,
del secreto enorme de la vida,
donde vosotros y yo
confundidamente respiramos.




NUNCA LLEGARÁ

 Nunca llegará
aquello inaprehendido,
siempre deseado,
que nos obliga en vilo
a ser alto anhelar
en esperar transido.

 No, no ha de llegar.

 Lo sé: Nuestro destino
está en ser elongados
tras lo inalcanzado,
como árboles crecidos
sobre el suelo alzados.

 No, no ha de llegar
aquello tan ansiado.

 Dejaríamos de estar,
de ser, aquí plasmados
hombres en fugaz
latido sustentados.

 Lo sé: La realidad
nuestra es proseguir
plantados, y esperar,
querer allá buscar
lo jamás logrado.




RETORNO A LA TIERRA

 ¡Tierra, tierra!
Digo como el marino
lleno de alborozo.

 Tierra, tierra piso:
verdadera, cierta;
tierra no cubierta
de asfaltado embozo.

 ¡Sorpresa! Existes, tierra.
Me había ya olvidado
de tus ocres claros,
de tus sienas rojos.

 Tierra, madre tierra:
casi ya quimera.
Estaba equivocado:
Hollarte es gozo.




ERRANTE POR LA VIDA...

 Errante por la vida
avanzo como el viento.
 Cabalgo sobre el ritmo,
envuelto en melodías.
 Mas no llevo guitarra
como un gaucho pampero.

 El corazón dentro me suena,
íntima ocarina.
Y llenan mi garganta,
me rebosan plenas,
palabras desprendidas
que el aire libres ganan.

 Así voy, como el viento,
buhonero de la vida
que nunca vende nada.
 Que sólo inquieto vaga
viviendo en el instante.
Sin importarle un tilde
honores y ganancias
que tantos hombres aman.

 Errante, mas no humilde,
quizá porque, orgulloso,
no aguanto sumisiones.
Y rompo cualquier lazo
que me ate a un engorroso
vivir socializado.

 Me bastan mis canciones;
aunque lleve harapos,
pasando hambres a veces.
 Y no me agravia nada
el desdén de los burgueses;
igual que a los hampones
que hallo en el camino.


 Libertad: ella es mi amada.
Y lo demás no es nada.
Tan sólo mis canciones
y mi caballo, el ritmo,
que no come cebada.

 Viajero sin destino,
de ruta inconocida,
prosigo mi andadura.

 Allá lejos me incitan
horizontes que me llaman
con voces imprecisas,
señales vagas.

 No llevo guitarra,
pues ya mis versos cantan.
 La libertad: ésa es mi amada,
e, incierto mi camino,
se pierde en la distancia.

 El día, la noche, el alba,
me bastan como abrigo
por bosques y montañas.

 No sé de obligaciones.
El orgullo va conmigo:
pues derecho él me sostiene,
igual que mis canciones
al viento destinadas.

 Y lo demás, mi buen amigo,
que aún no he saludado,
sincero te lo digo:
no me importa nada.


LA DESPEDIDA ES CRUEL

 La despedida es cruel.

 Me duele, me desgarra
mis fibras estiradas
en tenso desprender.

 La despedida es cruel;
como avulsión humana.

 He de perderte, Sol,
mi amado calor fiel:
Desparramador, dador,
de tanta vida clara.

 La despedida es cruel.
Adiós, amor, adiós.
 ¡Qué grata la mujer!
No he de tactar su piel.
 -Será noche en mi alma-

 Inútil tanta flor
abierta y entregada.
 Inútil la canción
en el aire resonada.

 Azul: te doy mi voz.
Soy tarde desangrada.

 La despedida es cruel.

 Me rasga las entrañas.
Arranca mi querer.
¡Y a todo enlaza él!

 La despedida es cruel.

 -Será noche en mi alma-
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