Hablar
de René Guénon como Maestro Masón puede parecer
una parcialidad desde un punto de vista, dado que al mismo tiempo que
poseía la iniciación masónica también tenía
la islámica, la taoísta, así como conocimientos
profundos de las doctrinas hindúes, de la cábala, el cristianismo
y otras ramas de la Tradición Unánime. Sin embargo no
es una parcialidad si tenemos en cuenta que, como Maestro de la Ciencia
Sagrada, es decir de la Filosofía Perenne, su obra está
fundamentada en los mismos Principios Universales de los que emana la
propia Masonería. Por otro lado, el hecho de que muchas veces
que se dirigía por carta a otro masón lo hiciera en términos
masónicos demuestra que Guénon nunca dejó de tener
presente su condición de tal.
Es más,
Guénon personifica perfectamente la figura simbólica del
maestro masón, aquel que situándose entre la escuadra
y el compás, es decir entre la tierra y el cielo, o entre la
materia y el espíritu, lo visible y lo invisible, cumple totalmente
con los deberes del grado que encarna, extendiendo la logia en las cuatro
direcciones del espacio, de Oriente a Occidente y de Mediodía
a Septentrión, buscando aquello que se ha perdido, reuniendo
lo que se ha disgregado y esparciendo de ese modo la luz por todas partes.
Y nunca, durante toda su vida, dejó de cumplir con ese auténtico
rito, pues supo que todas las enseñanzas simbólicas y
rituales contenidas en las doctrinas tradicionales evocan por igual
el recuerdo del verdadero conocimiento del Mundo, y que cualquier verdadera
doctrina las contiene a todas en definitiva. Guénon se coloca
siempre en una perspectiva central, es decir en el "centro del círculo",
lugar que le es destinado ocupar a los maestros masones, y desde esa
perspectiva sintética produce una obra, que es en sí misma
un tratado acerca de las ciencias y las artes de la cosmogonía,
y de cómo éstas son un medio para alcanzar el punto de
vista metafísico, que es el propio de toda iniciación
y de todo verdadero esoterismo. Una obra, en fin, cuya envergadura intelectual
sólo puede haber sido inspirada por el Gran Arquitecto del Universo,
que es el nombre que en Masonería se da a la Inteligencia Universal,
obra que conforma una enseñanza para todos los hombres de este
tiempo, y por supuesto para todos los masones, a quienes esta obra está
también dirigida.
René Guénon
es un intérprete de la Ciencia Sagrada, que nos enseña
a descubrir la Creación como una obra de unidad. Se trata, pues,
de un conocimiento que restituye en el hombre la capacidad para comprender
la Unidad del Ser en los múltiples estados o aspectos de su manifestación,
incluso los increados, lo cual representa una ampliación de la
conciencia que se traduce en un nuevo modo de enfrentarse al mundo y
a uno mismo. En términos alquímicos diríamos que
este conocimiento lo que en verdad provoca es una verdadera transmutación
de la psiqué.
En este sentido
la obra de este maestro se convierte en una auténtica guía
en el camino del que busca, pues en definitiva toda ella conforma la
transmisión de un Conocimiento Tradicional ligado a los misterios
de la vida, cuya seña ha sido siempre la de poner al hombre de
cara a su propia realidad, facilitándole ciertas claves para
que pueda descubrir su verdadera Identidad y su infinita Libertad.
Este Conocimiento,
que en otros ciclos anteriores de la humanidad estaba al alcance de
todos, fue descendiendo en el número de personas que aún
se encontraban en posesión de él, hasta el punto de que
sólo algunos maestros y determinadas organizaciones iniciáticas
lo han conservado y han seguido transmitiendo ininterrumpidamente a
través del tiempo y la geografía. Se trata de hombres
y mujeres que han encarnado este saber, tanto de Oriente como de Occidente,
que lo han sustentado y lo han seguido comunicando por medio de sus
obras, y de sus ritos, es decir a través del lenguaje simbólico
y ritual propio de sus tradiciones, las que por tanto constituyen formulaciones
distintas de una misma idea que nos conecta con la Sabiduría
y el Origen; de ahí que Guénon se refiriera a estas formas
como a emanaciones de una sola Tradición Primordial, y cuyo legado
sapiencial y espiritual supone, literal y simbólicamente, todo
lo que hoy aún tiene de solidez y de orden el mundo actual.
Se entiende que
las distintas tradiciones surgidas de un mismo Principio no sólo
no pueden contradecirse, sino que además ofrecen perspectivas
complementarias para poder entender lo verdaderamente esencial del conocimiento
que vehiculan, lo que es igual a decir que todas las doctrinas tradicionales
provenientes de la Gran Tradición Primordial tienen un sentido
único: trasmitir la influencia espiritual que haga posible la
iniciación a ese Conocimiento.
Muy pronto tuvo
Guénon conciencia de que había ligado con la "cadena áurea",
símbolo de la comunicación ininterrumpida de ese saber
ancestral, que hace que se pueda comprender la conexión que el
hombre tiene con su Principio, asumiendo no sólo su identidad
vertical con él, sino también la responsabilidad de un
destino en la vida, el de transmisor de su propia iniciación
o revelación. Pues entendía que no había, ni hay,
razón para que otros no pudiesen lograr lo mismo que había
conseguido él: comprender la síntesis del pensamiento
tradicional. De ahí que burilase una obra de introducción
(iniciación) donde expone lo fundamental de la Ciencia Sagrada,
o sea la Ciencia Simbólica, siendo dicha obra una condensación
de ideas esenciales; las mismas que han servido al hombre para comunicarse
con el Ser, comprenderse a sí mismo y crear, por asimilación
de ideas, una estructura inteligente, es decir, una cultura.
Sin embargo, inspirar
a los hombres actuales, transmitirles el mensaje iniciático,
esotérico y tradicional, necesitaba de una fórmula, de
una didáctica apropiada; era preciso adaptar las enseñanzas
a las condiciones propias de su tiempo y a la mentalidad que le tocó
compartir para hacerlas inteligibles a ese medio al que, por otro lado,
conoció perfectamente, ya que él mismo procedía
de él y de él formaba parte. Poniendo de manifiesto que
verdaderamente no hay más que una única doctrina, aunque
diferentes modos de referirse a ella, lo cual no puede dejar de verse
sino como una labor de reunificación de aquello que por razones
cíclicas se había dispersado en la mente de la mayoría
de personas.
Por ello sus estudios
tienen la facultad, por la propia naturaleza trascendente de los temas
que trata y la nitidez y orden con que los expone, de actuar como despertadores
de la conciencia al liberarnos con sus ideas esclarecedoras de una programación
impuesta por las circunstancias de este tiempo en declive, cuyas condiciones
generales impiden que seamos capaces de advertir aspectos más
profundos de la realidad.
Aunque hay que
señalar que Guénon nunca rebaja su discurso, que si bien
es de una claridad total necesita de una concentración especial
para que se pueda asimilar su contenido, es decir, que se precisa un
esfuerzo personal para penetrar en su temática. Con ello crea
una barrera que es la propia de la Ciencia que practica, la Simbólica,
la que vela a un nivel (en ocasiones por medio de aparentes contradicciones)
lo que revela en otro. Y esto tiene que ver tanto con la índole
de estas ideas, como con un deseo consciente de poner ciertas trabas
sólo superables por aquellos que tengan verdadera voluntad en
profundizar en sus enseñanzas, así como en los autores
y textos que reúne en su propia obra, que gracias a él
cobran claridad y unidad. En esto no hay que ver sólo una prueba
puesta por el propio autor para restringir el acceso a su obra, sino
también la muestra del reconocimiento de que no es posible expresarlo
todo, pues finalmente la comunicación efectiva viene dada por
el espíritu con que el aprendiz entra en contacto con las ideas
y por el acto propio y voluntario de querer ser.
Esta demostración
que hace acerca de la unidad del pensamiento tradicional, la lleva a
cabo siempre desde el interior, o sea que va a la esencia de las diferentes
tradiciones, que es el corazón mismo de su esoterismo, señalando
el punto de vista vertical, siempre central, donde se aúnan.
Por ello no puede decirse que su obra sea enteramente masónica,
en sentido estricto, pero sin embargo sí podemos afirmar que
desde la perspectiva del simbolismo masónico esta obra puede
ser perfectamente comprendida. Es más, los planos de dicha obra
están realizados por medio de la ciencia de las herramientas,
que son las mismas que disponen y jerarquizan toda construcción,
y de las analogías que establecen entre sí, puesto que
conocía perfectamente la simbólica de estos útiles
y su aplicación esotérica y metafísica. Por eso
este maestro, cuyo compromiso fue exclusivamente con la Verdad (con
el Centro), no dudó en recurrir a una u otra vía iniciática
y tradicional para dar mayor precisión al concepto o a la idea
que quería trasmitir en su exposición.
"Nunca hemos creído,
escribe, encerrarnos exclusivamente en una forma determinada, lo cual
por otra parte sería muy difícil después de haber
tomado conciencia de la unidad esencial que se esconde bajo diversidad
de formas más o menos exteriores, no siendo más que otras
tantas vestiduras de una misma y única verdad" (El Simbolismo
de la Cruz, Prólogo. Obelisco, Barcelona). Aclarando siempre
que pudo la diferencia básica que hay entre la síntesis
y el sincretismo, como cuando afirma: "La síntesis, por el contrario
[al contrario del sincretismo] se realiza esencialmente desde dentro;
es decir, que consiste propiamente en considerar las cosas dentro de
la unidad de su mismo principio, o sea, cómo derivan y dependen
de este principio, y unirlas o, más bien, tomar conciencia de
su unión real, en virtud de un lazo totalmente interior, inherente
a lo que de más profundo hay en su naturaleza (...). Se puede
decir que hay sincretismo cuando uno se limita a tomar elementos de
diferentes formas tradicionales, para, en cierta manera, soldarlos exteriormente
unos a otros, sin saber que en el fondo sólo hay una única
doctrina, de la cual estas formas son otras tantas expresiones diferentes,
adaptaciones a condiciones mentales particulares, según sean
las circunstancias determinadas de tiempo y lugar (...). Habrá
síntesis cuando se parta de la unidad misma y nunca se la pierda
de vista a través de la multiplicidad de sus manifestaciones,
lo que implica que se habrá alcanzado, fuera y más allá
de las formas, la conciencia de la verdad principial, que se reviste
de éstas para expresarse y comunicarse en la medida de lo posible.
A partir de este momento, uno se puede servir de cualquiera de estas
formas, según más le convengan, de la misma manera que
se puede, para traducir un mismo pensamiento, emplear diferentes lenguajes
de acuerdo con las circunstancias, a fin de hacerse comprender por el
interlocutor al que uno se dirige. Por otro lado, esto es lo que ciertas
tradiciones designan como 'don de lenguas'. Las concordancias existentes
entre todas las formas tradicionales representan, se podría decir,
'sinonimias' reales; es así como las consideramos y, del mismo
modo que la explicación de algunas cosas es más fácil
en un idioma que en otro, una de estas formas nos podrá convenir
más que las demás para la exposición de ciertas
verdades y hacerlas más fácilmente inteligibles. Por lo
tanto, es perfectamente legítimo usar, en cada caso, la forma
que nos parezca más apropiada a nuestro propósito; no
hay ningún inconveniente en pasar de una a la otra a condición
de que se conozca realmente la equivalencia, lo que sólo se puede
hacer partiendo de su principio común. Así, en ello no
habrá ningún sincretismo; además, éste sólo
sería un punto de vista 'profano' incompatible con la noción
misma de 'ciencia sagrada' a la que exclusivamente se refieren estos
estudios" (El Simbolismo de la Cruz, Prólogo).
Pero ¿cómo
hacer para trasmitir un conocimiento de orden metafísico, máxime
cuando aquellos con los que uno pretende comunicarse se hallan afectados
por una mentalidad tan materialista como la que atraviesa desde hace
ya largo tiempo la humanidad? Fue precisamente esta mentalidad profana
la que siempre combatió y con la que mantuvo en todo momento
una actitud de auténtico guerrero, pero fue también justo
para reformarla, recuperando para ella el punto de vista sagrado y de
orden vertical, para lo cual creó una estrategia intelectual,
reuniendo en su voz la de todos cuantos maestros de la Tradición
tuvo ocasión de conocer personalmente o a través de sus
legados. Pero naturalmente creando un estilo propio nacido de su naturaleza
y acorde con los hechos históricos y cíclicos de su época.
Pues aunque el saber al que alude su mensaje es atemporal y ecuménico,
y por tanto no está sujeto al devenir, tal transmisión
de conocimientos debe, necesariamente, manifestarse bajo una forma apropiada
y cercana a quien debe recibirlo, pues de lo contrario no hay Tradición
ni por tanto transmisión. En cuanto a la obra que nos ocupa ésta
representa un símbolo de esa función vehicular de la Ciencia
Sagrada y una muestra de cómo sigue cumpliendo con su designio
inspirador y civilizador, a tenor de la enorme influencia que dicha
obra ha tenido y tiene en muchísimos ámbitos de la cultura,
en ocasiones por vía de aquellos que de alguna manera se han
alimentado de ella.
Podemos decir
que el diseño de la obra guenoniana responde al trazado de ciertas
líneas maestras; por un lado se aplica a la labor de desbrozar
el terreno donde poder desarrollar su construcción, lo cual significa
tener que señalar los errores que han dado pie a que se conformara
la mentalidad moderna y profana, y por otro constituir un cuerpo doctrinal
de enseñanzas lo suficientemente sólido y comprensible,
teniendo en cuenta la complejidad de este tipo de comunicaciones, con
el fin de que el lector pueda ir restituyendo paulatinamente su criterio
sobre el mundo y su propio lugar en él, y todo ello en base a
los conocimientos que mediante el lenguaje de los símbolos va
comprendiendo. Símbolos que, como el propio maestro no se cansa
de repetir constantemente, no son representaciones alegóricas
sino que expresan una realidad que está por encima de ellos.
Es de la restitución del valor del símbolo, como medio
ideal para entender verdades más profundas, de la que se hace
cargo nuestro autor, y así lo manifestó siempre diciendo
que el lenguaje simbólico constituye el lenguaje iniciático
por excelencia.
En cuanto a la
Masonería, Guénon señala los puntos débiles
que ésta tenía en su época y que estaban a punto
de hacerla perecer como organización iniciática, al tiempo
que rescata, como nadie lo ha hecho en el último siglo, el verdadero
contenido sapiencial que poseen sus símbolos y sus ritos, como
rama legítima que es de la Tradición Primordial.
Cuando Guénon
comenzó a escribir su obra, ya hacía tiempo que en Occidente
se había perdido el vínculo con el punto de vista tradicional,
hallándose, la gran mayoría de gente, persuadida por la
idea de un progreso exclusivamente materialista, que es aquel que desalma
a los hombres, siendo ello la causa principal de que éstos se
sientan atraídos hacia cosas que nada tienen que ver con su verdadera
naturaleza, lo cual supone una total desarmonía que afecta a
todos los órdenes de su existencia.
En la misma Masonería
se había olvidado, en gran medida, el sentido profundo de la
iniciación, de modo que el propio Gran Arquitecto del Universo
había dejado de ser un símbolo de trascendencia. Sin embargo,
aunque los ritos y los símbolos eran incomprendidos por la gran
mayoría de masones, todavía conservaban, y conservan,
su capacidad para seguir transmitiendo la influencia espiritual. No
en balde la Masonería es considerada el "arca" donde se hallan
conservados todos los conocimientos que el hombre del Occidente actual
necesita para recuperar la memoria de su tradición y retornar
a la idea de unidad. En ese sentido "podemos decir que la obra de Guénon,
en la medida en que ella es la expresión de los principios e
ideas universales, puede verse como esa 'luz' clarificadora que la Masonería
necesita como guía para remontar la curva descendente en que
se encuentra actualmente. Y aquí queremos recordar aquella expresión
hermética que afirma que 'cuando todo está perdido es
cuando todo será salvado'. Y aunque esta expresión se
refiera a un determinado momento del proceso mismo de la iniciación,
también se puede extrapolar al conjunto entero de una tradición,
en este caso de una organización que precisamente es iniciática"
(Francisco Ariza, "René
Guénon y la Masonería", en SYMBOLOS,
Nº 9-10).
Guénon
es protagonista de la historia sagrada y mítica, un símbolo
del masón, esto es un arquitecto de las ideas, de un diseño
magistral con el que consigue despertar la energía del símbolo
para que sea la propia irradiación proveniente directamente de
él la que alumbre la comprensión del lector, lo cual es
propio de todo auténtico guía intelectual dotado siempre
de un alma de guerrero en duelo permanente sólo y exclusivamente
contra la ignorancia donde se esconden los verdaderos enemigos, de ahí
que pueda decirse de los seres como él que son guerreros de la
Luz. En cuanto a la construcción esta idea está representada
por la plomada, símbolo del descenso de la luz en la manifestación,
y que dirige, estabiliza y fusiona, desde lo invisible, todo el edificio,
ya sea sutil o interior, tangible o exterior, dado que las mismas leyes
rigen para ambas operaciones. Siendo esta ley de correspondencias la
que da todo el sentido a las iniciaciones de oficio, un modo tradicional
de trasmitir el Conocimiento que toma los oficios como inspiraciones,
ideas y símbolos que nos hacen partícipes de la propia
construcción cósmica. En definitiva la didáctica
de esta obra puede ayudar al aprendiz a nacer a la realidad de lo sagrado,
al Sí Mismo, y guiarle, durante el proceso de la iniciación,
por el laberinto que representa la propia psiqué individual,
dispersa en un mundo sin referencias de un centro arquetípico,
y por el que es muy fácil extraviarse.
De sus estudios
llama la atención la precisión con la que delimita sus
trazados, estableciendo mediante el planteamiento de su discurso un
enmarque perfecto al tema que trata, guiando al lector a través
de su propia reflexión y las constantes analogías simbólicas
que crea entre los distintos planos de la realidad, de modo que uno
logra advertir tanto la trascendencia de la idea que le está
siendo comunicada, como la posibilidad de acceder, desde un plano limitado
y concreto (determinado por la forma de exponer las cosas), a otro ilimitado
y metafísico hacia el que todos sus trabajos conducen. En este
sentido la obra de Guénon supone un enmarque protector y un faro
en el camino de la iniciación, pues, como decíamos, sus
enseñanzas evitan, en gran medida, que nos extraviemos en el
laberinto que suponen nuestras propias elucubraciones mentales, casi
siempre fantasiosas. Tal y como él mismo escribe: "Entre las
funciones de un 'marco', quizá la principal es mantener en su
sitio los diversos elementos que contiene o encierra en su interior,
de modo de formar con ellos un todo ordenado, lo cual como se sabe es
la significación de la palabra 'cosmos'. Ese marco debe, pues,
en cierta manera 'ligar' o 'unir' esos elementos entre sí, lo
que está formalmente expresado por el nombre de 'cadena de unión',
e inclusive de esto resulta, en lo que a ella concierne, su significación
más profunda, pues, como todos los símbolos que se presentan
en forma de cadena, cuerda o hilo, se refiere en definitiva al sûtrâtmâ."
("La cadena de unión", en Símbolos Fundamentales de
la Ciencia Sagrada).
Todo ello pone
de relieve que lo que dice con respecto a las ideas lo aplica a la forma
en que expone esas mismas ideas. Es por ello que esta obra refleja una
manera coherente de ser o una forma de ritualizar la acción,
muy alejada de ceremonialismos y de reglamentarismos huecos, una acción
ritual que nos permite comprender que el verdadero templo es cada hombre
y el rito toda acción espontánea que nace de este íntimo
reconocimiento. "Algunos creemos, dice Federico González, que
el gran rito exotérico de Guénon es haber producido su
obra, escrita y personal, reflejo de su pensamiento debido a la concentración
interior, es decir el de una vida plenamente consagrada a todo ello".
(SYMBOLOS, Nº 9-10 p.
289).
Puede decirse
que en cada trazado que realiza reúne todos los elementos necesarios
para que pueda producirse un rompimiento de nivel, o sea, que la estructura
de estas enseñanzas están en perfecta concordancia con
lo expresado por el propio simbolismo de los encuadres, de lo cual la
logia masónica, que está representando al propio marco
del cosmos, es un ejemplo. Esto es, que se trata en cualquiera de estos
casos de una representación simbólica de la función
que tienen los encuadres protectores en todas las tradiciones, la de
enmarcar un espacio poniéndolo a cubierto de las "tinieblas exteriores",
es decir del mundo profano, evitando con ello la disgregación
de las ideas al reunirlas así en un punto de vista central, el
único capaz de darnos la perspectiva necesaria para que entremos
a participar de otra visión del mundo. Como dice el Tao-te-King,
"gracias a un conocimiento convenientemente encuadrado, marchamos a
pie llano por la gran vía", y que ciertamente se complementa
con la máxima de "marchar por las vías que nos han sido
trazadas" con la que expresa esta idea la Masonería.
Como hemos dejado
dicho, Guénon siempre habla en nombre de la Tradición,
es decir, como integrante de la "cadena áurea", por ello al exponer
las ideas y los arquetipos lo hace apoyándose también
en sus intérpretes, tanto de Oriente como de Occidente. Las enseñanzas
de Shankara, Ibn Arabi, Lao-Tse, Moisés, Jesús, Hermes
Trismegisto, Pitágoras, Platón, Dante y tantos otros guías
de todas las épocas, están incluidas en la obra de Guénon,
que desde este punto de vista se convierte en aquel que da testimonio
en este fin de ciclo de la voz unánime de la Tradición
atemporal.
En un capitulo
de su libro Apreciaciones sobre la iniciación nos dice:
"La enseñanza iniciática, exterior y transmisible en formas,
no es en realidad y no puede ser, lo hemos dicho ya e insistimos de
nuevo en ello, sino una preparación del individuo para adquirir
el verdadero conocimiento iniciático por el efecto de su trabajo
personal. Se le puede así indicar la vía a seguir, el
plan a realizar, y disponerle a tomar la actitud mental e intelectual
necesaria para acceder a una comprensión efectiva y no simplemente
teórica; se le puede además asistir y guiar controlando
su trabajo de una manera constante, pero eso es todo, porque ningún
otro, así fuese un 'Maestro' en la acepción más
completa del término puede hacer este trabajo por él.
Lo que el iniciado debe forzosamente adquirir por él mismo, porque
nadie ni nada exterior a él se lo puede comunicar, es en suma
la posesión efectiva del secreto iniciático propiamente
dicho; para que pueda llegar a realizar esta posesión en toda
su extensión y con todo lo que ella implica, es necesario que
la enseñanza que sirve por así decirlo de base y de soporte
a su trabajo personal esté constituida de tal modo que se abra
sobre posibilidades realmente ilimitadas, y le permita así extender
indefinidamente sus concepciones, en amplitud y en profundidad a la
vez". Y en otra parte continúa: "Hay en toda certidumbre algo
incomunicable; nadie puede alcanzar realmente conocimiento alguno más
que por un esfuerzo estrictamente personal, y todo lo que otro puede
hacer es dar la oportunidad e indicar los medios para alcanzarlo" (La
Metafísica oriental).
Pero conviene
decir que, aunque cada uno de sus libros o artículos constituyen
en sí mismos una revelación y una indicación siempre
sugerente hacia la metafísica, es su conjunto lo que verdaderamente
representa una enseñanza completa y complementaria con ella misma,
pues aunque el mensaje que difunde es siempre la reiteración
de un mismo arquetipo universal, estrictamente relacionado con la iniciación
a los misterios, el fondo complejo de este tipo de conocimientos requiere,
necesariamente, planteamientos desde muy distintas perspectivas, algunas
incluso opuestas entre sí, para poder ser expresadas, siendo
esto propio del simbolismo y de la enseñanza iniciática
en general.
Esto es más
importante de lo que parece a simple vista, pues dada la índole
de esta didáctica, verdadera directriz para el restablecimiento
del orden en el pensamiento actual, conviene comprender bien los matices
de estas enseñanzas, pues se corre el riesgo de parcializarlas,
lo cual es una manera de tergiversarlas; y esto es especialmente principal
dada la influencia tan directa que esta obra ejerce sobre muchas logias
actuales, que ven en ella una ayuda para restituir en la Masonería
el valor transformador que tienen sus símbolos y ritos, lo cual
conlleva restaurar el vínculo espiritual entre la actual Masonería
y aquella original situada fuera del tiempo histórico. Vínculo
que sí mantenían los constructores medievales, época
donde se inicia la etapa histórica de la Masonería, y
que supieron ver en sus propias herramientas y en la técnica
constructiva y arquitectónica una representación simbólica
de las propias herramientas y artes empleadas por el Gran Arquitecto
Divino, creador de todos los mundos visibles e invisibles, cuyos planos
constituyen para el masón o para todo auténtico artesano,
su plan de estudios.
Sin embargo hay
que decir que algunos de estos masones, que toman la obra de Guénon
como un medio de comprender mejor la Orden, a veces la interpretan en
su parte más rigurosa y crítica (que ellos toman por rigorismo),
en la que, por decirlo así, más se aplica nuestro autor
al desbrozado del terreno, dejando escapar de esta manera el espíritu
constructivo y de gracia que fluye entre las palabras, que es, en definitiva,
donde está el núcleo de su mensaje. Por otro lado, Guénon,
como persona histórica, debe también integrarse en su
obra a la hora de tratar de entender la forma que tuvo de exponer la
doctrina, ya que no puede perderse de vista la época que le tocó
vivir, o sea, su entorno social y cultural y comprobar que tuvo que
combatir, prácticamente solo, con toda una mentalidad deteriorada
(tanto en el ámbito esotérico, tomado por el ocultismo,
el teosofismo y el pseudo-espiritualismo, como en el "oficial" y universitario
que intentó en muchas ocasiones silenciar su obra), teniendo
que librar determinadas batallas que las circunstancias le presentaban,
así como dar ciertas indicaciones dirigidas exclusivamente a
ese momento temporal. Creemos que estas cosas deben tenerse en cuenta
para situar su obra, aunque, después de todo, lo que consideramos
fundamental es entender que Guénon no es infalible sino que lo
infalible está en la doctrina que expone, tal y como él
mismo lo dice en diversas oportunidades.
No podemos dejar
de referirnos en estos momentos a ciertos manipuladores mal intencionados
de la obra de Guénon, maniobra con la que se definen como sus
auténticos traidores. Es el caso de Jean Reyor (expulsado de
la Masonería el mismo día de la muerte de Guénon),
quien habiendo recibido el encargo del propio Guénon de recopilar
en un volumen todos sus artículos sobre la iniciación,
en un abuso de poder, manipuló póstumamente el enmarque
que imponía la idea dada por el autor, e introdujo en la compilación
el artículo titulado "Necesidad del exoterismo tradicional",
el cual, al haber sido colocado de modo ajeno al contexto, introduce
una trampa que no por gruesa ha dejado de confundir a más de
uno. La pretensión de este violador de los derechos y las libertades
fue la de aprovecharse de la autoridad y prestigio de nuestro autor
con el único fin de desviar sus enseñanzas para hacerlas
converger con sus propios intereses personales, aquellos que le imponía
su estrechez intelectual, en lo que vendría a representar su
intento de introducir en la Orden la obligación de que todos
los masones fueran católicos y asistieran a las ceremonias religiosas;
esto es, hacer, del exoterismo religioso, en este caso el católico,
un paso imprescindible para recibir la iniciación masónica,
lo cual representa, entre otras cosas, desviarla hacia un sectarismo
y sustraerle así su característica principal, su universalidad.
Es evidente que este modo de pensar va contra los propios fundamentos
de la Masonería, pues si bien cualquier masón puede usar
de sus creencias religiosas, tomar una muleta u otro tipo de soporte
que le sean útiles para su proceso particular, sin embargo nunca
lo tratará de imponer. La tendencia, tanto a nivel grupal como
individual, hacia cualquier sectarismo o integrismo, a veces disfrazado
de ceremonialismo religioso (tipo santurrón), que se introduce
en las logias, es para el masón señal inequívoca
que le alerta y le lleva a reflexionar acerca de los peligros a que
podrían conducir tales desviaciones, dirigidas siempre a provocar
la desunión y la desarmonía, siendo uno de los modos en
que "penetran los metales en el templo".
De cualquier modo
para todo aquel que toma la obra de Guénon como guía en
su camino iniciático, toda ella resulta significativa, y va conformando
una enseñanza o punto de vista imprescindible para distinguir,
y no confundir o mezclar, los diferentes planos en que esta enseñanza
está expresada. Para todo esto que decimos remitimos al lector
al artículo de Federico González titulado "Breve
sobre la necesidad del exoterismo", que puede verse en el número
9-10 de SYMBOLOS, volumen,
por otro lado, íntegramente dedicado a Guénon.
Otro caso de aprovechamiento
ilícito de la obra de este maestro de la Tradición lo
protagoniza F. Schuon, quien en un tiempo fuera uno de sus colaboradores,
y que se convirtió en un ejemplo de la más burda desviación
de los Principios por causa de una envidia y afectación tan infantil
que nos cuesta ver de dónde vienen sus intenciones verdaderas,
y más nos cuesta creer que pueda tener incluso seguidores, pues
su insulsa y equívoca obra, que necesariamente está sustentada,
a modo de planta parásita, en la de Guénon, de quien toma
siempre las ideas para desvirtuarlas, es el mejor exponente de lo que
decimos. Aunque no nos interesa el personaje ni sus monagos, pues allá
cada cual, lo que nos importa es denunciar su delito de malversación,
al tratar de asociar sus elucubraciones personales a las exposiciones
doctrinales de Guénon. Hoy en día a los schuonianos, que
consideran "la estética una cualidad para la iniciación",
se les han unido también otros grupúsculos de tendencia
integrista, tanto católica como islámica o de otro signo
extremista, neo-nazis, etc., creando con ello un escandaloso desconcierto.
Aunque esto no es nuevo en la historia del pensamiento esotérico,
y la propia Masonería ha padecido ya en otras ocasiones intentos
de desvirtuarla, (pensemos en el caso del ultra católico Leo
Taxil a quien se debe la mayor difamación sufrida por la Masonería,
pues a pesar de retractarse ya había creado la confusión
y el recelo). Por eso no debemos dejar de prestarle al asunto la atención
que requiere, con el fin de hacer las cosas claras y marcar las diferencias,
o por lo menos para no colaborar, por omisión, a tal fraude.
De cualquier manera no vamos a dejar de proclamar aquella divisa masónica
que dice "Uno para todos y todos para Uno". Hace falta un coraje intelectual
para ser masón.
No nos vamos a
extender en el tema, pues todo está documentado y suficientemente
explicado en diversos medios. Remitimos tanto el número anteriormente
citado de SYMBOLOS, donde
se reúne una buena información y documentación,
se da cuenta de otras publicaciones y autores, en especial franceses,
que han comprendido la importancia de liberar la obra de Guénon
de sus parásitos. Igualmente hay un Cuaderno elaborado por el
colectivo de redactores de SYMBOLOS,
titulado "Schuon
versus Guénon", dentro de su colección "Cuadernos
de la Gnosis" que se puede consultar.
En cuanto al tema
de la iniciación femenina en la obra de Guénon quisiéramos
hacer algunas consideraciones más relacionadas particularmente
con la Masonería. Está claro, y así lo pone de
manifiesto el propio Guénon, que la Masonería es una vía
iniciática basada en un oficio cuyo ejercicio lo han llevado
a cabo los hombres; por consiguiente después de señalar
los diferentes inconvenientes relacionados con esta circunstancia, y
tras reconocer que todos los oficios femeninos que en su día
sirvieron de soporte a las iniciaciones femeninas, por haberse desarrollado
en el interior de las viviendas, han desaparecido con mayor facilidad
que los de los hombres, Guénon indica que esta dificultad no
es insuperable y sugiere que siguen habiendo oficios femeninos susceptibles
de servir de base a una iniciación, tal y como puede leerse en
el capítulo Iniciación femenina e iniciación
de oficio. Sobre este asunto Guénon hace una simple sugerencia,
pues considera que no le corresponde a él ir más lejos.
Por nuestra parte
entendemos que no se trata de adaptar los rituales masónicos
para adecuarlos a un oficio más particularmente femenino, y mucho
menos dada la realidad actual de las cosas, donde oficios y tareas son
plenamente compartidos por hombres y mujeres; sin embargo sí
entendemos que algunas mujeres tengan necesidad, en algún momento
de su recorrido masónico, de hacer una adaptación intelectual
con un oficio tradicionalmente desarrollado por mujeres, y por tanto,
tal vez, más afín a su naturaleza femenina como aquellos
relacionados con la tejeduría, oficio o arte que todos los pueblos
de la tierra han conocido, y en especial Guénon habla del bordado,
pues sin duda son de los que mejor se adaptan al simbolismo de la construcción
basados como están estos oficios en la ciencia del número
y de la geometría, que son los fundamentos de la propia Masonería.
Por otro lado recordaremos que entre los fundadores míticos de
la Masonería, y según se relata en las leyendas de los
Old Charges, encontramos a Noemá, inventora del "arte
del tejido", hermana de Tubalcaín, inventor del arte de la forja,
así como de Jabal y Jubal, creadores respectivos de la geometría
y de la música, artes y ciencias todas ellas de las que han derivado
multitud de oficios, tanto femeninos como masculinos, los cuales estaban
"hermanados" con el arte constructivo.
Base de su interpretación
y exposición acerca de las ideas tradicionales lo constituyen
las doctrinas orientales, especialmente las hindúes, donde ve
un orden perfectamente transferible para exponer lo esencial de esas
doctrinas a la mentalidad de los occidentales, es decir que extrae de
las doctrinas hindúes la luz espiritual o intelectual que difunde
en un Occidente que prácticamente la había perdido a causa
de una falta de identificación con los principios.
Sin embargo nunca
trató de orientalizar la cultura occidental, sino de vivificarla,
devolviéndole su propia identidad. Para ello rescató su
historia sagrada, su tradición. Ahí está el Esoterismo
de Dante una obra de síntesis histórica y simbólica,
fundamental para conocer la historia del pensamiento hermético
occidental y por consiguiente para conocer los orígenes de la
propia Masonería. Empleó el espíritu de las artes
y las ciencias, es decir las imágenes evocadoras propias de nuestra
cultura, y no formas orientales, pero en definitiva siempre habló
de Metafísica y de Ciencia Sagrada, que sobrepasan todas las
contingencias. Por ello el Oriente al que se refirió es un Oriente
arquetípico. "El Oriente verdadero –escribió en Oriente
y Occidente, pág. 241–, el único que merece verdaderamente
ese nombre, es y será siempre el Oriente tradicional, aun cuando
sus representantes se vean reducidos a no ser más que una minoría,
cosa que todavía hoy, está lejos de producirse. Es ese
el Oriente que consideramos, así como al hablar de Occidente,
consideramos la mentalidad occidental, es decir, la mentalidad moderna
y antitradicional allí donde se encuentre, dado que tenemos en
cuenta ante todo la oposición de estos dos puntos de vista y
no simplemente la de dos términos geográficos". Asimismo,
y en lo que respecta a la Masonería, queremos recordar la importancia
que en ésta se concede al "Oriente", que no es sólo el
símbolo de la dirección cardinal, sino también
y sobre todo el símbolo del Oriente espiritual de donde proviene
la "luz" del Gran Arquitecto que ilumina interiormente la logia del
masón.
Fueron avatares
de la vida los que hicieron que rehiciera su vida familiar en el Cairo,
lugar en el que falleció hace ahora 50 años. Es decir
en un país situado, precisamente en el intermedio geográfico
entre Oriente y Occidente, lo cual, según la ley de correspondencias,
es un símbolo que ubica su obra en la historia y el momento cíclico
en que ésta se manifiesta. Tampoco vamos a dejar de fijarnos
en la idea de Unión o Fusión contenida en el nombre islámico
que escogió, "Juan, el Servidor del Unico", para ver que Guénon
encarnó el Principio de Unidad y Síntesis del pensamiento
Tradicional, tan necesario para un tiempo de desunión como el
presente. "En efecto, se tiene demasiado la tendencia a pensar que la
admisión de un sentido simbólico debe suponer el rechazo
del sentido literal o histórico; una opinión semejante
sólo puede ser resultado del desconocimiento de la ley de correspondencia
que es el fundamento mismo de todo simbolismo, y en virtud de la cual
toda cosa, que proceda esencialmente de un principio metafísico
del que obtiene toda su realidad, traduce y expresa este principio a
su manera y según su orden de existencia, de tal forma que, de
un orden al siguiente, todas las cosas se encadenan y corresponden para
concurrir a la armonía universal total, que es, dentro de la
multiplicidad de las manifestaciones, como un reflejo de la misma unidad
principial" (El Simbolismo de la Cruz, pág. 11). Toda
su obra constituye un trazado simbólico en el que se leen los
planos del Gran Arquitecto del Universo, construida por la aplicación
constante de lo vertical sobre lo horizontal, es decir que siempre parte
de ideas y principios eternos que a medida que se van incorporando a
nuestro pensamiento, lo van ordenando.
Está claro
que Guénon no era un hombre corriente. Su "curriculum" no sólo
lo conforma su extensísima obra, doblada por su correspondencia,
sino que además hay que añadir los idiomas que llegó
a conocer, incluidas lenguas prácticamente desaparecidas, sin
olvidarnos de la gran cantidad de autores y obras de todas las épocas
que llega a citar. Por otro lado, no se puede decir que fuera un hombre
encerrado en su biblioteca, o que viviese apartado en una especie de
confinamiento. Estar informado de los aconteceres, de todo lo que estaba
sucediendo en el mundo, tenía para él el mayor interés
y nunca dejó de estar atento a los "signos de los tiempos", demostrando
que su estancia en Egipto no constituyó ni mucho menos un lugar
de retiro, sino un centro de trabajo desde donde siguió desarrollando
y difundiendo las ideas tradicionales, lo cual no puede dejar de verse
sino como una operación civilizadora, consistente en llamar la
atención de quienes fuesen, o sean, capaces de enlazar intelectualmente
con su pensamiento pero sin ejercer ninguna presión sino aportando
su luz al mundo, tal como corresponde hacer al maestro masón.
"Ser guía de los hombres sin ejercer dominación, esta
es la virtud oculta", nos recuerda Lao-Tse.
En este sentido
y tal como enseña el ritual masónico, los masones deben
"acabar fuera la obra emprendida en el Templo", y esto sólo puede
hacerse considerando también al mundo como un templo, y a todos
los hombres como hermanos. Es así que "el Maestro Constructor
lleva su Logia interior a todas partes, él mismo es eso, una
miniatura del Cosmos, diseñada por el Gran Arquitecto del Universo"
nos dice F. González (Hermetismo y Masonería, pág.
109. Kier, Bs As). En su caso Guénon asume un trabajo de constructor
y ordenador, a través de la escritura y el libro, lo cual indica
que toma una decisión, pues ve esa posibilidad que hay en él
y tiene necesidad de desarrollarla, y con ello no hace sino ser un exponente
más de la tradición, tan arraigada en el Occidente, que
toma al libro como medio ideal de cristalizar, conservar y transmitir
las ideas perennes. De hecho, el libro, como símbolo de la comunicación
y revelación, es decir como soporte sagrado, ocupa el lugar principal
de la Logia al estar situado en el altar de los juramentos junto al
compás, símbolo del Cielo, y la escuadra, símbolo
de la Tierra, conformando todos ellos las "Tres Grandes Luces" de la
Masonería. Y aunque este libro esté representado casi
siempre por la Biblia, donde se describe también la cosmogonía
mediante la imagen del templo de Salomón, está sintetizando
en realidad a todos los libros sagrados revelados de todas las tradiciones.
Este es igualmente el sentido que tiene la idea de universalidad en
la Masonería.
Finalizamos el
desarrollo de estas ideas, que son nuestra aportación y reconocimiento
en este homenaje al gran metafísico, simbolista y maestro masón
René Guénon. Sin embargo no podemos dejar de extender
nuestro reconocimiento hacia todos los maestros de la Tradición,
aquellos seres que habiendo recibido la voz del Nous, de Hermes,
y el espíritu constructor de Hiram, y con ello la clave para
leer la Gran Síntesis del Libro de la Vida, deciden servir al
Unico, a su ser mismo trabajando como obreros a las órdenes del
Gran Arquitecto, empleando su propio Arte, el obtenido del pulimento
de su piedra. En definitiva a todos aquellos que reúnen y difunden
ese Conocimiento perdido o más bien oculto, a todos quienes estén
llamados a aprehenderlo, y lograr hacer reverdecer en su corazón
y en su intelecto la rama de acacia, símbolo de la Tradición
viva.
"En lo que concierne a
la creación o la manifestación universal; podría
decirse que ésta está formada por letras separadas,
que corresponden a la multiplicidad de los elementos, y que reuniendo
esas letras se la reduce por eso mismo a su Principio, con tal que
esa reunión se opere de modo de reconstituir el nombre del
Principio efectivamente. Desde ese punto de vista, 'reunir lo disperso'
es lo mismo que 'recobrar la Palabra perdida', pues en realidad, y
en su sentido más profundo, esa 'palabra perdida' no es sino
el verdadero nombre del Gran Arquitecto del Universo". Símbolos
Fundamentales, pág. 263. Eudeba, Bs As. |