EL
NACIMIENTO DE LA CONGREGACION
EL
PENSAMIENTO DEL SAN MIGUEL
GARICOITS A TRAVÉS DE SUS OBRAS
El
acto de la fundación de la Congregación Bayonesa.
Tres
vascos y tres bearneses
En
octubre de 1835, seis modestos sacerdotes, vascos y bearneses, por partes
iguales, que tenían a su cargo el servicio religioso del antiquísimo y
renombrado santuario pirenaico de Nuestra Señora de Betharram en Francia,
determinaron, para mayor gloria de Dios, su propia santificación y la
evangelización de les fieles, seguir en adelante una regla de «vida religiosa».
Bajo
esa forma sencillísima aparecía en la Iglesia una nueva Familia Religiosa,
cuya acción había de extenderse a todo el mundo, y especialmente para
beneficio nuestro, a la América latina.
Fueron
aquellos sacerdotes, los Padres: Garicoits, Guimón, Perguilhem, Chirou,
Larrouy, Fondeville, Dos, de ellos los Padres Guimón y Larrouy, vinieron a
nuestras playas en 1856, muriendo el primero en medio de sus trabajos apostólicos
en 1861, y el segundo mártir de la caridad cristiana en la terrible epidemia de
fiebre amarilla del año 1871.
Unánimemente
aquellos sacerdotes eligieron corno Superior al hombre cuyas dotes naturales y
espontáneo ascendiente los había conquistado: al Padre Miguel Garicoits.
El
Fundador: Fisonomía física e intelectual
Contaba
a la sazón 37 años. Era de estatura aventajada, de porte majestuoso, de bella
y noble fisonomía.
Gozaba
de la plenitud de sus energías y facultades. Una voluntad enérgica le había
conducido sin desmayos desde la ruda ignorancia del campo hasta las más
encumbradas cátedras del Seminario Mayor de Betharram.
Todos
admiraban en él un criterio excepcionalmente recto que le permitía resolver
como jugando todas las dificultades. Daba respuestas rápidas y luminosas como
relámpago.
Lo
que asombraba en él era esa mirada de águila que llegaba velozmente a tan
considerable distancia. Su espíritu desconocía las lentitudes del raciocinio;
veía la verdad como por instinto, y se lanzaba hacia ella en rápido vuelo,
aferrándose de golpe en la realidad de las cosas.
Era
además el más manso de los hombres. A pesar de su fogoso carácter vasco poseía
una mansedumbre conquistadora. Recibía siempre y a todo el mundo con exquisita
afabilidad. Se hubiera dicho que era un desocupado que no sabía que hacer de su
tiempo: familiar con los pequeños, sencillo con los grandes, sonriente con
todos.
Las
concepciones del Fundador
Quería
ese hombre eminente dar a la Iglesia una familia religiosa. Le Había sido
inspirado esa idea por las necesidades de su época, las sugestiones de la santa
fundadora de las Hijas de la Cruz, Sor Elizabeth y los deseos de los obispos.
En
Francia habían desaparecido con la revolución las grandes órdenes religiosas;
se necesitaba reemplazarlas para evangelizar al pueblo y darle ejemplos
inconfundibles de santidad y de heroísmo cristiano.
Por
su parte, las Hijas de la Cruz, dedicadas a la educación de la juventud
popular, iniciaban con acierto el apostolado social, gloria del siglo XIX,
indicando a su virtuoso capellán, el Reverendo, Padre Garicoits, el camino que
había de seguir.
Observaban
por fin los obispos con cierta inquietud a su clero, no siempre respetuoso de la
autoridad. Muchas veces había sido testigo el Padre Garicoits del dolor, más aún,
de las lágrimas vertidas por varios obispos con tal motivo.
Concibió,
pues, la idea de una sociedad destinada a las misiones y a la enseñanza; la
obediencia sería su estandarte frente a la insubordinación y al egoísmo que
constituye el flagelo de los tiempos modernos. Ha de ser el nuevo instituto algo
así como un «campamento volante», pronta a dirigirse, a la voz de los
superiores, hacia donde el peligro es mayor, con abnegación y generosidad.
Los
que orientaron al Fundador
Con
ese proyecto el Padre Garicoits se dirigió a Tolosa, hacia el viejo convento de
Santo Domingo de la calle Inquisición. Vivía en esa casa ruinosa, «apenas
habitable por partes», el Padre Leblanc, teniendo «escasamente dónde reposar
su cabeza, con otro hermano, ambos ya cansados». Procuraban restaurar en
Francia la Compañía de Jesús. Bajo la dirección de dicho santo sacerdote,
hizo el Padre Garicoits un retiro espiritual. Confirmó todas sus miras su
director al decirle: «Seguirá usted su primera inspiración, que a mi parecer,
viene del Cielo; será usted el padre de una familia que ha de ser hermana
nuestra.»
Al
regresar al Santuario de Nuestra Señora de Betharram se postró ante el altar
de la Virgen el futuro fundador consagrándose al servicio de Dios y de su
Divina Madre.
Mientras
rezaba el Señor le comunicó una luz extraordinaria y le hizo sentir una
poderosa inclinación a poner manos a la obra sin desmayar. Ya la fundación de
la nueva orden tenía la aprobación de un santo y del mismo Dios.
Los
primeros compañeros
Un
almuerzo poco común
Los
principios fueron por demás trabajosos. El gobierno se mostraba poco favorable
a la obra de las misiones, la administración diocesana no parecía secundar los
esfuerzos del Fundador, los jóvenes que habían manifestado el deseo de asociársele
no obtenían para ello la correspondiente autorización. Todo esto lo
consideraba el Padre Garicoits como excelente augurio, pues a su juicio, las
obras de Dios son generalmente combatidas y se cimientan con la cruz.
Con
el Padre Guimón vivía el Padre Garicoits desde hacía ya cuatro años,
esperando otros, compañeros, cuando, en el mes de agosto del año 1834, se le
unió un joven sacerdote, ex-alumno suyo, él Padre Chirou.
«El
Reverendo Padre Garicoits, refería éste, se encontraba solo; ¡cuánto se
alegró al verme! Con, todo, no se olvidó que yo necesitaba, algún alimento, y
nada tenía qué ofrecerme. Sus provisiones consistían en un poco de tocino, y
medio pan. Encendió el fuego con sus propias manos, y cortando una rebanada de
tocino, la coció en la extremidad de una varita a guisa de asador. Jamás comí
con mayor satisfacción ni con mayor apetito.»
En
enero de 1835, autorizó el Obispo, el ingreso del Padre Larrouy al monasterio
de Betharram. En julio del mismo año vinieron los Padres Perguilhem y
Fondeville.
Tenemos
aquí a los seis eminentes sacerdotes que en octubre de 1835, fundaron la
Congregación de los Padres de Betharram. No tienen lo necesario para vivir: una
buena mujer les preparaba cada domingo un pobre potaje, el cual debía dar
abasto para toda la semana.
Con
todo perseveran en su propósito de servir a Dios y dedicarse a salvar las
almas. Entonces, sin otro previo noviciado que su buena voluntad, eligen al
Padre Garicoits, como superior, y le prometen obediencia, pobreza y castidad, y
entre sus manos vacían el pobre contenido de sus bolsillos.
He
aquí la Congregación fundada. Para aprovechar las enseñanzas de la
experiencia, dar satisfacción a las exigencias del obispo de Bayona,
conformarse a la ley de la iglesia, habrá que cambiar las reglas con frecuencia
pero el espíritu primitivo será siempre mantenido por aquellos celosos
sacerdotes.
Primeros
trabajos de los nuevos religiosos
Misiones
a la población rural de la Diócesis
Los
Padres de Betharram se dedicaron, antes que todo, a la obra de las misiones.
En
las parroquias que van a evangelizar se congrega la gente dos veces al día.
Tratan de hacer temprano el ejercicio de la mañana, a fin de dejar libre el
pueblo al clarear el día, y por la misma razón también realizaban la segunda
función al anochecer.
Solían
impartir instrucciones a los dos sexos por separado, a fin de poderlos adaptar
mejor a las diversas necesidades y darles de este modo mayor interés.
Su
celo no les permitía siempre esperar en la iglesia la visita de los pecadores.
Iban a buscar en su domicilio a los que no se acercaban a los sacramentos, y ahí
mismo, procuraban confesarles, y Dios premiaba con conversiones maravillosas el
apostolado de los pastores que iban en pos de las ovejas descarriadas.
Duraban
las misiones tres semanas, y no menguaba la concurrencia de los fieles. El bien
obrado por lo misioneros fue inmenso. Conquistaban por su elocuencia sencilla
hasta la familiaridad, fervorosa hasta la inspiración, y sobre todo, por el
ejemplo de su virtud, su vida de trabajos y de apostolado.
Levantados
a las cuatro de la mañana, tanto de invierno como de verano, pasaban de
inmediato a la iglesia para atender el trabajo de confesiones, rezaban el vía
crucis todos los días y en ocasiones hasta dos y tres veces. Hay que decirlo:
no se ha echado en olvido el recuerdo de misioneros como los Padres Guimón,
Perguilhem, Chirou, Larrouy, Vignolles e Higueres. Han recorrido toda la
región, haciendo de aquella diócesis una tierra de fe. Lo reconocía con su
autoridad un obispo de Bayona al decir al Sumo Pontífice: «Si la diócesis de
Bayona es una de las mejores de Francia, lo debe sobre todo a los misioneros de
Betharram.»
También
habríamos de señalar, para integrar los medios de apostolado relacionados con
las misiones, las obras siguientes creadas por el Santo Fundador: El servicio,
religioso del Santuario de Sarrance, centro afamado de devoción marial en
aquella región, así como de la iglesia San Luis en Pau, capital del Bearne, y
del templo de Santa Cruz, en Oloron; la dirección espiritual de las religiosas
llamadas «Siervas de María», fundadas por el Padre Cestac, amigo del fundador
de Betharram, además, de la capellanía de las Hermanas de la Cruz, ya
anteriormente a cargo del mismo.
Los
Hermanos Coadjutores
Una
obra parecida a la de San Juan Bosco
Después
de las misiones pensó San Miguel Garicoits en procurar los privilegios de la
vida religiosa a los laicos que pudiesen sentirse atraídos hacia ella.
Deseaba
ver a los cristianos fervorosos alejarse de los peligros del siglo y consagrarse
al servicio de Dios. Les ofrecía situaciones por cierto humildes, y a pesar de
todo se presentaron durante la vida del Fundador, más de cincuenta, renunciando
a posiciones a veces muy honrosas.
El
mismo se consagraba a su formación religiosa. El insigne teólogo nunca se
encontraba tan a su gusto como en medio de esos modestos trabajadores, enseñándoles
a orar, a meditar, a vencer su carácter; les decía en una de sus frecuentes
exhortaciones: «Amigos míos: estén persuadidos de que no son sirvientes sino
religiosos, no esclavos sino hermanos. Aquí no se empleará con ustedes sino la
caridad; pues han venido para ser conducidos, no por el espíritu del temor,
sino por el espíritu del amor.» Tuvo, la dicha de encontrar, entre ellos a un
verdadero santo, el joven Hermano Leonidas.
Para
organizar el trabajo de aquella pléyade de hombres de buena voluntad, adquirió
una amplia chacra en los alrededores de Betharram. Estableció talleres de
sastrería, zapatería, carpintería; construyó una panadería y una chocolatería.
Los
Hermanos de mayor preparación cultural, graduándose de maestros, dictaban
cursos especiales, se aplicaban con empeño a la obra principal de la Congregación,
la enseñanza de la juventud en los colegios de educación cristiana.
Nuestro
primer Colegio
Más
de 1.000 sacerdotes o religiosos egresados de él
Se
había propuesto el Beato Padre Garicoits asegurar a los jóvenes una instrucción
en consonancia con su fe.
Dos
años después de la fundación del Instituto, creó en el monasterio una
escuela primaria, que se convirtió en escuela «primaria superior» en el año
1840.
Los
pequeños campesinos de los alrededores encontraban en ella una formación
adecuada, contribuyendo a conservar en el país hogares sanos y costumbres
cristianas.
En
1847 abre el Colegio de Nuestra Señora de Betharram. No hemos de seguir
adelante sin tributar un merecido homenaje al celebrado, colegio, el primero por
la fecha de fundación y quizás también por la excelencia. Allí, el trabajo y
los sacrificios de numerosos profesores que procuraron, a unos 10.000 alumnos
una educación perfecta. Puede enorgullecerse de la dirección de hombres
eminentes: los Padres Bourdenne, Abbadíe, Croharé, Bellocq, Fernessolle y
Carrere. Sin embargo, el mejor timbre de honor de la casa será siempre el haber
dado a la Iglesia más de 1.000 religiosos y misioneros
Otros
colegios. Éxitos señalados
En
1849, la ciudad de Orthez pidió al Padre Miguel Garicoits un colegio para la
juventud. Fue el Moncade.
Salieron
de las aulas de este colegio más de seis mil alumnos, de los cuales cabe
mencionar al ilustre arzobispo de Seus, Monseñor Chesnelong; el prestigioso
escritor Lasserre y al afamado químico Moureu.
Resolvió
el obispo de Bayona establecer un colegio en la ciudad vascuence de Mauleón,
dedicando a esa fundación el inmueble del antiguo Convento de San Francisco.
Con santa complacencia envió el Padre Garicoits sus hijos para la educación de
sus compatriotas en aquella localidad.
En
1855, habiéndose reunido a la Congregación de Betharram la Sociedad de «Santa
Cruz», aceptó el Fundador el colegio Santa María de Olorón, que se debe a la
munificencia del ilustre obispo Monseñor de Revól. La divina Providencia le
deparó como superior el hombre necesario, el Padre Minvielle.
El
Padre Garicoits puso a su lado, con cargo de prefecto de estudios, al Padre
Rossigneux, ex-alumno de la Escuela Normal de París, y miembro, de la
Universidad. Cerca de ocho mil pupilos han pasado por el Colegio. Los alumnos
presentados a los exámenes ante las diversas, Facultades del Estado, merecieron
públicas felicitaciones por su excelente preparación.
El
Colegio San José, de Buenos Aires
El
afecto especial
que
le profesó el Beato Miguel Garicoits
San
Miguel Garicoits comprendió las ventajas que procuraría la educación
cristiana de la juventud en la formación de una nación joven como la República
Argentina.
Por
eso no vaciló, al enviar sus hijos a este país, en designar para dirigirlos al
más eminente de los maestros de sus colegios, Reverendo Padre Diego Barbé, y
al más joven de sus profesores, Juan Magendie.
Su
voluntad es evidente. Mientras unos predican misiones fuera de los grandes
centros de población, otros en las ciudades de importancia educarán la
juventud en escuelas cristianas.
Cumpliendo
los deseos de su Superior, no bien llegado a tierra argentina, el Padre Berbé
procura establecer un colegio en la Capital. Después de haber esperado realizar
sus proyectos en Belgrano y cerca de la Piedad abre el primer establecimiento de
enseñanza frente a Nuestra Señora de Balvanera, veintiséis meses después de
su llegada.
Así
nació el Colegio San José.
Cuál
fue su acción profunda en la sociedad argentina con su numerosísimo
contingente anual de educandos, las más altas autoridades de la República lo
han proclamado. También lo dicen bien alto el crecidísimo, número de altas
personalidades que ya en los puestos más encumbrados de la Nación, ya en la
artes y las ciencias, o en el ejercicio de las profesiones intelectuales, han
merecido el aplauso de sus conciudadanos.
Sin
embargo si el gran establecimiento escolar de la Capital conserva tanta fama
bajo la dirección de los Padres Barbé, Magendie, Tounedou, Laulhé y Sarthou,
hay que recordar que está siempre mereciendo esta bendición de San Miguel
Garicoits, quien le profesó siempre verdadero cariño.
«Digan
a sus queridos alumnos del San José que yo los bendigo de todo corazón. Los
sentimientos que han querido expresarme con tanta delicadeza me han encantado y
conmovido hasta derramar lágrimas. Esas almas ofrecen grandes esperanzas.
Quiera el Señor que se conviertan en realidades,»
Murió
San Miguel Garicoits el 14 de mayo de 1863, a los sesenta y seis años,
consagrando su muerte su memoria de Varón Santo. Había difundido su espíritu
en el corazón de sus hijos para que viviera su obra, con su protección
celestial.
El
segundo Superior General:
Reverendo Padre Chirou: el organizador
Al
recibir de Monseñor Lacroix el título de Superior tropezó el Reverendo Padre
Chirou con las naturales dificultades que ofrece la sucesión de un Santo, Pero
su práctica inteligente de hombre organizador supo preparar un período de
prosperidad. Con prudentes disposiciones favoreció el ingreso de jóvenes en el
Instituto, defendió contra sus opositores el espíritu del Fundador, proyectó
Constituciones que hizo aprobar por su obispo. Hay más. Envió muy luego nuevos
religiosos a América.
Le
Cabe también la gloria de haber edificado en Betharram las estaciones de un
Calvario pintoresco y piadoso, orgullo del Pirineo.
Tercer
Superior General: R. P. Etchecopar
Organización
interior. - Seminario de Belén
Fue
su continuador el Reverendo Padre Etchecopar. Le había honrado el Beato
Fundador con su amistad, mereciendo esa distinción por sus virtudes. La Iglesia
prepara su exaltación, habiéndose constituido el tribunal eclesiástico para
recoger los testimonios sobre su santidad. ¡Quiera Dios otorgar al hijo y
sucesor la gloria de que goza ya el Padre!
Al
Reverendo Padre Etchecopar debe la Congregación su organización interior
conforme a la ley romana, en 1877. Fue necesaria la intervención milagrosa de
Dios, expresada por las instrucciones impartidas a una humilde Carmelita, Sor «María
de Jesús Crucificado», cuya causa de beatificación se estudia en Roma.
Fue
el Padre Etchecopar quien estableció el seminario mayor de la sociedad en
Palestina en la Ciudad de Belén. No descuidó por eso, las obras de enseñanza.
En 1874, envió sus religiosos para formar la juventud de la mejor sociedad de
Bayona, en el celebrado colegio San Luis.
Para
animar a sus hijos, ocupados en diversas regiones del mundo, salió a visitarlos
en medio de sus tareas apostólicas. Así es como vino a Buenos Aires, inaugurándose
con tal motivo en el Colegio San José la actual capilla. Dondequiera que pasara
conquistaba espíritus y corazones por su noble caballerosidad, su inteligencia
y su santidad.
Cuarto
Superior General: R. P. Bourdenne
Dispersión
y difusión
Sucedió
al Padre Etchecopar el Reverendo Padre Bourdenne, en 1897. A pesar de los
adversos acontecimientos políticos que despojaron de sus casas a los religiosos
y les prohibieron la enseñanza, prosiguió su marcha ascendente y se extendió
la acción de la Congregación. En 1899 el obispo de Santa, Fe, Monseñor Boneo,
llama a les Padres Bayoneses a Rosario, donde, fundan el Colegio del Sagrado
Corazón. A pedido del obispo de La Plata, Monseñor Terrero, ex-alumno del
Colegio San José, de Buenos Aires, se establece un nuevo colegio «San José»,
en la Capital Bonaerense. En 1904, respondiendo a los deseos. del obispo del
Paraguay. Monseñor Bogarín, y obedeciendo a las instrucciones del Sumo Pontífice,
se crea el Colegio «San José», de la Asunción.
5º
y 6º Superiores Generales
Los
Reverendos Padres Pedro Estrate e
Hipólito Paillás
El
quinto sucesor de San Miguel Garicoits fue el Reverendo Padre Pedro Estrato.
Hijo predilecto del Fundador, actuó como misionero en Francia, como superior
del Seminario de la Congregación en Belén. Muchas esperanzas dio el gobierno
de un santo varón, cuya ciencia e inteligente prudencia habían dirigido hasta
el heroísmo más elevado una de las almas más extraordinarias del siglo XIX,
Sor María de Jesús Crucificado. Pero murió unos meses después de su elección.
Más
conocida es la figura del Reverendo Padre Hipólito Paillás, sexto superior
general. Nuestros colegios sudamericanos pudieron admirar esa fisonomía
atrayente, cuya distinción natural daba realce a la acción de la gracia
divina, en una gravedad siempre sonriente. Sus largos años de dirección (un
cuarto de siglo) fueron de los mas fecundos para la Congregación. Le
corresponde la gloria de haber preparado la beatificación del santo Fundador y
la construcción para albergar las reliquias del mismo en un santuario que
constituye una verdadera joya de arte cristiano. La historia del Instituto
recordará que aceptó para sus hijos la primera misión en China, en el Yunnan,
y que creó la obra de las vocaciones. Estableció cinco escuelas apostólicas:
Francia, Argentina, España, Inglaterra e Italia, cuyos numerosos alumnos,
asegurando el porvenir de los diversos establecimientos nacionales dan al nuevo
Superior general, Dionisio Busy esperanzas fundadas de una mayor extensión de
las familia del Beato Miguel Garicoits.