Querido Papa:
Te escribo estas
líneas sin saber si podré terminar de leerlas en voz alta.
Enconmendada o no, aquí estoy, de pie junto a otros adultos,
mayores que yo algunos, quienes también recononcen éste como un
momento verdaderamente difícil.
Para los aquí presentes, les advierto que lo que van a escuchar, son memorias limitadas. Es decir, están escritas desde mi punto de vista, uno entre tantos otros. Me llamo Nélida María, y soy la primera nieta de Pedro. Desde chiquitita tuve la fortuna de conocer bien a mi abuelo. Una de las primeras preguntas que le hice fue el por qué de su apodo.
Cuando tenía seis años me tiraste junto a Margie en la parte honda de la piscina de tu casa. Ese día aprendí a nadar. Aunque el método fue un proquito drástico, hoy me puedo parar aquí a decir que tú fuiste el que me enseñaste.
Muchas veces fuimos a pasear contigo en tu lancha
y de tí aprendí palabras como popa y proa, encallarse,
"dingy" y adjetivos para el mar como
"picado", "planchado", o tu símil favorita
que aplica a un día como hoy, "el mar esta como un
plato". Gracias, Papa, por sacarme al muelle cuando me
mareaba, y por enseñarme el gusto por la naturaleza. Mi hermano
Carli tenía razón: San Pedro el pescador tendrá mucho de que
hablar contigo allá en el Cielo. Es verdad, yo también aprendí
a pescar contigo.
Gracias, Papa, por
modelar con tu presencia la forma correcta de enfrentarse uno
mismo a sus emociones. Usando un discurso lógico me llevabas a
razonar el por qué no me debía poner triste ante una situación
difícil con mis hermanos. Te sentabas con mucha paciencia en el
sofá del "family". Allí, al lado del ventanal junto a
las plantas.
Gracias, Papa, por deleitarnos con el violín, y
con tus tantos "cassettes" de música clásica. Bello y
hermoso tu silbar que imitaba pajaritos. Ah! y quiero que sepas
que aquel cuento de cuando estabas en la escuela pitando y la
maestra no podía saber que eras tú, se lo hago ahora a mis
estudiantes.
Hablando
de estudiantes... Que visión la tuya! Fuiste el primero en mi
vida en saber que yo iba a ser maestra. Me decías que yo había
nacido para eso. Desde pequeñita me animabas en mis logros. Te
encantó tanto el poema en inglés sobre el pez en le agua que ya
era madre de mis hijos y todavía te acordabas de memoria de
algunas de las símiles que usé originalmente en mis versos.
Con sincera alegría me felicitaste al enterarte
que por fin, después de tantos desvíos, escogí el camino del
magisterio. Hoy con mucho orgullo, Papa, estoy a punto de
terminar el grado el cual tu fuiste el primero en envisionar. Me
acuerdo a veces del cuento que Mami me hizo muchas veces de cómo
tu estudiabas hasta tempranas horas de la madrugada para obtener
uno de tus grados académicos. De cierto modo, tú y yo nos
parecemos. Creo que he heredado tu sangre a través de mi madre.
Papa, gracias por
prestarme tus enciclopedias y libros de literatura para mis
proyectos y monografías. Nunca olvidare aquella silla negra en
la esquina de la biblioteca, o el escritorio de donde siempre
sacabas papeles para yo dibujar. De tu oficina en la Galería
tampoco me olvidaré. La de la derecha, a la cual entraba con
Titá de cómplice, tratando de dejar todo donde lo encontré, y
de no botarte ningún papel importante.
Gracias,
Papa, por enseñarme a ser práctica en la vida. Nunca olvidare
las famosas discusiones de como todos debíamos comprar un pan
grande y mucho jamón para almorzar en Francia. Nos acordabas a
todos que el viaje tenía finalidades culturales y no el de
deleites gastronómicos innecesarios. Como parte del
enriquecimiento cultural, nos enseñaste a Margie y a mí pedir
chocolate con leche en francés.
Gracias,
Papa, por preocuparte de nuestra salud. Se acordarán mis
hermanos de las famosas chancletas plásticas de colores que nos
debíamos poner para bañarnos en el mar en caso de que hubiesen
erizos en la arena. Se acordarán también de la sopita de
pescado del Cangrejos o de las habichuelas rojas del Anafre, que
no llegaban a la mesa sin un sermoncito sobre las proteínas que
estos platos contenía. O de las veces en que mirábamos ansiosos
el reloj esperando a que pasara la media hora después de comer
para podernos meter otra vez al mar.
Gracias, Papa, por tus consejos, pues eras maestro a todas horas, compartiendo tu conocimiento a diario. Me acuerdo de montarme en tu Volvo anaranjado luego de venir de Isleta Marina en Fajardo y, casi predeciblemente, tu nos acordabas de bajar la ventana del carro para que el calor se fuera rápido.
Gracias, Papa por tu apoyo. Érase aquella vez
que tuve que desempeñar como actriz en Bellas Artes. Con solo 14
años, y a pocos meses después de morir nuestra abuelita, Papa
hizo acto de presencia y vió mi actuacion. Su expresión:
Nelsin, te la comiste!
Gracias, Papa, por nuestra familia. Nos quisiste mucho. De los recuerdos más lindos que tengo son las fiestas de Navidad del Día 24. Tu te encargabas de lechón a la varita, que ponías al lado de le puerta que daba para el patio. Allí mi mente todavía lo ve, después de 15 años, al lado del cuartito del filtro y de los chalecos salvavidas. Los veo a todos, JUNTOS, familiares y amigos, en ocasiones que guardo en el pensamiento como sagradas. Tampoco olvidaré las comidas en la mesa del comedor. Si allí donde siempre tenías tu lugar reservado, en la cabecera izquierda, la más cerca al espejo.
Al
igual que siempre tuviste un lugar especial en la mesa familiar,
así tendras también un lugar especial en nuestro corazón, en
nuestra mente, en nuestra alma. Y debo aclarar que el alma de
cada ser es única, por lo cual todos tendremos recuerdos
únicos, diferentes, en individuales. Cada quien es responsable
de su propia alma, y al esfuerzo y creencia propia se le debe la
salvación de la misma.
Llego al final de mis líneas y me acerco al cierre de este escrito. Si para Papa era importante su familia, así también él es importante para la familia celestial. Mi Papa creía en Dios, y por eso este día cantamos victoriosos todos los cristianos. Junto con la gran familia del Cielo, mi Papa me está viendo y dice, pues lo escucha mi fe bien clario: "Esa es mi nieta ahí parada. Nelsi, te la comiste!"
1 de octubre de
1997
Cementerio de la Capital,
San Juan, Puerto Rico