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En las sociedades aparentemente más avanzadas la pérdida de los valores humanos es un signo evidente, valores no sólo sociales sino espirituales, educacionales y de todo orden. La división entre las nuevas generaciones y las anteriores es cada vez más patente, el sistema económico que dirige el planeta está obsoleto y es incapaz de aportar soluciones a las graves injusticias sociales que padecen los países subdesarrollados.
Un sistema extremadamente liberal donde sólo prima el mercado, olvidándose de las conquistas sociales y solidarias que ayuden a los que más lo necesitan es, sin duda, un sistema a corto plazo y que genera descontento en la mayoría y por lo tanto es el germen de su propio fracaso. Es además un sistema egoísta donde los que más tienen cada vez son más ricos, y recíprocamente los pobres cada vez se hunden más en la miseria.
El reparto equitativo de la riqueza en el planeta es hoy por hoy una enorme utopía que nunca podrá llegar a producirse en las condiciones actuales, donde, por encima de intereses políticos, el verdadero poder lo ejerce el capital, que es al fin y a la postre el que mueve los intereses socio-políticos de cada país, sacrificando en muchas ocasiones las buenas intenciones de algunos políticos que deben doblegarse a las presiones e intereses económicos y financieros de las grandes multinacionales.
Además de esto, las graves crisis migratorias, el hambre, la injusticia social y las guerras que pululan en todo el planeta, nos dan el más fiel reflejo del momento de cambio en el que nos encontramos. Si añadimos los cataclismos geológicos, climáticos, las pruebas atómicas, la contaminación, la desertización, la deforestación del pulmón del planeta (amazonia), el recalentamiento de la temperatura de la tierra y el agujero en la capa de ozono, cada vez mayor, podemos entonces suponer que el futuro inmediato no puede ser muy halagüeño.
El planeta está sufriendo los errores de las últimas décadas, y a su vez el propio planeta está devolviendo mediante desequilibrios de todo tipo aquella agresión que se viene efectuando contra él: los tifones, huracanes, inundaciones, terremotos, maremotos, volcanes de nuevo en actividad, etc.. son la respuesta a esta agresión de tantos y tantos años.
No pretendemos dramatizar en absoluto, pero sí dejar en evidencia que sobre estos temas no se adoptan las medidas necesarias para corregirlos de una vez por todas, porque los intereses económicos no cesan y están por encima de la casa en la que habitamos: nuestro planeta.
Estos hechos nos llevan a la conclusión de que la "revolución" social que se aproxima tiene mucho que ver con la forma de enfocar estos problemas; este cambio será un cambio de mentalidad, un profundo cambio de valores de referencia; serán los valores humanos (solidaridad, ecología, fraternidad, entorno social, etc..) aquellas pautas de primer orden que más van a valorar los ciudadanos del próximo milenio.
Y ante ello cabe preguntarnos ¿estamos espiritualmente preparados para afrontar este reto? No olvidemos que la fraternidad y la solidaridad con el que sufre debe ser fruto de un trabajo interno de renuncia y sacrificio a nuestro propio egoísmo (como hoy ya lo hacen multitud de organizaciones y asociaciones humanitarias).
Es evidente que la mejor preparación
que podemos tener de cara al cambio social que se aproxima es una preparación
espiritual que nos ayude a comprender las necesidades del semejante; que
nos ayude a situarnos en su lugar, a entender sus problemas para ayudarle
más eficazmente, si en todo ello ponemos el sentimiento de amor
que debemos, no nos hará falta organización, ideología
o religión de la que formar parte, seremos divulgadores mediante
las obras del auténtico cristianismo: LA CARIDAD.