![]() FEB-00 Nº 211 |
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Obviamente, a nivel material, hemos de regirnos por unas normas de comportamiento y trato con nuestros semejantes porque si no existiera parámetro alguno por el que guiar nuestras vidas, la anarquía reinaría en nuestro planeta y no habría distinción alguna entre lo que es correcto y lo que puede perjudicar a otros.
Es, por tanto, necesario que existan una serie de normas que marquen una línea entre lo que se encuentra dentro y fuera de la ley por los motivos anteriormente explicados, ya que no todos los seres que poblamos la Tierra tenemos las mismas características, ni tendencias, y las mentes así como los sentimientos que experimentamos en los diversos estadios de nuestra vida, son variados y exteriorizados con mayor o menor intensidad dependiendo del individuo, su nivel evolutivo, y de muchos factores que determinarán su reacción ante las situaciones que se produzcan.
En un sentido más espiritual y teniendo en cuenta que somos seres en evolución y que traemos como bagaje una serie de experiencias, vivencias y sentimientos acumulados de otras existencias, es más fácil entender que en cada acontecimiento que vivamos, ahí seguramente estará teniendo lugar cualquiera de las leyes espirituales por las que también nos regimos los seres encarnados.
Sabemos que aparte de todo esto hay una serie de condicionantes, de sucesos que ocurren en nuestra vida y a los que, si no tenemos conocimientos de que hay un porqué, que no es casualidad lo que nos sucede, acabamos pensando que todo nos sale mal y que hay otras personas que se encuentran mucho más felices que nosotros, que sus vidas marchan "sobre ruedas" y que los problemas en ellos, no existen. Todas las adversidades nos ocurren a nosotros y es cuando llegan momentos de inseguridad, donde nos preguntamos si de verdad merecemos esta vida. Nos sentimos inferiores y se cae en depresiones y falta de identidad porque no se ve salida a tanta dificultad.
Cuando algo de esto ocurre, en lugar de analizar el porqué de la situación, tratamos de buscar mil excusas de tipo, generalmente material, como que aquel individuo vive mejor porque tiene mayor poder adquisitivo y una vida repleta de placeres o simplemente nos muestra un estado de felicidad que nosotros quisiéramos. Todo menos encontrar la raíz del problema para solucionarlo, llegando incluso a envidiar la felicidad de otros.
Como he comentado anteriormente, las leyes que rigen nuestro destino, son efectos de acciones del pasado y pueden existir recelos con personas de nuestro entorno, antipatías, desconfianzas, que si valoramos sinceramente, no le encontraremos ningún sentido porque puede suceder que no haya relación alguna con aquella persona, pero ese sentimiento está presente. Rechazamos o nos sentimos poco valorados cuando en realidad no hay motivos aparentes para ello.
Supuestamente no, pero podría darse el caso de que aquella persona con la que no llegamos a conectar, fuera alguien a quien en otra vida hiciéramos algún daño y es aquí y ahora cuando tenemos la oportunidad de comprender su actitud, de tratar de acercarnos y ofrecer nuestro corazón para que errores cometidos anteriormente, se vayan disipando del subconsciente de esa persona, que, aunque no teniendo certeza de lo que le ocurriera en otra existencia, hay momentos en los que recibe esas sensaciones acumuladas del pasado. En un sentido contrario, en alguna ocasión habremos sentido cierta atracción y no supimos hallar respuesta a ese sentimiento.
Si entendemos la vida espiritual o somos conscientes de nuestro destino y objetivos al encarnar, nos será mucho más fácil asimilar experiencias poco agradables, pero si por el contrario, somos ajenos a todo este conglomerado de mecanismos, el pesimismo y la desmotivación influirán negativamente en nuestras decisiones.
Si nuestro comportamiento en la sociedad se limita únicamente a no hacer daño al prójimo, algunas veces inconscientemente, simplemente por ocuparnos de nuestros problemas, creyendo que ya tenemos suficiente con lograr comenzar una nueva jornada habiendo archivado ciertos temas que nos inquietaban y que por fin ya no nos dan quebradero de cabeza alguno, no estaremos contribuyendo de ninguna manera a nuestro propio progreso espiritual ni seremos útiles para hacer realidad un mundo más comprensivo y justo con los demás.
Cada día son nuevas las experiencias que vivimos y de las que podemos obtener mucho si de verdad entendemos que, aunque seamos individuos que no nos inmiscuimos ni coartamos la vida de nuestros semejantes porque respetamos las leyes que nuestra sociedad dicta, no estamos libres de estar perjudicando, de alguna forma, el libre albedrío de otros.
¿Y por qué si yo soy una persona correcta, que cada día sigue un programa de trabajo como otro cualquiera, que evito los problemas, en la medida de mis posibilidades y aporto un sustento a la familia, qué mal puedo estar haciendo si teóricamente no estoy transgrediendo las leyes sociales? A simple vista, efectivamente, nuestra actitud y comportamiento son normales pero no hemos de menospreciar algo a lo que no se le concede el valor que verdaderamente tiene y que son nuestras ideas, pensamientos y sentimientos acerca de acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor porque al igual que nuestro cuerpo es un material que utilizamos para muchas funciones (entre las que, como he comentado anteriormente, se encuentra la posibilidad de dañar físicamente a los demás), asimismo las vibraciones que somos capaces de emitir con pensamientos negativos, juicios de las acciones de nuestros semejantes, así como el rechazo o el recelo a crear lazos de unión, que tanto sirven para conocerse el ser humano, también pueden ser factores muy importantes a la hora de observar una conducta propia de individuos preocupados por hacer el bien a los demás o aquellos que se encierran únicamente en sus intereses personales y no tienen otros objetivos que el bienestar particular.
Si nos planteáramos el mal que nuestra palabra puede originar, seguramente antes de emitir una observación sobre algo que no nos parece correcto, muchas de las situaciones dolorosas que se nos presentan, no harían acto de presencia en nuestras vidas porque en primer lugar estaríamos en predisposición de escuchar otras opiniones de personas de las que, posiblemente, algo nuevo aprendamos y demostraríamos una actitud transigente y comprensiva con otros puntos de vista.
Asimismo, sería recomendable tener presente, ya no sólo qué beneficio puede aportarnos el pensar negativamente o actuar con intereses egoístas, sino que además, las repercusiones que conlleva el comportarnos sin una base de seguridad y justicia, puede desencadenar el interferir en el libre albedrío de quien deseoso de ayuda viene a pedirnos consejo, en la destrucción y desilusión de los anhelos y deseos que tenía puestos en determinada idea. Somos libres de opinar que esto no es un crimen como la ley dicta, pero tiene mucha importancia si valoramos como merecen las leyes espirituales, que están por encima de cualquier precepto creado por la mano del hombre.
Es posible que no sea un asesinato pero, aunque pueda parecer duro, el mediar de forma poco meditada y sin ánimo de cooperar en buscar la concordia y el entendimiento entre nuestros semejantes, quizá podríamos contemplarlo como un delito espiritual de mucha trascendencia.
De otro modo también estaremos equivocándonos si, para evitar caer en el error, mantuviéramos una actitud pasiva y poco interesada en la solución de conflictos porque, nuevamente, intereses particulares estarían mermando nuestra capacidad de reacción a “tender una mano” a quién se encuentra verdaderamente necesitado de nuestro apoyo e indulgencia.
Es por esto que, teniendo todo este material de conocimientos sobre la vida misma y la forma de aprovechar cada momento con situaciones que nos llenen interiormente y nos hagan sentir felices y estables emocionalmente, no cabe duda que tenemos una gran responsabilidad de acudir a ofrecer nuestra ayuda, más que otras personas que no alcanzan a comprender el significado que encierra el pasar por un planeta y entender que las experiencias que se viven sirven para algo.
De necios sería albergar resentimientos por el mal recibido porque ante la ingratitud o falta de reconocimiento o consideración de otros hacia nuestra persona, si es nuestro deseo que las experiencias nos sirvan, no existe otro camino que el de devolver bien por mal porque significará que ante tal circunstancia, la tolerancia será nuestra moneda de cambio por la crítica recibida.