LA CAIDA DEL FLAMINGO Ningún radar establecía contacto con la misión Mars Lander enviada por la NASA para explorar la superficie de Marte. Lo último que recibieron fue una extraña fotografía, en la réplica aparecía una inmensa sombra negra sobre el suelo rojo del planeta. Nadie sabía qué o quién proyectaba dicha figura, los científicos estaban desconcertados, además llegó hasta los aparatos de sonar un espantoso aullido que heló la sangre de los pocos miembros de la agencia espacial que tuvieron acceso a dichos fenómenos. En el mundo entero los medios de comunicación anunciaron el fracaso de la expedición pero nada se supo de los misteriosos eventos. La caída perpendicular de los rayos solares molestaba las pupilas verde esmeralda de los ojos de la comunicadora Yara Cano. Amante de la velocidad, aceleró su Mustang negro hasta 180 kilómetros por hora sobre el asfalto de la carretera que iba de México a Texcoco. Estaba deseosa de cumplir lo más rápido posible con la tarea que se le había encomendado ya que tenía trabajo, conducía un programa de radio nocturno sobre turismo. Su misión era entregar una extraña pieza labrada en obsidiana a un viejo amigo de su padre que trabajaba en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. El idolillo no era más grande que la palma de su mano y representaba una cabeza humana aunque sólo mostraba bien delineada la nariz, no tenía boca, ojos ni oídos. Sin embargo, tenía un diminuto orificio en la frente que conducía hasta una brillante chispa de luz azulada. Lo extraño del caso es que la chispa cambiaba de color sin patrón o motivo alguno, a veces era roja, otras naranja, púrpura, verde, blanca o amarilla. El monolito se había hallado apenas dos semanas antes en la Selva Lacandona en Chiapas por un investigador de la Procuraduría General de la República que seguía un caso de traficantes de arte guatemaltecos. Su comando logró la captura de la banda y decomisaron varias piezas de inusitado valor arqueológico, entre éstas venía la misteriosa cabeza. Admirado por su belleza y rareza la llevó a su entrañable amigo, el periodista Leopoldo Cano, progenitor de Yara, quien a su vez envió por paquetería la estatua a su hija para que visitara al arqueólogo y le diera su punto de vista sobre la pequeña luz. La muchacha de pelo rojo sudaba copiosamente a pesar de que vestía con ropas ligeras, un top y pants azul marinos y zapatos tenis, abrió la botella de agua que traía, bebió un trago y la colocó en el asiento del copiloto junto al paquete que resguardaba al ídolo. Un extraño lamento estalló en los oídos de la joven provocándole un escalofrío en todo su ser. Segundos después volvió a escuchar el indecible sonido aún más cerca. Frenó asustada creyendo que estaba loca. Apagó el motor del auto y trató de escudriñar cualquier otro ruido pero no encontró más que un impasible silencio. Yara deseaba que algún vehículo se acercara pero no había ni un alma sobre la recta carretera o en los bordes. Sólo se contemplaba una llanura de pasto quemado a los lados del camino. Encendió de nuevo el Mustang y para su sorpresa no arrancó, lo intentó varias veces pero no respondía. Aún temerosa descendió del carro, abrió la capota para verificar si existía un desperfecto. El intenso calor le picaba la piel como si se trataran de millones de insectos invisibles. Se sentía incómoda y pegajosa. Al no tener grandes conocimientos sobre mecánica no encontró falla alguna, cerró el cofre resignada a que algún alma caritativa la auxiliara. Sus intensos labios sonrieron al recordar escenas populares donde las damiselas se valían de enseñar una torneada pierna para ser rescatadas por algún galancete del camino. Rió ante la estúpida idea y se sentó repegada a la llanta delantera. Una leve brisa acarició su hermoso rostro refrescándola un momento. Después escuchó unos extraños pasos demasiado cerca, se incorporó y aunque miró a todos los flancos posibles no descubrió nada. Se intranquilizó aún más cuando el lamento volvió a apoderarse del espacio. Asustada se montó al negro auto, y con un intenso pavor que caló hasta sus entrañas, miró que el paquete había sido abierto y la cabeza no estaba dentro. Algo brincó sobre el techo del Mustang, eran pisadas como de un niño que empezaron un frenético baile que cesó en segundos. Bañada en sudor, más por el miedo que por el calor, el corazón de Yara palpitaba rápido, tan veloz que parecía se desbarataría, casi se desmaya al percatarse que entre latido y latido, una voz indiferente repetía su nombre. Escandalizada por completo en su razón, volvió a abandonar el auto, afuera recordó la danza sobre el techo, se volvió a mirar y algo saltó sobre ella derribándola. Quería decir algo mas no pudo, unas diminutas manos apretaban su garganta con suma fuerza, de algún modo dominó una parte de su horror y observó al ente. Ni siquiera le llegaba a sus rodillas, lucía un color negruzco, no tenía ojos, boca ni oídos y en su frente resaltaba una chispa de luz roja. Era similar al ídolo pero si contaba con un cuerpo, piernas, brazos y unas manitas que estrangulaban a la muchacha. El instinto de supervivencia provocó que Cano intentara quitárselo de encima. No le fue muy difícil, ya que una vez recobrada del primer miedo, tomó a la figura entre sus manos y la lanzó lejos como a un muñeco. Se levantó pero antes de que intentara otra cosa, el diminuto ser parecía mirarla fijamente. La hermosa pelirroja se sintió estremecida, luego un ardor intenso convulsionó su cuerpo, observó sus manos que se derretían cual parafina de una vela encendida, sintió su rostro desfigurarse, su cabello incendiarse y aunque quería gritar no lo logró ya que sus órganos internos se deshacían, sus ojos aceituna mientras contemplaban impávidos el terrible fenómeno se desintegraron, pronto su cerebro cesó de funcionar. La carretera quedó cubierta por un charco de un líquido espeso color carne. El ente se hincó, lo aspiró por su delineada nariz y absorbió la caliente masa dejando un nulo rastro de la comunicadora. Despertó dentro de una cueva. Con sus manos tocó sus brazos, piernas, cabeza, faz y suspiró aliviada. Sin pensarlo más se puso de pie y quiso emprender la marcha aunque al dar unos pasos fue alzada en vilo hacia los aires por una fuerza invisible, subía tan rápido que creyó no habría forma de frenar y se estamparía contra la bóveda rocosa de la caverna, sin embargo, la traspasó emergiendo hacia el exterior. Ascendía más y más, se atrevió a mirar hacia abajo y descubrió que la ciudad de México se empequeñecía hasta que parecía un modelo a escala. Continuo su trepidante viaje en vertical, pronto sintió que ganaba mayor velocidad y embargada por absoluto terror, observó que navegaba hacia las profundidades del espacio. Por un instante supuso que estaba muerta y este era el paso final hacia un desconcertante más allá. Yara sin capacidad de respuesta o reacción, no emitía ningún movimiento ni sonido, sólo se limitaba a observar el infinito mar de estrellas sobre la negritud del vacío. No quería pensar ni crear una idea, empezaba a sentirse reconfortada y tranquila, aunque si alguien le hubiera pedido su parecer, consideraría que no estaba muerta, es más creía estar más viva que nunca. La paz cesó cuando descendió sobre una roja y árida superficie, la fuerza invisible se esfumó ocasionando en la mujer de 22 años gran incertidumbre. Contempló el horizonte: grandes montañas, extensos valles y rocas por doquier, era un mundo fenecido, tan triste como un dios guerrero vencido por la indolencia del tiempo y espacio. Se volteó a ver qué descubría, pasmada, ante sí aparecía una gema celeste, sin duda, la Tierra. --Bienvenida --anunció una impersonal voz. Cano reconoció ese timbre, era el mismo de su corazón palpitante. --¡¿Quién es?! --exclamó angustiada la viajera sideral tratando de localizar el sonido. --Sobreviviste, mujer, nunca creí que alguien de tu especie resistiera el trayecto --confesó el diminuto ente quien se aparecía a los tenis de la chica. --¡Qué pasa!, ¡cómo! --se sintió tonta al no poder hilvanar una frase, se serenó porque consideraba que si estaba en ese instante en ese lugar era por algún propósito. --¡Te has serenado!, ¡aún y lo que te hice pasar, no fueron motivos suficientes..! --una nueva voz proveniente de alguno de los montes rocosos se dejó escuchar. Un gigante de cuatro metros surgió de las sombras, era idéntico al otro ente pero obviamente de mayor dimensión, su rostro era el de aquel monolito, y aunque no poseía boca, hablaba de algún modo. Nuevamente, estupefacta, Yara admiraba la magnificencia de su captor que avanzaba cimbrando el suelo. Se colocó ante la joven y se arrodilló. --Eres hermosa, nunca creí que llegaran a tal perfección, nunca creí en ustedes, ¡micos idiotas! --gruño el ser de obsidiana. --¿A qué te refieres? ¿Quién eres? --¡Insensata, deberías estar liquidada por el terror! Pero, me asombras. No busques nombrarme ni encontrarme razón. Existo desde que la tercera esfera existe, yo poblé tu roca, fui el pionero, nadie más que yo ha sido testigo de su evolución. Aunque debo admitir que tampoco puedo explicar qué casualidades los dieron como resultado a ustedes. --¡Qué clase de fantasía es ésta! --¡Fantasía! Ese fue el problema, cuando los deje hace milenios eran tan rústicos y estúpidos, luego viajé a otras galaxias donde conquisté mundos y acabé con civilizaciones. Absorto en mi tarea olvidé a la Tierra, cuando retorné a este punto del Universo, descubrí con terror que se habían multiplicado como estrellas y además poseían esa extraña mezcla de instintos y pasiones, única en el inconmensurable espacio. Cuando vi sus naves supe que mi reino peligraba, su imaginación no tiene límites, han sido capaces de recrearse así mismos, de convertir sus fantasías en realidad. --¿Y eso qué tiene que ver conmigo? --Bajé a la Tierra en esa forma tan simple que provoca en ustedes sueños y alegorías como son los mitos, las formas de fe, los ídolos y fetiches para estimular la imaginación. Has sido la elegida y creo que representarás bien a tu raza de simios. --¿Cómo? Sin recibir respuesta, el gigante lanzó su puño sobre la humanidad de Yara quien de un brinco escapó por poco de ser aplastada. El ser repitió el movimiento pero la agilidad de la pelirroja le permitió esquivar el intento. Se percató de que su rival era lento y torpe pero tarde o temprano le asestaría un golpe. Pensó en atacarlo con una piedra, pero qué tan grande sería el objeto que pudiera vencerlo. Recordó el pasaje bíblico de David y Goliath, tuvo una idea fugaz, levantó una roquita, dio media vuelta, encaró al ente quien ya se acercaba amenazador, lanzó con toda su fuerza el objeto rezando porque también fuera precisa. La irregular formación se introdujo justo por el orificio que conectaba el túnel rumbo a la chispa en la frente del gigante. Acto seguido gimió de dolor. La bravía joven de cabellera encendida encontró su debilidad. Cayó a la superficie cuan largo era. Yara tomó otra piedra y se dirigió hacia al atontado rival para vencerlo, sin embargo, el diminuto ente, le salto encima derribándola también. Esta vez controló más fácilmente a su atacante que lanzaba manotazos y patadas como un niño desquiciado. Los ojos esmeralda de Cano se posaron en el orificio de luz púrpura y cuando se disponía a meter un dedo por el orificio, sintió que una mano la sujetaba. La levantó sin esfuerzo, el gigante de obsidiana tenía el poder de apretar y liquidar a la novel gladiadora como si fuese una uva. Prefirió someterla y estrujarla poco a poco. --¡Suéltame! --¡Me equivoqué, no eres más que un gusano indefenso!, mírate tan desvalida, chillando y gimoteando. Nunca descubrirán el Universo, nunca seguirán mis pasos, ¡soy tan grande y poderoso como la imaginación misma! --sentenció fríamente el coloso guerrero quien se decidió a realizar el apretón final! --¡No me vencerás, maldito! --repuso la adversaria cósmica al tiempo que lanzaba al enano hacia el interior de la abertura frontal del gigante. Soltó de inmediato a Yara quien miró asombrada a la inmensa mole emitir el llanto que escuchó durante el día. Luchaba bamboleante contra un infinito dolor, caía y se levantaba, se despedazaba mientras la chispa se convertía en una ráfaga abominable de luz multicolor, de los tonos con los que las fantasías se iluminaban, de las emanaciones de lo más profundo del Universo. Cano se cubrió los ojos mientras se ocultaba tras un montículo de inerte roca esperando sobrevivir al fenómeno. Pasados unos instantes, el silencio reinó sobre el misterioso planeta, la solitaria amazona se asomó y contempló que su enemigo ya no existía. Repasó con su vista una y otra vez el campo de batalla asegurándose de que no hubiera peligro. Supuso que estaba en Marte, supuso que el gigante hizo desaparecer la nave enviada por la NASA, supuso que si imaginaba su regreso a la Tierra lo conseguiría. Cerró sus ojos se concentró en lo que amaba de la gema celeste. Recordó su feliz infancia, la admiración por su padre, el gusto por una charla, su propia belleza e inteligencia, su Sol, sus amigos, su esperanza, sus libros, su música, el amor... Empezó el vuelo de regreso a casa. Y pensó en el poder más grande revelado a cualquier mujer u hombre, la imaginación. Cruzaba frente a un asteroide cuando escuchó que gritaban su nombre. Detuvo el viaje, se volteó, a la carga venía el infame espíritu del cosmos presto a aniquilarla. Ya no era de obsidiana, ni siquiera tenía cuerpo, era una masa viscosa multicolor sin forma ni definición, lanzó una burbuja de hielo que al tocar a la joven la encerró en su transparente interior. Ella empujaba y golpeaba la esfera buscando romperla pero no lo logró, la viscosidad de luz se detuvo unos metros para apreciar su obra. --¡Casi lo logras!, ¿pero cómo puedes vencer a la luz que soy siendo que el vacío de la noche infinita clama por mi presencia? ¡No soy un dios ni un demonio, no soy bien o mal, simplemente soy, ¡inmunda ángel!, y nadie podrá superar lo que he imaginado y recreado, nunca existirá otro ser que comprenda los secretos del cosmos! --la voz emitió un aguado sonido mientras sus colores resplandecían y destellaban en varias intensidades. Al instante la esfera helada empezó a contraerse. Vapores inmundos ahogaban a Yara Cano que tosía ante los tóxicos gases. Su prisión comprimía su cuerpo, su piel sintió el frío de las paredes y pronto sus huesos empezaban a quebrarse. Moría lentamente. Gélidos picos se incrustaban en sus carnes ampliando la agonía pero se decidió a no gritar, por lo menos no le daría el gusto al habitante de Marte de una victoria completa. Sus últimos instantes fueron reconfortantes. --Papi, ¿te puedo hacer una pregunta? --¿Qué pasa, Yara?
--¿Qué significa mi nombre? --Pues viene de una leyenda cubana, es el nombre de una preciosa ave rosada llamada flamingo, los cuales según el relato atraían y protegían a las almas juveniles. La pequeña de ocho años se montó en el regazo de su padre y lo abrazó. Este hizo lo mismo, la besó en la frente y dijo "te amo más que a nada en la galaxia". Una violenta explosión hizo salir de sus órbitas a varios asteroides. La masa colorida mostraba cálidos tonos que incendiaron el espacio. Ya no había más obstáculos entre sí y el ser humano. Lo eliminaría como lo hizo con otras especies. Era el fin de los tiempos. Se lanzó en una furiosa andanada contra el planeta azul en instantes entraría en la débil imaginación de los micos y pronto los controlaría. --¡Deténte! --ordenó la femenina voz. --¡Qué, no es posible! --la viscosidad que cada vez era más grande se petrificó ante la imagen que tenía enfrente. Era un ángel, una mujer que brillaba bañada en color rosa, poseía una alas inmensas y era tan enorme como su informe adversario. Rugiendo como si explotara una supernova, el multicolor ser se arremolinó contra la sideral ave. Ella inició un vuelo a velocidades eternas, creía que podría navegar por el espacio una y otra vez sin fronteras ni obstáculos. Pero se detuvo en un punto alejado de la Vía Láctea, asomó sus preciosos ojos fulgurantes como estrellas y divisó al conquistador acercarse. --Nunca, Yara, el nunca existe, yo soy el nunca. No existo y lo hago, soy incalculable, inintelegible, inimaginable, no podrás ganarme. Mientras no conquisten los cielos reinaré con terror, con el terror de la soledad, del vacío y del silencio --amenazó el colono espacial. --He pensado que tu debilidad es simple, si temes a que la imaginación del ser humano te supere y explore tu sacrosanto espacio, entonces adonde no se atreve a imaginar mi raza tú tampoco lo haces. --Brillante deducción, flamingo pelirrojo, pero sus científicos, teólogos y artistas dominan todo, nada es mínimo para su imaginación. --¿Y qué te parece un..? Extendiendo su mano señaló a un inmenso hueco en el Universo. Un hoyo negro. Batió sus alas con tal fuerza que dispersó al ente como si fuera polvo estelar. Luego, rodeó con sus angelicales protuberancias a las diminutas partículas, giró sobre su eje hasta que formó un remolino. Se detuvo, expandió su real plumaje y lanzó al vacío al viscoso ser multicolor que pronto fue devorado por el agujero, sus matices se extinguieron, nuevamente el indecible lamento estalló en la galaxia eterna y calló para siempre. La hermosa aparición al fin descansó. Quería regresar al planeta madre pero un impulso le comunicó que tenía una nueva misión que cumplir. En los albores de la imaginación humana era necesario que creyeran en sus fantasías, sueños estarían por venir en milenios subsecuentes, si todo marchaba como el guerrero profetizaba sobrevendría el día en que la raza terrícola viajaría por en cosmos en busca de respuestas a cuestionamientos indescifrables, retarían sus temores y encontrarían la armonía del intenso océano negro. Decidió darles una esperanza, una nueva fe, quiso decirles que los cielos les darían la bienvenida.
Un año después... Los investigadores y científicos de la NASA no daban crédito a lo que sus ojos veían, en menos de 365 días sucedió un fenómeno anormal en la Vía Láctea. Todo pasó de pronto, hubo un destello de inmensa luz blanca que los habitantes del mundo entero pudieron ver a simple vista. Se le consideró un milagro, un mensaje del cosmos, una puerta al terrorífico e insondable espacio. Los ojos del padre de Yara se llenaron de lágrimas y su alma aliviada sabía que la búsqueda por su hija desaparecida había concluido. El anciano sintió paz, pensó en que algún día se reuniría con ella, allá en la impenetrable bóveda celestial. Estiró su brazo a lo alto pensando que quizá tocaría una de las 22 estrellas que conformaban la nueva constelación. Descubrió que no podía hacerlo pero aún así, cuan hermosa era la flamante Constelación de Yara, la Constelación del Flamingo.
Juan Carlos Pérez González. |