UBIK, Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía

Necronomicón

Segunda Época. Año 3. N° 4. Noviembre, 2004

Tengo razones de sobra para sentirme satisfecho. Este el segundo número de la segunda época de Necronomicón y editándose, además, con la periodicidad planificada. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo de los escritores que gentilmente se han ofrecido a compartir sus visiones con el público lector. Si ellos lo continúan permitiendo, mes a mes tendremos esta cita.
Concibo a Necronomicón como un muestrario de la prosa fantástica que existe actualmente en el mundo hispanohablante, un catálogo vibrante de relatos ultracortos, breve, pero contundente. Opción para todos nosotros, hambrientos de literatura, pero quizás asfixiados por los tiempos modernos, monopolizadores de nuestra atención. El relato ultracorto es esa opción, instantánea, demoledora, reveladora; que en pocas líneas destruye o construye, universos, vida y entropía. Así que están invitados, viajeros, lectores, a consumir, a experimentar las visiones de tres autores en una cita mensual; aquí, en las páginas del misterioso Necronomicón.
Este mes nuestro número viene con cuatro relatos, obras de Domínguez Nimo, Aguilar y Ruiz. Como en el mes de octubre el arte de este número corresponde a Juan Raffo, quien ha empeñado su alma con las potencias de más allá de Betelgeuse para plasmar todo el horror innominable que medra en las limes de nuestro universo.
Pasen, entren y lean lo que fue escrito en noviembre con extraña caligrafía.

 

Huecos en la Estantería

por Francisco Ruiz

Si Francisco Ruiz no ha tocado algunos temas con su literatura, lo sabe sólo él. Si alguna temática le es especialmente sagrada, también es asunto suyo. En su blog tiene un muestrario variado de su literatura breve y espontánea, un verdadero turismo por la potencialidad del escritor y sus historias, lectura por demás recomendable. Está de más decir que la obra de Txisko no se limita a eso, pero es un buen abrebocas. Los invito a leer dos de su relatos, escogidos del universo de Eterno (su blog). Accidente es un jugueteo travieso con el mundo vampírico; mientras que Huecos en la estantería es un breve pero sobrio vistazo al universo fantástico de Txisko, una instantánea elegante y lírica repleta de sensaciones y sentido. Recientemente los cien primeros microrrelatos de Eterno y su némesis Efímero fueron compilados en la antología Canope 1.
Esta no es la primera colaboración de Francisco Ruiz en proyectos de UBIK, pueden leer su relato El Médico en Ubikverso N° 1.

Me sorprendió ver ese hueco en la estantería. Acerqué la escalerilla y subí hasta situarme a la altura del vacío. Viendo los libros que le rodeaban, todos de William Hope Hodgson, no me costó mucho adivinar el título del volumen: se trataba de una edición primeriza de "La nave abandonada". Contemplé con extrañeza esa ausencia. Ese era el libro favorito del abuelo. Él lo podía declamar de memoria, por lo que no lo solía sacar del estante.
Pero no estaba.
De repente, en una balda cercana, otro libro empezó a desvanecerse. Pude leer su título antes de que desapareciera: "El horror de Dunwich". Sentí cómo algo se rompía dentro de mí, algo cercano y en extremo doloroso.
Cuando mi hermana entró en la biblioteca la noticia no me tomó por sorpresa: el abuelo había muerto. Salí de la enorme habitación. Todas sus estanterías estaban ahora vacías.

 

Nacimiento

por Hernán Domínguez Nimo

Aunque no sé si Hernán escribe para liberarse, estoy seguro que sus relatos sí se sienten liberados cuando les llega la hora de la publicación. Él me ha comentado que tiene decenas de cuentos encajonados, escritos condenados a no ver la luz después del parto (suerte de negación del acto de dar a luz). Los tiene prisioneros, engarzados con grilletes en el fondo de los cajones; yo he pensado que tal vez no sean decenas, sino cientos o miles, los relatos que sufren el injusto encierro; pero Hernán los ha ido indultando poco a poco, les ha permitido disfrutar de la gloria, de cumplir con su objetivo de ser leídos en distintos concursos literarios y e-zines. Esta vez le tocó el turno a Nacimiento y a Necronomicón el honor de brindarle la libertad. En Nacimiento presenciamos un tipo de parto al que no estamos destinados todos los seres humanos, sin importar el género.
Hernán Domínguez Nimo ha ganado el concurso Fobos 2003 y fue finalista del premio Terra Ignota 2001.

Hace por lo menos media hora que Alberto se fue. Ya debe estar llegando al trabajo. El ruido del agua contra el agua es lo único que oigo. Escuché cuando salía, cuando saludó a la vecina de al lado y le preguntó la hora —para asegurarse de que los dos la recordaran—.
Pero no creo que llegue a oír el teléfono cuando él llame y deje un mensaje que atestigüe la hora, con la promesa cínica de volver a llamar. No creo que dure tanto.
El agua que cae es tan delgada como una aguja. Está caliente. Las palmas de mis manos —apoyadas contra el fondo de la bañadera— ya la sienten.
Mastico mi bronca. El jabón debajo de mi cabeza resbala un poco. La apoyó ahí, apenas, para que el agua tarde un poco más en taparme. ¡Qué delicadeza de su parte, después de pegarme en la nuca!
Pero el dolor me llega desde muy lejos, casi como si fuera de otra persona. Debe ser por la droga que me dio. El muy hijo de puta me explicó todo antes de irse.
"La droga que te di no te va a hacer nada. De hecho vos no vas a poder hacer nada. No vas a poder moverte en lo más mínimo. Los ojos quizá, pero no creo".
Me puso en posición casi fetal, como un bebé, como siempre me trató, como si fuera una criatura, una idiota, siempre subestimándome, descartando mis comentarios, mis ideas, mis necesidades, por poco importantes.
Me dio una última clase de catedrático pero no me dijo lo más importante. No me explicó el porqué. "No lo vas a entender" me hubiera dicho si yo hubiera podido mover mi lengua y mis labios, articular la pregunta. Los ojos me arden y lloran de rabia. Debe hacer más de una hora que no parpadean.
"No te va a doler" dijo y se fue.
Mi deseo de rechinar los dientes basta para deslizar un poco más el jabón. Me quedo mentalmente quieta aunque siempre lo estuve. No quiero acelerar lo inevitable. Quizá alguien venga. Quizá él se arrepienta.
Y vuelvo a sentirme más idiota que nunca, porque en el fondo sigo amándolo y ese amor es lo único que sostiene esta esperanza inútil y ridícula de que él sienta por mí algo más que un poco de lástima. O aunque sea la suficiente para volver.
No. Tengo que seguir intentando moverme, caer del jabón, hacerle fallar la coartada, que la hora en que llegue al trabajo no coincida con la de mi accidente.
La inmovilidad exacerba la ira asesina que recorre mis venas con impotencia, sin poder llegar a mis músculos. De pronto me doy cuenta de que si estuviera a mi alcance yo sería tan despiadada cómo él. O peor. La pasión hace cosas más terribles que una mente fría.
El agua ya sobrepasa el jabón y me toca el ojo derecho. Nunca pude abrir los ojos en una pileta para bucear. Ahora no puedo cerrarlo. La imagen que forman un ojo adentro del agua y otro afuera es muy extraña.
"¡Se resbaló en la bañadera!" lo oigo decir entre lágrimas. "!Qué muerte estúpida! Si yo me hubiera quedado un poco más…!"
¡Hipócrita hijo de puta!
Y todos le van a creer. Porque yo misma me encargué de construir una imagen falsa de nuestro matrimonio, proclamando a los cuatro vientos un amor mutuo inexistente, escondiendo mis dudas debajo de la alfombra, engañándome a mí primera que todas.
Ni siquiera van a dudar cuando aparezca la dichosa póliza con mi firma. Y dentro de un año —¿será capaz de esperar tanto?—, cuando lo vean del brazo de una nueva mujer, todos se van a alegrar, porque por fin deja el luto, porque ella va a hacerlo olvidar, perder la tristeza…
¡Dios! Me imagino todo eso, casi como si fuera una espectadora más, y me retuerzo de impotencia estéril.
El nivel del agua sobrepasa la barrera de mis labios y entra en mi boca, llenándola en un buche caliente, extraño…
La proximidad de la muerte —debe ser eso— produce en mí un extraño desdoblamiento, que aleja a otro plano el sufrimiento corporal y me otorga una claridad mental inexplicable.
¿Cómo nacen los fantasmas?
No sé de dónde surge esta pregunta repentina —es como una voz ajena, el aliento cálido de una incitación al oído— pero me detengo en ella, regodeándome en las posibilidades…
Porque sé que hay otra. Me mentí mucho tiempo pero siempre lo supe. No sé su nombre pero la conozco. Conozco su lápiz de labios, su perfume, su color de pelo, su calor en la ropa de mi marido, los lugares en los que le gusta besarlo…
Mi boca ya no alcanza. El agua penetra mi garganta y la inunda como una larga lengua de plata caliente.
¿Cómo nacen los fantasmas?
Nacen del odio inconcluso, irresoluto. Son ángeles etéreos de venganza trunca. Seres con una sola vida, como mariposas imposibles cuyo día no acaba hasta cumplir con su cometido.
Los imagino besándose sobre mi cadáver, brindando con mi sangre, pisoteando mis recuerdos, como dos adolescentes enamorados. La furia incontenible acelera mis latidos, hierve mi sangre, escapa de mi cuerpo.
¿Cómo nacen los fantasmas?
Nacen porque Dios así lo quiere. Son el lado oscuro de la justicia divina. Dios los deja existir y los tortura con sus recuerdos lacerantes y malsanos hasta que cumplen con su misión.
Mi cuerpo se retuerce en una violenta arcada refleja que expulsa el agua pero también despoja a mi cabeza de apoyo. Los pulmones vuelven a abrirse, ansiosos, sedientos de aire, y solo reciben más agua. Las burbujas de mi saliva pasan frente a mis ojos pero ya no siento que sean míos. Subo con esas burbujas y emerjo del agua, de la bañadera, y floto.
Ahí abajo está mi cuerpo inerte, acurrucado como un bebé recién nacido.

                                                                                          

Espera

por Juan Carlos Aguilar
 

Juan Carlos Aguilar es ferviente admirador de la obra de San Asimov, eso no lo duda nadie que lo conozca y espero que desde ahora los incrédulos se conviertan también. Muchas anécdotas rodean tal veneración, la más importante, quizás, ha sido recogida en la revista Cygnus y en Desde el Lado Obscuro, cuando Juan Carlos viajó a Nueva York con la esperanza de conseguir una entrevista con Asimov (era marzo de 1992). Así que, al menos en nuestra realidad, Juan Carlos llegó demasiado tarde (el Bienamado se encontraba ya en su lecho de muerte, abandonando este mundo pocos días después).
Desde el 26 de junio de 1987 es miembro activo de UBIK y ha colaborado en varias de sus publicaciones; sin embargo, esta es la primera vez que lo hace en el Necronomicón. Espera cuenta el destino de casi todos nosotros en alguna otra realidad… tal vez la misma en la que Juan Carlos sí consiguió hablar con Asimov.

Una insidiosa claridad atraviesa los párpados cerrados mientras el sol abrasa mi rostro. La respiración es lenta y profunda, como si mi cuerpo tratara de prepararse aprovechando cada bocanada de aire fresco.
El calor inclemente azota mi sistema termorregulador, el cual se defiende exudando profusamente por mis poros la hedionda salsa que sirve para aderezar la piel bien tostada.
Una conciencia nublada por el sopor es el común denominador de todos aquellos que como yo nos encontramos aquí, a la espera de lo inevitable.
El sagrado animal está dormido, pero ya despertará, nunca le falta apetito y nunca le falta alimento, siempre nos engulle hasta quedar satisfecho.
Nosotros debemos cumplir con nuestro diario ciclo vital, por eso voluntariamente nos entregamos a nuestra pasión, a nuestra tortura.
Siempre es igual, siempre lo mismo.
A la hora indicada despierta, abre la boca y se atiborra de sus primeras víctimas.
Enseguida viene la molienda de la carne, cachete a cachete, hueso contra hueso, un magullar continuo, sin distingo de especie ni rangos. La consistente presión de la carne que entra nos empuja y superamos la barrera de la glotis.
Una vez en su sistema digestivo, algunos se arrepienten y logran que la bestia los regurgite. El resto nos quedamos a soportar la primera etapa del proceso.
La bestia comienza a rugir y con cada rugido una cascada de ácido maloliente nos empapa y nos sofoca. El aire nos falta mientras nos maceramos al calor de las entrañas del animal.
De vez en cuando vuelve rugir. Así manifiesta la bestia su poder, así nos hace estremecer.
El hedor se hace insoportable. Ha comenzado realmente su digestión. Ruge como nunca y con gran satisfacción. Mientras nosotros, pobres almas atormentadas, nos desplazamos involuntariamente al ritmo de espasmos viscerales que obligan a retorcernos por los vericuetos de aquel purgatorio, topándonos unos con otros, agarrándonos de quien o lo que podemos.
Mi turno se acerca. Me muevo por el tracto final, tropezando ocasionalmente con los infelices predigeridos, aquellos que habrán de soportar un poco más de agonía. Pobres criaturas, y es que no todos somos igualmente digeribles, ellos lo saben y se resignan sin remedio.
Finalmente, el monstruo indica que es mi momento de salir mediante una última contracción, una violenta sacudida final. Detrás de mí se agolpan a toda prisa otros desesperados por abandonar aquel infierno. La energía de un pequeño empujón en mi retaguardia me propulsa finalmente fuera de aquel despreciable organismo.
Por fin, habiendo cumplido con el obligado ritual, lo maldigo una vez más. Pero de nada sirve. Siempre habrá gente como yo y él siempre sabrá dónde y cuando encontrarla.
Una súbita sensación de presión a la altura de mi omoplato izquierdo, irrumpe bruscamente en mis pensamientos:
—¡Dale vale! ¿No ves?.
Aún aletargado por la larga espera, levanto reluctante mis párpados para dar paso a una avalancha de fotones que inundan mis ojos. Mientras mis pupilas ajustan el flujo de luz a un nivel tolerable, comienzo a enfocar la realidad circundante. Realizo entonces un gesto irreflexivo con mi brazo izquierdo, veo mi reloj y pienso:
—¡Coño, ya es la hora!
Comienzo a caminar cansadamente hacia la cola ya avanzada, mientras meto la mano en mi bolsillo derecho buscando las monedas para pagar el autobús.
 

 

Accidente

por Francisco Ruiz

Tras el frenazo hubo un golpe brutal en la parte trasera del camión. Al asomar la cabeza confirme mis temores: un coche se había incrustado contra las varas que trasportaba. Empecé a sollozar: por favor, que no haya ocurrido, que no haya ocurrido.
Bajé de la cabina y corrí hasta el auto. En efecto, tal y como me temía, dos de las varas de hierro se habían soltado y atravesaban el habitáculo de lado a lado.
Ilustración por Juan Raffo basada en la historia de "Accidente" de Francisco Ruiz—No lo pude evitar –les grité preso de los nervios—. El jabalí salió de repente al asfalto y, con esta noche tan cerrada, no le vi hasta que estuvo encima. Frené de forma inconsciente. ¿Puedo…?
La pregunta quedó en el aire: en el asiento del conductor sólo estaba la vara, atravesando por completo el respaldo. Nada más. En el puesto del copiloto se debatía una mujer tratando de liberarse de la otra vara, que parecía haberla rozado el pecho enganchándola de la ropa, pero sin más complicaciones. Miré desconcertado el asiento vacío, el de la copiloto y de nuevo al puesto del conductor. Entonces reparé en el polvo que formaba un extraño montoncito: sobre la tapicería, en el suelo, incluso algo en el volante. Muy fino, grisáceo… ceniza.
—¿Qué demonios…?
Todo se redujo a un siseo similar al que provoca un gato histérico, una sombra brumosa saltando desde el asiento del copiloto y dos agujas perforando mi cuello. Luego placer seguido de vacuidad y, al final, negrura.


 

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Necronomicón
Segunda Época. Año 3. N° 4.
Noviembre 2004

Editor: Jorge L. De Abreu
UBIK, Asociación Venezolana de Ciencia Ficción y Fantasía
http://www.geocities.com/ubikcf/ubik.htm Caracas, Venezuela.

 

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