LA AMENAZA

Capital de la Nación
20 de julio de 2071

El hombre cayó pesadamente. Algunos disparos se escucharon furtivos y la multitud se dispersó despavorida entre las calles que confluían a la avenida principal; avenida por la que minutos antes había transitado el gran desfile.

Varios policías corrieron y trataron de proteger al gobernador... demasiado tarde, su cuerpo aún tibio ya no contenía vida, se le había drenado por siete orificios que las balas certeras le habían horadado muy hondo. Se escuchó mucho llanto por todas partes, no por la muerte del político, sino por la violencia del método. Al cabo de unos minutos ulularon las sirenas y se vieron lámparas advirtiendo la emergencia. Algunos helicópteros sobrevolaron a baja altura las viejas construcciones del centro de la ciudad y sus inmediaciones; era inocultable la confusión que reinaba en el ambiente... no todos los días se asesinaba a un gobernante.

El cuerpo inerte fue entonces cargado en una ambulancia para trasladarlo a quién sabe cuál hospital pero los curiosos se arremolinaron circundado la camioneta impidiédole el paso. No faltaron los periodistas con sus cámaras fotográficas (de ésas que obtienen hologramas con colores más brillantes que la realidad) y algunos soldados con sus uniformes deslavados.

"¿Alguien vió lo que pasó? ¿Alguien tiene algo qué decir?", repetian incesantemente los periodistas; pero, la verdad, nadie había visto algo.

"Sólo se escucharon los disparos", decía cualquiera al que se le entrevistara, "y luego luego cayó muerto Don Arteaga. Ni pío dijo. Pobre."

Llegaron más soldados, éstos vestidos de azul con armas que se veían pesadas e intentaron desalojar a toda la gente chismosa. "Aquí no hay nada que ver. Váyanse a sus casas", comenzó a decir cada uno como si no se supiera otra frase. Y lo peor fue cuando empezaron los soldados a dar empujones porque no les hacían caso; estaban molestos pues la gente atascaba a la ambulancia. Y los soldados se hartaron y empujaron con más fuerza, pero a alguien se le pasó la mano y surgieron los puñetazos y las patadas. Nadie podía creer lo que ahí ocurría. Luego la situación empeoró porque llegaron más personas, tal vez atraidas por los noticieros que eran transmitdos en vivo desde la tierra y el aire, y todos les dieron duro a los pobres soldados... mientras pudieron, digo, porque en poco llegaron tres camiones repletos de soldados que pararon la golpiza y disolvieron a la multitud en un santiamén.

Y por fín pudo salir la ambulancia que se disolvió en la lejanía.

--¡De todos modos ya estaba muerto! --alcanzó uno a gritar.

Terminado el escándalo se restringió el acceso al centro de la ciudad por una semana. Nadie pudo salir ni entrar mas que los investigadores que pasaban con sus maletines negros. Del ulular de las patrullas y el murmullo ensordecedor de la multitud, sólo permaneció el gris recuerdo.

 

--¡Qué horrible lo de ayer! Pobre del gobernador, no se merecía éso. Supe que lo mataron los nacrotraficantes por la lucha que les daba --dijo una señora que compraba frutas a su acompañante.

La aludida, una señora gorda y chaparra, estuvo de acuerdo.

* * *

En un camión de pasajeros dos jóvenes estudiantes también hablaban acerca del suceso:

--Yo pienso que lo asesinó algún reaccionario; ahorita abundan, nomás andan viendo qué maldad hacer para desestabilizar a nuestra nación.

Su compañero asintió.

* * *

El anciano de donaire abultado fumó su cigarro con calmosa vehemencia, luego se deshizo de las cenizas crecidas en el cenicero que le enfrentaba.

--Mira, Marce --dijo el viejo del cigarro al otro viejo a su lado--, al "gober" lo mataron por traidor. Supe de buena fuente que desde hace años se enriquecía abusando de su poder y que se las arreglaba para sacar los beneficios del país. Preparaba su jubilación, como muchos lo han hecho.

--Si así fuera --se atrevió a decir su compañero de faz rala--, entonces merecido tuvo su trágico destino.

Y los enclenques asintieron.

* * *

Una tercia de muchachas platicaba en el camino.

--Yo creo que lo mataron por intereses políticos. Creo que debió estar en desacuerdo con alguna transa de algún mal funcionario --afirmó la más bonita.

--Puede ser, Bere, pero también pudieron haber sido terroristas extranjeros. Con eso de que ya andan por todas partes...

--Las dos pueden tener la razón --remató la tercera--, pero yo pienso que lo mandó acribillar su mujer o bien alguna de sus amantes. Todas sabemos que era un mujeriego de lo peor.

Y las tres no se pusieron de acuerdo.

 

Pero sólo un puñado de terrestres sabía la verdad...

 


Capital de la Nación
23 de julio de 2071

Dentro del edificio se respiraba aire frio. Pedro del Río caminó desde la estrecha entrada hasta las escaleras que lo llevaron directo a su cubículo. Más tardó en entrar que en aparecer Rufino su colega más preciado.

--¿Cómo te va esta mañana, Pedro? ¿Te has relajado un poco? Lo del asesinato no lo vas a arreglar en dos días. ¡Así es que cálmate ya, hombre! --Y le dió dos golpecitos en un brazo.

--No, Rufino, ¿cómo piensas que puedo tranquilizarme? Me asignaron el caso más difícil de mi vida y nadie vió nada y no se ha encontrado ni la más despreciable pista, ¿y me dices que me calme?

Rufino bufó alzándosele el bigote.

--Mira, Pedro, tu siempre lo has hecho bien, sé que es un caso difícil, pero vas a poder. Relájate para que pienses claro.

Pedro llegó hasta detrás de su escritorio y se sentó.

--¿Y de verdad no han encontrado pistas? --preguntó Rufino.

Asintió el aludido.

--Es increíble. --dijo Rufino meneando la cabeza atarantado--. ¿Qué es lo que imaginas entonces?

--Nada. Nada. Nada. --puntualizó el otro con la esperanza desahuciada--. ¿Te cabe éso en la cabeza? En treinta años de carrera nunca antes me habían asignado un caso de esta naturaleza; ni en complejidad ni en importancia. ¿A quién se le ocurre matar a un gobernador sin dejar rastro? ¡Te juro que es la peor pesadilla para un policía!

--Lo sé, pero te recomiendo que en lugar de quejarte y romper lápices --enfiló la mirada a los trozos mutilados sobre el escritorio-- te enfoques en seguida en la solución del caso.

--Ayúdame, pués, con ésto. Tú siempre has sido bueno con tu imaginación.

--Indudablemente... Date cuenta y agrupa las características; primero, alguien importante es asesinado. ¿Posibles móviles del atentado? Envidia, ira, venganza, miedo y codicia. Una muerte escandalosa y arriesgada sólo puede ser impulsada por la ira o la venganza, y ambas están enraizadas en el odio. ¿Quién pudo odiar tanto al gobernador?

Pedro estuvo pensativo un momento. Aún no tenían algo concreto, pero atar cabos era mejor que nada.

--Si le sigo preguntando a mi cabeza me va a estallar. Prefiero preguntarle a ésta --dijo encarando su computadora--. Bien, niña, díme lo que sabes. "Ac". Buscar. Casos de violencia último bimestre. "Ini".

En la pantalla de la máquina se hizo una quietud somnífera.

--Bueno, mientras ésta porquería piensa, tú siguele, Rufo, pues se va a tardar.

--Nomás dame un poco de agua que se me está quemando la garganta con el aire acondicionado.

Se la sirvió sin demora y le dió un buen trago.

--Me inclino a que el atentado tuvo más bien una causa política. La ira fue la pasión percutora pero la causa fue, casi estoy segur, política. No veo otra razón para asesinar a alguien en una forma tan artera e insolente. ¿No lo ves así?

--Pués..., sí. Aunque bien pudo haber sido otro el movil.

--Tienes razón, pero empecemos con este precepto: el motivo fue político y la pasión fue la ira. Si nos equivocamos, pues ya tenemos un pedazo de la tela cortado y menos tela de la que cortar, ¿no?

--Síguele pués.

--Sospechosos... ¿Qué políticos pudieran ahora estarse regozijando por su muerte?

--Sus opositores...

--Principalmente, pero aún dentro de la misma corriente pueden haber adversarios... y muchas veces son los más corrosivos, pues son enemigos personales y no de ideas. Pueden llegar a ver un estorbo al ascenso o, en una forma más compleja, un engrane que gira en sentido contrario al resto de la maquinaria y...

--Pum.

Rufino sonrió.

--Sí. Pum.

Pedro presionó un botón y convocó a su asistente.

--¿Sí, Pedro? --se escuchó una voz por el altoparlante.

--Sofía, por favor consígueme una lista de los colaboradores del gobernador Arteaga... bueno, de quien eran sus colaboradores. Y, házme el favor más completo, y consígueme también un directorio político. Cuando lo tengas, avísame, por favor. --Y presionó otro botón para terminar.

--Quien fue uno de sus mejores colaboradores, y hasta creo que eran compadres, fue Hilario Hinojosa, el Secretario de Defensa. Sería un buen inicio enfilar nuestras averiguaciones hacia él. Ultimamente se les veía juntos frecuentemente... hasta se llegó a murmurar que se amaban.

Rufino rió a carcajadas por la broma.

A Pedro en medio de las carcajadas de Rufino se le iluminó de repente la cara. Se levantó de la silla y caminó hacia un librero, tomó su portafolios y le sacó una revista.

--Acabo de leer un artículo sobre ambos. Mmmm... --la hojeó por un momento--. ¡Aquí está! --Se la tendió a su compañero.

Rufino estuvo leyendo por un largo rato las varias hojas del artículo.

--Esto sólo reafirma lo que mencioné --puntualizó al terminar--: eran grandes compañeros pero sus puestos e ideales los hacían a menudo rivales.

--Creo que no te diste cuenta de lo más importante... --dijo Pedro

Rufino le miró extrañado.

--Así es mi querido amigo, yo también puedo llegar a ser perspicaz. Definitivamente ignoraste el hecho de que ambos visitaban el Monte de las Carmelitas cada fin de semana. Al artículo hace énfasis en que ninguno era muy devoto a religión alguna, pero que desde hace varios meses frecuentaban ese recinto de alabanza a Dios.

--¿Y...?, aún no entiendo el mensaje.

--Y hace exactamente una semana Joaquín estaba loco por un caso de asesinato... perpetrado ¿en dónde crees?

--¿En los sagrados montes de las Carmelitas?

--En los sagrados montes de las Carmelitas.

Ambos dilataron los ojos de la sorpresa.

--Creo que por fín terminó tu cacharro de computar.

Pedro arrancó las hojas de la impresora y les dió un vistazo.

--Sí, pero esta información nos la llevamos de tarea. Toma la mitad del legajo. Por ahora vamos a investigar al distinguido Hilario Hinojosa, que sé, forma parte de la hediondez de este muertito.

Sergio Malinto

Fragmento: 1

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